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El motorista

Francisco Muro de Iscar
jueves, 15 de julio de 2021, 08:02 h (CET)
MADRID, (OTR/PRESS) Siempre me ha resultado incomprensible que un presidente de Gobierno pueda llamar un sábado por la mañana a otra persona a la que conoce relativamente poco, le ofrezca hacerse cargo de una cartera ministerial y, sin colgar el teléfono, él o ella, que tanto da, acepte "la invitación", prácticamente sin tiempo para hablarlo con su entorno familiar, sin analizar si está o no preparado/a para hacerse cargo de tamaña responsabilidad -tampoco lo ha hecho, seguramente, quien lo va a nombrar-, dejar el cargo que ocupa, su ciudad, su casa y todo lo que eso supone. Y sin preguntar cuál es el proyecto, para qué se le quiere y qué se espera de ella o de él.

Tanto me sorprende eso como que el mismo presidente del Gobierno llame ese mismo sábado por la mañana -no sé si antes o después de hablar con el sustituto- al que hasta esa misma hora era ministro y ni se imaginaba que podía dejar de serlo, y le diga, por teléfono, que muchas gracias por los servicios prestados y que si te he visto no me acuerdo. Y no a cualquier ministro, sino, incluso, a los que han formado parte de su núcleo duro, a los que se han jugado la piel por "el jefe" y hasta han traicionado o "relajado" sus convicciones por un bien o mal entendido "sentido de Estado". Todos los que aceptan ser ministros saben que lo serán hasta que el presidente quiera -salvo, en el caso actual, si eres ministro de Podemos aunque tu presidente sea Pedro Sánchez- pero nadie espera que la lealtad o la fidelidad probadas acaben con alevosía y menosprecio de "tu" propio presidente.

Un viejo político franquista, Pío Cabanillas acuñó, entre otras muchas frases famosas, esa de "al suelo, que vienen los nuestros". El peor enemigo es siempre el enemigo interior. Lo que pasas es solo lo descubres cuando ya te han disparado. Franco que, en cuarenta años, no tuvo demasiados ministros porque creía que cambiar Gobiernos era un signo de debilidad -el que manda no se equivoca, no duda, no rectifica-, utilizaba un motorista para comunicar el cese a sus ministros. Y cuando se rumoreaba un cambio de Gobierno, los supuestamente afectados se pasaban el día mirando por la ventana esperando que (no) llegara nunca esa visita indeseada. Mi suegro, que fue un irreprochable servidor público, cada vez que asistía a una toma de posesión acompañaba siempre al cesado hasta la puerta de la calle porque arriba, estaba lleno de aduladores y de personas que esperaban pescar algo y el que se va, siempre se va solo. A Ábalos, mano derecha de Sánchez en el Gobierno y en el PSOE, fontanero de lujo para asuntos turbios y látigo de la oposición, no le ha acompañado en su salida ni un solo compañero o excompañero de gabinete. Y no es que su acidez y su chulería no se lo merecieran, pero al menos deberían haberle dado una palmada en la espalda antes de estrangularlo políticamente. Conozco la historia de otro político cesado que, ya sin coche oficial, al que estaba abonado desde su tiempo en las Juventudes de su partido, se subió al coche de su mujer, pero lo hizo en el asiento de atrás hasta que su mujer le dijo: "¿pero tú eres imbécil o qué?". La erótica del poder.

Varios ministros, en su despedida no han hecho ni una sola referencia a Pedro Sánchez. Todo un dato. Siempre he defendido que las empresas tienen que saber dar la bienvenida a un nuevo trabajador, pero que también tienen que saber despedir cuando se van. Algunas más que otras. Un Gobierno de un estado democrático de derecho debería ser ejemplar en todo eso. Lamentablemente, muchos gobernantes -no solo los de ahora, casi todos- ignoran que son servidores públicos interinos y se creen los amos absolutos del poder y de las personas. Y una llamada de teléfono no es mejor que la llegada de un motorista con el telegrama del cese.

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