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El Instituto de Estudios Catalanes, y creo que también lo habrá hecho la Real Academia de la Lengua Española, ha incluido en su diccionario la palabra negacionismo que ha arraigado debido al Covid-19. Existen negacionistas no solamente del Covid-19, también del mal.
Este artículo comenzó titulándose Perdón, siguió con Los caprichos del destino, y terminó titulándose Un alma hermosa. Cuatro líneas llevaban ya escritas sobre el perdón hasta que mi hija me ha llevado esta noche, con una de sus preguntas, a una reflexión extraña, inquietante y a su vez tranquilizadora. Su pregunta era sobre el por qué le han ocurrido ciertas cosas durante su vida y ha tenido que luchar día tras día para superarlas.
La musiquilla de siempre: culpar a Dios de los males que cometemos entre todos. Es decir, convertir a Dios en chivo expiatorio al traspasarle nuestras culpas y hacerlo responsable de nuestros delitos. Cierto que Jesús cargó con nuestros pecados en la cruz en donde derramó su sangre que limpia todos los pecados y hace de los que creen en Él nuevas personas que comienzan a amar con el amor con que Él nos ha amado.
El mundo está podrido, mucho vicio, poco aguante, poca bondad cosechada, poca boquita rosada que nada dice más que hola, y yo no sé si soy rosa o amarilla o caprichosa. Y yo no sé si soy diosa o Eugenia u otra cosa. Considero que soy nadie, considero valgo nada. Considero la distancia y no hay luz ni fragancia. No hay nada valioso ni otra cosa.
En mi artículo anterior me referí a que Dios hizo el mundo bueno y nos dio libertad para que fuera aun más bueno ya que el hombre no estaría fatalmente determinado a seguir una determinada conducta como los movimientos de los planetas o el cambio de estaciones, sino que podría decidir sus propios actos, amar a Dios o negarlo.
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