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Me refiero al Vaticano, porque hay lugares, creo que muy pocos, en los cuales puedes comulgar de rodillas y en la boca. Y esto no es una cuestión baladí. Cristo es la Iglesia y la Divina Eucaristía es Cristo; por tanto, Cristo, la Iglesia y la Divina Eucaristía son lo mismo, es la presencia de la Santísima Trinidad. Si suprimimos a Cristo, todo se disuelve, no queda nada. Dios es inmutable y no puede cambiar, si suprimimos algo, es como una profanación al templo sagrado de Dios. Tengo el presentimiento de que moriré sin haber visto que esta gravísima desacralización se suprime. ¿Qué puede ocurrir? No lo sé, pero una sociedad sin Dios y una Iglesia mundanizada y desacralizada no pueden tener buen fin. Queda un resto, el ejército de la Santísima Virgen cuyas armas son la cruz, el sagrario y el rosario. Satanás será vencido y se establecerá una nueva época espiritual.
En 2007, cuando José Luis Rodríguez Zapatero finalizaba su primera legislatura, empezó a cuajar en la sociedad catalana una sensación de cansancio y disgusto. Los problemas crónicos en Cercanías, un aeropuerto que entonces era insuficiente para responder a la proyección de Barcelona, la baja inversión pública por parte del Estado o el acentuado déficit fiscal acabaron por engendrar lo que se bautizó como el 'català emprenyat' (catalán enfadado).
Un sistema de Monarquía Parlamentaria o República Parlamentaria que obligue a lo que, de forma concisa y clara ha manifestado el señor Javier Lambán, presidente de Aragón y secretario general del PSOE regional, terminará siempre en un fracaso social y en una realidad disimulada en la que “ordenan e imponen” los poderosos.
La denuncia del sicofante tardofranquista, el seudo sindicato Manos Limpias contra la mujer de Sánchez por "presunto tráfico de influencias", y la posterior admisión a trámite por el juez Peinado, se convirtió en todo un misil en la línea de estabilidad emocional y de resiliencia de Sánchez al dejarle paralizadas las hormonas segregadoras del arrojo político.
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