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Telebasura

Antonio Pérez Henares
martes, 13 de abril de 2021, 08:01 h (CET)
MADRID, 12 (OTR/PRESS) Se le llamaba telebasura porque era la sencilla y clara expresión castellana que mejor, incluso olfativamente, la definía. Y ahora sigue siéndolo y aún hiede más si cabe. Pero como resulta que ha logrado, es una evidencia, que millones de moscas acudan al pestilente banquete y que este se haya convertido en plato común, invasivo de todas mesas, asuntos y cadenas, ya hay que hacerla parecer un manjar exquisito se le están buscando se le está buscando camuflajes lingüísticos para hacerla pasar por manjar exquisito. O sea, como lo de las "fake news" esas, que son las mentiras cochinas de toda la vida pero que dichas así con los coros mediáticos de papagayos repitiéndolas un millón se convierten en verdad verdadera y prístina doctrina. Progre, claro.

El gran salto adelante ha sido no solo la invasión de todos los formatos sino que los napoleones de esa granja se han erigido en los prescriptores nacionales de la ética, el progresismo y deciden que y quienes son los buenos y los malos, lo que tienen derechos y los que por su condición de sabandijas, con señalarles como "fachas" vale, quedan excluidos de ellos por su condición de sub-humanos. Y se dicta sentencia mientras el gurú se revuelca por el suelo de la cochiquera.

Pues bien, la coman cuantos millones quieran, eso, todo eso, fue, es y sigue siendo "telebasura" y su extensión nauseabunda es uno de los factores esenciales de degradación y retroceso, en todos los sentidos, de la sociedad española. Con el matiz añadido y creciente de que sus protagonistas, que antes eran gentes con algún oficio o relevancia en alguna actividad artística o social, son ahora ellos mismos. Los cocineros de la bazofia convertidos en estrellas.

El gran periodista e ilustre profesor, a quien siempre recuerdo con admiración y respeto, Bernardino M. Hernando, escribió su definición exacta. "Son famosos porque salen en la tele y salen en la tele porque son famosos. Sin que se sepa la razón ni de lo uno ni de lo otro". Lo dejó escrito no hace mucho, allá por los 90 y no puede ser más cierto ahora. La diferencia es que han crecido, engordado y llegado a tales extremos de poderío que ya hay miedo a decir lo que son y lo que con ellos hacen y le están haciendo a través de ello con las gentes.

Porque se han convertido en los espejos sociales. No hay mamarracho ni esperpento que no haya sido exhibido y jaleado por todas las pantallas, no hay escabrosidad o delirio, si es sexual aún mejor, que no se haya presentado como la más normalizada y aplaudible de las conductas. Tras haberle dado la ínclita Milá a aquello de Gran Hermano la categoría de "experimento sociológico" y, al ser ella quien lo afirmaba, darle patina de "progresista" el listón ha subido, por el momento, hasta donde ahora se encuentra y es la moda. Meter al personal en una isla, ahora creo que van a montar otra, y retransmitir sus apareamientos. La gente, faltaría más, queda enganchada del espectáculo. Eso nunca falla.

Que es uno más de la serie, pero todos con el mismo reclamo. Subastas de unos o de otras, con quien se lían, a quien engañan y como se lo montan y se montan. Ah! Y como lloran. Porque en esto hay que tener siempre la llantina a punto de cámara. En la tele española, que evita a toda costa una lágrima y muerto por la pandemia, aunque llevemos cien mil largos, las únicas lágrimas y presuntos dolores que se pueden exteriorizar y exhibir incluso con interés de tanto por ciento son estos.

Pero no es esta, para nada, la última frontera de indignidad que va a atropellarse. Ya estamos en la pantalla siguiente. Ahora se trata de suplantar a la justicia y que sea la telebasura quien proceda a los re-enjuiciamientos y dicte las re-sentencias ya dictadas. Ahora están con una pareja peleada desde hace lustros pero que vive de este asunto, o vivía el uno y ahora quiere también hacerlo la una. No hay un solo medio que pueda sustraerse del asunto pero es que casi todos se lanzan enfebrecidos a tomar partido en la "causa" y corre presurosa al charco, a ver si pesca algo, Irene Montero.

Así que me van a disculpar, por muchos que sean los que la vean, por muchos que ahora intenten blanquear el cenagal de detritus y casquería en el que se revuelcan, por mucho que algunos encalen con columnas de blanqueo el engendro y lo pretendan convertir en el sumum de la modernidad y el progreso. A mí, humildemente, no me gusta comer estiércol. Ni creo que sea bueno lo mejor para la salud, alimentar con ello, a todas horas, como plato estrella y de distribución masiva, a la población entera.

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