| ||||||||||||||||||||||
El conocimiento no se impone ni se regala, se comparte entre quienes tienen la voluntad de buscarlo, recibirlo y transmitirlo. Hoy más que nunca, en tiempos de sobreinformación y distracción constante, esta enseñanza cobra un valor esencial.
Es curioso cuánto se habla de la dignidad personal sin estar plenamente identificados con dicha entidad. En la referencia exclusiva al hecho de haber nacido, como portadores de condiciones esenciales en concreto, aún no habremos intervenido en su configuración. Tiene su miga hablar de esa dignidad, si prescindimos de la valoración de las características básicas de la persona.
Vivimos corriendo detrás de metas, atrapados en rutinas exigentes, midiendo el tiempo en productividad y los días en logros. Nos han enseñado a acumular: títulos, objetos, seguidores, validaciones. A buscar reconocimiento, éxito, estabilidad. A pensar que la vida vale por lo que conseguimos, no por lo que sentimos.
Una cosa es la vida y cosa distinta la existencia, y cualquiera de nosotros sabe que lo primero es algo objetivo, como neutral. Lo segundo un atrevimiento, lo subjetivo, es decir, un querer lanzarse escalera abajo pero con contención y bajando dignamente, como explicaba don Torcuato Luca de Tena en 1958 en su libro “Edad prohibida”.
Partimos de un sí radical, inevitable, grandioso y enigmático; sin él no se conocen presencias. La irrelevancia ampulosa de la nada recalca el significado de semejante afirmación. No sirve eso de ir a pedirle explicaciones a la nada, su silencio no llega a darnos ni una respuesta helada.
“Caracol, caracol, saca tus cuernos y verás el sol”, eso le decía hoy yo a un caracol que decidí salvar de una muerte segura y llevármelo a casa para mi entretenimiento; pero ahí está, metido en su cueva como los niños, sin asomar un cuerno siquiera.
De esto que sabíamos que el ocio toledano estaba cerca de todo, cerca de las provincias de Madrid, de la de Cuenca, de Guadalajara, de Ávila, de Cáceres y de Ciudad Real, al menos. Es decir, cerca de todo al ubicarse en el centro del país y a salto de mata de cualquier espacio.
Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.
A medida que vamos cumpliendo años, vamos sumando experiencia a nuestra vida y pasamos por momentos que podrán volverse a repetir o no. Algunos de ellos los elegiremos voluntariamente, mientras que otros los intentaremos evitar a toda costa. La vida, en general, es un camino bastante complicado en el que nadie está libre de sufrimiento.
El camping es una actividad que conecta a las personas con la naturaleza, pero para que la experiencia sea cómoda, es necesario contar con los implementos adecuados. Uno de los elementos indispensables y más populares es el cooler, que permite mantener alimentos y bebidas frescos durante la estancia.
Seguramente ya no lo recordarás, el tiempo es lo que tiene, que filtra a su antojo lo que hicimos y lo viste de sensatez para poder permanecer tranquilo mientras criticas cómo los jóvenes hacen lo que hacen y afirmas que, en tu época, todo eso era impensable. Y sabes que mientes o, que al menos, no dices toda la verdad.
Si no se disfruta del camino, ¿para qué sirve llegar a la meta? Hace unos días recibí este comentario como contestación a uno de mis artículos, en el que me quejaba de los agobios y la vida en general. Como en tantas otras ocasiones me hizo pararme y pensar.
Esta noche no deseaba pensar, últimamente prefiero dejarme llevar por la corriente, estoy cansada de luchar, de sobrevivir, de verlo todo gris, pero poco a poco va pasando la tormenta y mi mente está quedando en calma, y sé que me recuperaré, siempre lo he hecho, siempre me he levantado, he mirado el atardecer y me he sentido insignificante.
El autor Eduardo Martínez March, quien ha vivido el mundo empresarial desde distintas perspectivas, ha escrito el libro ¿Emprendo o trabajo para otro? con la idea de compartir con el lector sus experiencias en la dirección de su propia compañía, con sus sacrificios y recompensas.
Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.
La vida nos aboca a numerosos caminos, con un enorme muestrario de sensaciones y cavilaciones; aliada con las evoluciones temporales, no permite el devaneo con inclinaciones al reposo. Las vicisitudes son incesantes, emiten toda clase de reverberaciones sobre el conjunto de los seres vivos.
Con cada temporada navideña, la lista de regalos parece un poco más difícil de resolver. ¿Qué regalarle a alguien que parece tenerlo todo? Esta Navidad, una opción en auge son los regalos de experiencias: aquellos momentos inolvidables que superan cualquier objeto y ofrecen vivencias únicas.
Desde el 21 de septiembre hasta noviembre será el periodo para la nueva temporada de viajes gastronómicos que promueve Epicure Society, unas rutas culinarias que buscan revelar a los viajeros los secretos escondidos del recetario español y del sector primario de cada región, con propuestas únicas que resaltan los mejores productos de España.
Se acerca el Día de la Madre, una fecha muy especial en la que a todas nos gusta sorprender con el regalo perfecto. Opciones de regalos materiales hay muchos, pero sin duda me quedo con las experiencias, algo que se les quedará en la retina y que recordarán siempre.
Matusalén es un personaje del Antiguo Testamento. En uno de sus libros se supone que vivió 969 años. Esta cifra surge de la genealogía (bastante inventada) que conecta a Adán y Eva con Noé. La serie de datos que se fueron transmitiendo oralmente de generación en generación, permitió establecer unas cifras que son claramente rebatibles. Parece ser que alguno de los recopiladores de textos anteriores, confundió los años con los meses
|