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No pasamos precisamente por los tiempos en que los reyes de todo tipo gocen de buena prensa. El pueblo en general ya se fía bastante menos de la realeza, dado el ejemplo que algunos nos dan. Incluyendo a los cuatro reyes de las barajas de Fournier.
El ser humano cuenta con un listado interminable de talentos espectaculares y de miserias aborrecibles. Tanto talentos como actos despreciables, han estado presentes en todos los tiempos de nuestra historia, y la verdad es que no hay nada nuevo bajo el sol del Siglo XXI. Pero hoy quisiéramos expresarnos en torno a la actitud denigratoria por excelencia denominada “difamación”.
Pueden creerme si les digo que el título queda muy lejos de la simple metáfora, al menos en lo que a mi biografía personal se refiere ¿Cuándo pierde uno la inocencia? Supongo que a esta pregunta cada cual responderá de una manera. Habrá quien la pierda tras una experiencia decepcionante que le abre los ojos, o en medio de un viaje iniciático. Quizá en un burdel barato invitado por un tío legionario. Y habrá quien no la pierda nunca porque nunca le afectó tal cosa.
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