| ||||||||||||||||||||||
La forma de gobernar basada en el tactismo, en vez de sustentarla en los principios, puede resultar aritméticamente muy rentable, y de una efectividad extrema para mantenerse en el poder, ya que el número de combinaciones posibles para articular mayorías de gobierno son múltiples.
El Día de la Independencia de Estados Unidos ha llegado en un momento en que esa unión de estados imperfecta, proclamada públicamente el 4 de julio de 1776, enfrenta una amenaza existencial. En su deriva autoritaria, el presidente Donald Trump concentra cada día más poder, sin que la mayoría republicana en el Congreso ni la mayoría conservadora de la Corte Suprema le impongan frenos.
En política no hay nada nuevo, todo está inventado, los cambios se reducen al aspecto formal de su actuación, respondiendo a la moda del momento, o sea, alguna que otra ocurrencia del gobernante de turno para llamar la atención de los gobernados y tratar de formar parte de la historia. Mientras, en el fondo, solo está presente la ambición de poder de sus representantes.
“El poder y el dinero todo lo corrompe”. Esta afirmación, que podría parecer una sentencia amarga o una exageración pesimista, se revela cada vez más como una radiografía certera del tiempo que habitamos. Nunca antes habíamos tenido tantos recursos tecnológicos, tanto conocimiento científico, tantas herramientas para construir un mundo justo y sostenible. Y, sin embargo, el presente se parece más a una distopía en cámara lenta que a un avance hacia la equidad y la paz.
Estamos asistiendo a la degradación de los sentimientos nobles del ser humano, y sólo por el afán desmesurado de conseguir poder. Lo que se lleva es eso de «cuanto más poderosos seamos mejor», como si lo más importante para el ser humano fuera satisfacer esa ansia descomunal que le va a permitir abrir todas las puertas para conseguir fama, riqueza, gloria y honores, es decir, todo aquello que desea, pero que su espíritu no quiere porque los podrá llevar consigo al otro mundo.
Mientras se suele observar con inquietud la erosión de los contrapesos institucionales en regímenes como el ruso o en liderazgos populistas como el de Trump, también en democracias consolidadas como España surgen señales de alarma sobre el debilitamiento de las estructuras que garantizan el equilibrio de poderes.
Recuerdo mis años de adolescente maduro cuando no solía jugar con “bombas lapa”: se trabajaba honradamente, se prosperaba a base de esfuerzo y se buscaba alguna ayuda cuando en casa ya no daba para más ni el sueldo, ni los familiares, ni los conocidos.
Los grandes bancos poseen las mayores acumulaciones de capital, lo que los convierte en los principales centros de poder. Los 30 oligopolios del Ibex-35 controlan activos por valor de 782.000 millones de euros. Es una cantidad extraordinaria, pero un solo banco, el Santander, duplica esa cifra, con 1,48 billones.
Nunca nos fiemos de los que nutren guerras ajenas. Son más violentos y culpables que los propios contendientes, que tienen el valor de arrostrar su propia destrucción. Aún menos de quienes se nutren de esas guerras. Su violencia no tiene el límite natural de la autoprotección, en cuanto no experimentan sufrimiento.
Está más que comprobado que el que está en el poder nunca quiere cambiar los métodos, y el que está en la oposición sólo los defiende en ese tránsito que no manda. Mientras se siga pensando que sólo los que gobiernan hacen bien las cosas, poca esperanza nos queda de que en nuestro país tengamos aquello que llamamos “defender el interés general” o “tener sentido de Estado”...
El núcleo principal de la sociedades capitalistas, ya adopten la forma de democracias parlamentarias, dictaduras severas o regímenes autoritarios, es la sacrosanta propiedad privada, lo mío o privativo por encima de lo nuestro o público.
Las palabras y sus distintas acepciones encajan en cada cual y en cada momento, dependiendo de alguna especial circunstancia, época, formación o nivel sociocultural. A los que nos gusta la historia, ella misma nos recuerda el antiguo desfile de tropas en momentos determinados, el cobro del salario, los instantes previos a la batalla, o formando parte de alguna gran victoria castrense...
Con el auge del mercado, la panorámica general ha experimentado un sensible cambio a nivel empresarial y político. En el caso del empresariado, la oferta queda condicionada, pese a los instrumentos de manipulación comercial, por la demanda de los consumidores.
Que las vitaminas del zumo de naranja se escapaban con celeridad, que los chicles tragados pegaban las tripas, que el baño inmediato después de comer cortaba la digestión o que los vaqueros eran los buenos en las películas del Oeste constituían certezas con las que crecíamos los que nacimos en los años 70.
Aunque en teoría de dios nada se puede decir porque es inefable, de dios se ha dicho todo. ¿A qué dios nos referimos en concreto? A todos en general y a ninguno en particular, ya que todos son creaciones del ser humano basadas en la fe, que no admite prueba alguna de su existencia material.
Se acerca la Semana Santa y la cruz cristiana se hace protagonista absoluta de las calles. Llevamos más de 2.000 años con la cruz a cuestas. La cruz de lo irracional, del fundamentalismo y de las mentiras teológicas. El poder omnímodo, esotérico y exotérico, del cristianismo en sus diferentes versiones o sectas o herejías sigue dominando la enseñanza y los negocios turbios, al tiempo que difunde su moral mentalmente castrante como la única ética verdadera o auténtica.
Qué tiempos aquellos de la burbuja, de la gomina, y de la construcción, en los que los nuevos y fulgurantes ricos entretenían al personal mientras los auténticos poderosos de siempre, los de herencia y colegio inglés, disfrutaban las playas de tantos y tantos paraísos.
En una sala de mármol y luces cálidas, los líderes del mundo brindan. El vino, servido en copas de cristal, tiñe sus labios mientras sonríen, estrechan manos y reparten promesas vacías. Sus palabras resuenan como tambores de guerra, pero no hay sangre en sus trajes impecables. No verán los escombros, ni los cuerpos atrapados bajo ellos.
Con el triunfo del capitalismo burgués, el estado nobiliario donde se refugiaban los selectos de otras épocas, cedió su lugar al ciudadano común, pero la democracia instrumental, en virtud de la representación, pasó a ser la nueva fábrica de elites políticas alimentada por los partidos.
En España se nota que, desde el poder ejecutivo se pone en tela de juicio, cualquier decisión judicial que no está en concordancia, con los deseos de los dirigentes políticos del partido gobernante. Los políticos están sujetos a las leyes, al igual que el resto de los ciudadanos. Y si existen indicios de conductas irregulares o constitutivas de delito, los jueces deben intervenir investigando de manera minuciosa, rigurosa y objetiva.
|