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Etiquetas:   Política

Partidos, poder y liderazgo

Francisco Muro de Iscar
jueves, 8 de abril de 2021, 08:02 h (CET)
MADRID, 7 (EUROPA PRESS) Poder y liderazgo, especialmente en la esfera pública, son, perdón, deberían ser sinónimo de servicio y compromiso con los ciudadanos. Lamentablemente, esa afirmación dista mucho de nuestra realidad actual porque el poder y el liderazgo no están hoy ni en manos de los grandes grupos de presión ni de trilaterales oscuras o de instituciones como el Ejército o la Iglesia, que, no hace demasiado lo ejercían casi sin control alguno.

El llamado Poder Judicial, el nuestro al menos, está en uno de sus peores momentos, a punto de ser fagocitado sin disimulo por el poder político. Ni siquiera los medios de comunicación, que han perdido gran parte de su influencia, especialmente la prensa escrita, son hoy un poder real y, si acaso, han acabado convirtiéndose en una maquinaria útil para los que tienen todo el poder, los partidos. Y si me apuran ni siquiera éstos: solo un jefe que controla a un reducidísimo número de dirigentes que, a su vez, controlan el "aparato" del partido que, si ha alcanzado el poder ocupa el Estado sin que ni siquiera el Parlamento ejerza un control real de las decisiones del Ejecutivo.

Quien manda en el PSOE no es el Partido Socialista, sino Pedro Sánchez. Lo mismo en el PP, en Ciudadanos o en Junts per Cataluña, donde quien ostenta el poder, ni siquiera está en España y es un fugado de la Justicia. Y no digamos en Podemos, donde no hay asambleas ni círculos ni Congresos para regenerar la vieja política, sino solo Pablo Iglesias, dueño y señor de todo.

Los partidos, que en las democracias modernas se han desarrollado como mediadores entre la sociedad civil y el Estado, se han apropiado de éste, buscan seducir al electorado con promesas que no piensan cumplir, invaden la Administración pública cada vez que aceden al poder, priman la fidelidad sobre los méritos o los conocimientos, castigan la mínima desobediencia, multiplican los privilegios de unos pocos, aumentan la burocracia y se alejan no solo de los ciudadanos a los que dicen representar sino incluso, de sus militantes.

Esa es, sin duda, la razón del fin del bipartidismo y de la aparición de movimientos y nuevos partidos que, en la mayoría de los casos, desaparecen o se difuminan al cabo de pocos años, pero que desfiguran el mapa político y favorecen el desprestigio de la democracia. Esos nuevos partidos, en la mayor parte de los casos, aspiran a destruir el sistema, usan los nuevos instrumentos de comunicación con publicitarios e influencers, manipulan y pervierten el lenguaje, lanzan noticias falsas, mienten sin ningún pudor, no asumen responsabilidades ni errores y degradan lo poco sano que hay en la política actual. Aprovechando los graves errores de los grandes partidos clásicos, han instalado la sospecha, el rencor y el odio en la vida pública y eso solo conduce a la degradación de la sociedad.

Si la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, los partidos son el menos malo de los instrumentos para la democracia representativa. Así que hay que exigir a la clase política, al menos a los políticos que creen que lo suyo es servicio y compromiso, que hagan algo para cambiar la realidad. Tiene que haber algún partido que proponga un cambio sustancial, intelectuales que se pongan al frente de esa regeneración real que se necesita.

Y tal vez alguien podría proponer algunas cosas que sí servirían para cambiar esta realidad, especialmente en tiempos de crisis: revisar el gasto público burocrático; eliminar Ministerios y Consejerías y las duplicidades en las Administraciones; aumentar los controles y la transparencia; reducir el número de diputados, senadores y de parlamentarios autonómicos, el de cargos públicos y el de asesores a dedo; bajar algunos sueldos, especialmente en las empresas públicas; exigir méritos, conocimientos y experiencia a esos cargos públicos y no solo fidelidad absoluta; reducir las generosas aportaciones del Estado -es decir, de los contribuyentes- a partidos, sindicatos y asociaciones afines. Con solo algunas de estas pequeñas cosas y con partidos dispuestos a consensuar medidas y no a imponerlas, tal vez recuperaríamos la imprescindible confianza en nuestros políticos y en los partidos que nos deberían representar.

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