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Luto

Rafael Torres
jueves, 28 de mayo de 2020, 08:01 h (CET)
MADRID, 27 (OTR/PRESS) Hasta que no se publiquen los nombres de todos los españoles fallecidos a causa del coronavirus, como hizo en portada y a seis columnas The New York Times con los de las víctimas norteamericanas, no me creeré que estamos de luto. No se está de luto por un número, sino por personas, compatriotas en éste caso, con nombre y apellidos.

En vez de esa página de propaganda que el Gobierno insertó con un eslogan banal ("Salimos más fuertes") en la primera de casi todos los periódicos, se necesita esa otra que registre minuciosamente el objeto de nuestra condolencia, la identidad, siquiera sintetizada en el nombre, de esos cerca de 30.000 españoles (según el cómputo oficial; unos 40.000 según otros más realistas) cuyas vidas se han extinguido en las agonías de las UCI o en los desaparecederos de las Residencias de Ancianos sin que nadie les pudiera despedir en su último viaje. Si el Luto Nacional de diez días decretado por el Gobierno viene a convocar a esa comunitaria despedida, reparando en algo así el destrozo emocional de tantas familias y allegados, que se sepa de quién nos despedimos.

Ha sido tan brutal el chorro de muertes en los últimos tres meses, mientras unos se quejaban del confinamiento, otros se lo saltaban, otros, en el Congreso, hacían política sucia, y otros, los mejores, se jugaban el pellejo para detener ese chorro, que no se puede pagar página sin dedicar a su memoria algo más que una fría, vacía y estereotipada declaración de Luto Oficial con sus banderas a media asta, sus crespones negros y su minuto de silencio del que casi nadie se ha enterado.

Hasta que uno no encuentre y vea la relación de todos los nombres de las víctimas, caídas en éste combate terrible y desigual contra un morbo desconocido, no se creerá que estamos de luto. Sí encuentra uno, en cambio, el obsceno cálculo de lo que nos vamos a ahorrar en prestaciones, toda vez que la mayoría de esas víctimas innominadas eran jubilados, pensionistas, y mientras ni siquiera se sabe con certeza el número de los fallecidos, pues las cuentas se hacen de aquella manera, ese cálculo atroz se ha afinado hasta el último euro.

Uno quiere conocer sus nombres, pues cada uno de ellos tenía uno, para sentir que se siente de verdad su pérdida. Todos los nombres. Y luego, si eso, nos ponemos con las miserias político-judiciales del Gobierno, de la oposición y del informe ese tan de Pérez de los Cobos.

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