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El móvil de Dina

Rafael Torres
martes, 7 de julio de 2020, 08:01 h (CET)
MADRID, 6 (OTR/PRESS) El oficio de espía se ha simplificado mucho: basta robar el móvil al espiado. En él, en su tarjeta de memoria, se encuentra registrado, día a día, minuto a minuto, el papel que el usuario ha interpretado en la farsa de su vida social. Ésto, que suele carecer de interés salvo para los cotillas, puede, si la usuaria es coleguilla de un político, concretamente de un político durito de esos que va haciendo amigos por todas partes, devenir en un pifostio de mucho cuidado.

De todo el follón que se ha armado en torno al robo del teléfono móvil de una ex alumna y ex asesora de Pablo Iglesias, y de la posterior filtración de partes de su contenido, éste, el contenido, es, como cabía esperar, lo menos interesante, nada en comparación con la película de Serie B que los concernidos en el caso, y los que han querido concernirse, están montando sin que falte de nada: fiscales lenguaraces, abogados patidifusos, periodistas beligerantes, jueces mosqueados, perjudicados sospechosos, policías fulleros y demás personajes convenientes a la trama.

Como quiera que la destrucción a martillazos de los discos duros en el caso Bárcenas debió de crear escuela, no falta aquí tampoco la tarjeta de memoria achicharrada, y menos las sombra del achicharrador. Ahí aparece, envuelta en un misterio igualmente de Serie B, la borrosa silueta que algunos identifican con la del que se apalancó el móvil de la muchacha, sin devolvérselo en meses pese a su estrecha relación, cuando el artefacto apareció de forma tan oscura como novelesca, el antaño asaltacielos y hogaño vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias. No se lo quiso devolver, dice, para no meterle "presión" a la politóloga, y apunta al malo de la película, el villano Viallarejo, como factor del plan urdido en las cloacas del Estado por la "policía patriótica" para hundir a Podemos.

Todo es cutre, desatentado, sórdido y vulgar en ésta película, lo que no quiere decir que del visionado y el análisis de cada uno de sus fotogramas no se desprenda algún elemento para la reflexión y hasta para el espanto. Ya se verá dónde acaba el recorrido judicial del caso, y dónde y en calidad de qué sus actores, pero, entre tanto, cabría reflexionar sobre ese invento diabólico, ciertamente útil en ocasiones pero diabólico, el móvil, que ha simplificado tanto el trabajo de los espías.

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