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Etiquetas:   Política

La que se va a encontrar el comisario cuando venga...

Fernando Jáuregui
lunes, 26 de septiembre de 2022, 08:00 h (CET)
MADRID, 25 (OTR/PRESS)Ya sé, ya sé que el tema de la renovación del gobierno de los jueces, ese quilombo indescifrable, no es el favorito de conversación en el metro o en el autobús, contra lo que dice escuchar la ministra de Justicia, Pilar Llop, en sus sedicentes viajes en transporte público. Pero tenga usted por seguro que esta semana oirá hablar y perorar mucho sobre ese poder judicial tan en quiebra. Porque esta semana, tiemblen todos --o no--, llega a España el comisario europeo de Justicia, Didier Reynders, que husmeará en las muchas irregularidades en las que incurre nuestro país en este delicado campo. Y Reynders, que no es un novato en la materia, parece ser ya la penúltima posibilidad de arreglo de una situación, el bloqueo anticonstitucional de la renovación del gobierno de los jueces (y del Tribunal Constitucional), que va adquiriendo tintes surrealistas y amenaza la pureza de nuestra democracia.

Claro que nadie debería poner demasiadas expectativas en la posibilidad de que, así como así, el comisario europeo, que ya ha enarcado varias veces las cejas, por unos u otros motivos, ante la situación de la Justicia española, lo arregle todo, ponga de acuerdo a los dos principales partidos españoles, pacifique a las asociaciones judiciales y aquí paz y después gloria. Porque lo primero con lo que se encontrará el comisario será con un presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, en vías de dimisión como protesta ante la situación a la que la falta de acuerdo político (y las muchas manipulaciones) han llevado al estamento togado en nuestro país. El ejemplo más sangrante, aunque no el único, es que el plazo ordenado por la ley suprema para renovar a los magistrados del CGPJ lleva casi cuatro años vencido, y también está caducado el mandato de otros magistrados del Constitucional, en lo que está constituyendo, le ahorraré detalles, la pelea jurídica y leguleya más penosa desde que se reinstauró la democracia allá por 1977.

Reynders es consciente, supongo, de las muchas rémoras que judicializan la vida política española, complicándola aún más de lo que ya lo estaba: ahí está el 'caso Pegasus', objeto de no pocas demandas y querellas por parte de los independentistas catalanes; ahí está el 'caso Puigdemont', que agita a varios tribunales europeos, y, sin ánimo de ponerlos en el mismo platillo de la balanza, naturalmente, ahí está el peculiar y absurdo 'exilio' (sé que no es eso) del que fue jefe del Estado durante cuarenta años.

El panorama no es, desde luego, un tema exclusivo de este Gobierno, ni del anterior. Cuando anuncian que el ex banquero y ex recluso Mario Conde va a 'apadrinar' públicamente este lunes a una política que se marcha dando un portazo de su partido para quizá formar otro, no puedo sino recordar la cantidad de cosas punibles que hizo quien presidió Banesto y chantajeó al Estado y ahora anda tan campante por los restaurantes madrileños de moda. O en qué quedó el 'caso GAL'. O todos aquellos 'affaires' de corrupción tan olvidados que hoy sería imposible enumerarlos al completo. O esas prescripciones, tan raras, de asuntos escandalosos... ¿Sigo?

Que no diré yo --líbreme Dios-- aquello que dijo el ex alcalde de Jerez Pedro Pacheco de que en España la Justicia es un cachondeo. Ciertamente no lo es, aunque haya muchos matices posibles. Pero el espectáculo que se va a encontrar el comisario Reynders es, globalmente considerado, poco edificante. Incomprensible para el ciudadano, que no entiende, creo, por qué el poder político no llega a un acuerdo para facilitar la buena marcha del judicial y, de paso, también del Legislativo. Creo que, si en vez de Reynders, quien llegase esta semana a Madrid fuese Montesquieu redivivo, regresaría atropelladamente a su tumba, víctima de una severa confusión. En fin: bienvenido Monsieur Reynders. A ver si logra poner orden y concierto, insuflar algo de sentido común, en tantos cerebros desvariados, qué puñetas.

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