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Eso del comunismo liberador

Francisco Muro de Iscar
jueves, 18 de noviembre de 2021, 08:00 h (CET)
MADRID, 17 (OTR/PRESS) Tengo un gran respeto por algunos veteranos comunistas que, durante el franquismo, se dejaron la piel en las fábricas o en despachos de abogados, en condiciones complicadas y con riesgos evidentes en defensa de sus compañeros de trabajo o de los derechos de los trabajadores.

También por aquellos que, en la transición supieron poner los intereses de España por encima de los de su partido, garantizando la democracia parlamentaria y la libertad y respetando la Monarquía y la bandera de todos. Cuarenta y cinco años de libertad y democracia han sido posibles en buena parte gracias a ellos.

Mi respeto es mucho menor o no existe por la gran mayoría de los neocomunistas de hoy, especialmente de esos que desde un Gobierno democrático intentan acabar con esta democracia, faltan al respeto a la Corona, hablan incluso de "liquidar al Rey", denigran a la Justicia y quieren construir una España sin libertades básicas, como la de creación de empresas, de información, de opinión o de educación y con una Justicia absolutamente mediatizada y controlada. Intentan que volvamos a esa Segunda República frentista, donde unos y otros solo buscaban la aniquilación del adversario, y a un Estado totalitario.

Es llamativo que mientras hay práctica unanimidad en que el fascismo y el nazismo han sido dos terribles plagas en la Europa del siglo XX, todavía se mantiene una cierta aura de utopía progresista sobre el comunismo. El totalitarismo comunista es culpable de decenas de millones de asesinatos en todo el mundo, de sofocar las libertades, de encerrar a millones de personas en cárceles o campos de concentración, pero ganó la batalla a la verdad e impidió durante décadas la democratización de media Europa.

Y allí donde gobierna hoy, ni hay libertades, ni democracia de ningún tipo. No hay ni un solo país que haya sido o sea gobernado por comunistas donde sus ciudadanos hayan vivido o vivan con una economía digna y tengan libertad para progresar trabajando. Todos esos regímenes se mantienen por el miedo, la represión y la igualdad en el reparto de la miseria. Todos esos países, incluso los que son ricos, han sido y son como un decorado soviético, "una fachada bonita y detrás una ruina", como dijo André Finot, salvo para un puñado de dirigentes que se beneficiaron de todos los privilegios negados al pueblo.

Todo por el pueblo, pero sin el pueblo, contra el pueblo. Hay quienes mantienen todavía que comunismo y libertad son términos sinónimos. La memoria histórica, la realidad que vivimos indican claramente la mentira de esa opinión. Que se lo digan a los millones de víctimas de Lenin, de Stalin, de Mao y de todos los dictadores comunistas que barrieron la libertad en todos los países donde gobernaron. Que se lo digan a los ciudadanos chinos, a los cubanos, a los ciudadanos siervos de Ortega y Maduro, países donde diariamente se oprimen las libertades y se violan los derechos humanos, con el ominoso silencio de la izquierda española y europea.

El comunismo, como el nazismo o el fascismo, fueron regímenes que impusieron el terror y anularon los derechos humanos, las libertades y la dignidad, impusieron el partido único y cosificaron a las personas. Hablar ahora del "poder transformador del 'Manifiesto Comunista'" y del comunismo como la liberación frente al capitalismo liberal, como sostiene, entre otros, la vicepresidenta del Gobierno es una ofensa al sentido común y a la verdad. La historia de los terribles desmanes del comunismo en nombre del pueblo también debería formar parte principal de la memoria democrática.

Los populismos marxista, fascista e independentista son hoy un riesgo evidente para la democracia. Y cuando acceden al poder, como sucede en España -son antisistema, pero van en coche oficial- o buscan plataformas de futuro, no es "el comienzo de algo maravilloso" sino un peligro para las libertades de los ciudadanos.

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