MADRID, 9 (OTR/PRESS) A la tercera (dos fumatas negras y una blanca) fue la vencida. Hubimos Papa mientras la guardia vaticana desfilaba a ritmo de charanga. En el segundo día de cónclave y tras la cuarta votación, el Espíritu Santo descendió a la Capilla Sixtina y se posó sobre la cabeza del cardenal norteamericano Robert Francis Prevost (Chicago, 1955), misionero agustino en Perú, que se reconoce en la estela social de León XIII al adoptar el nombre de León XIV. No sabemos si estará en la estela de autor de la Rerum Novarum (mayo 1891), la encíclica fundacional de la doctrina social de la Iglesia. Se deduce de la adopción de ese nombre y de su primer compromiso de trabajar por una paz humilde y desarmada. Nos hace concebir la esperanza de que Prevost (uno de los 108 cardenales nombrados por Bergoglio) viene determinado a continuar la función de su antecesor como faro moral -no solo espiritual- de una sociedad desmoralizada. En su primera declaración de principios, el sucesor número 267 de San Pedro, primer papa norteamericano de la historia trasladó su marco mental de aplicación al funcionamiento de las sociedades. En torno a tres ejes: paz, justicia y diálogo. Con una misión especialmente reservada a la Iglesia: la de construir puentes y no muros. Ahí es nada. Prevost queda lejos de la ola conservadora que nos invade. Si Francisco era odiado por las derechas, a estas no les van a faltar motivos para seguir en las mismas. Por tanto, nada tendría de extraño que el aireado choque de Francisco con el jefe político de su país, Javier Milei, se repita en el caso del nuevo Papa con el suyo, Donald Trump, aunque este no haya perdido la ocasión de saludar la procedencia norteamericana de Prevost, haciendo interesados oídos sordos al hecho de que también tiene nacionalidad peruana y, atención, durante su aparición inaugural en el balcón de la plaza de San Pedro, utilizó el idioma español, no el inglés para dirigirse a la multitud que le aclamaba en la plaza de San Pedro. El nuevo Pontífice ha sido recibido con un volquete de elogios en las cancillerías políticas y las conferencias episcopales de todo el mundo. Pero el elogio protocolario no compromete. No obliga por la vía del ejemplo o la imitación. El buenismo y la lucidez, por desgracia, no son contagiosos. Pero ayudan. Hacia fuera, contribuyendo a combatir la deshumanización que nos amenaza, Y hacia dentro, porque tienden a suavizar la resistencia de una institución religiosa que se resiste a los cambios doctrinales y funcionales. Francisco fue reformista, pero sólo hasta cierto punto. Ni un paso atrás en eutanasia, aborto o matrimonios entre personas del mismo sexo (la Iglesia solo legitima parejas heterosexuales), que fueron apuestas reprobadas por Francisco y sus antecesores, contrarios a valorarlas como distintivas de sociedades evolucionadas.
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