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Etiquetas:   Política

La ley del Rey

Rafael Torres
jueves, 19 de marzo de 2020, 08:00 h (CET)
MADRID, 18 (OTR/PRESS) Contaba Gila en uno de sus geniales monólogos que la guerra tenía la ventaja de que te podías hinchar a matar y la policía no te decía ni pío. En efecto, la ley racional decae en escenarios de irracionalidad, que es lo que también ocurre cuando una ley otorga a alguien el privilegio de inviolabilidad e irresponsabilidad ante la ley precisamente, y ello por preservar y blindar una institución, la monárquica, que no se compadece con la racionalidad de lo electo en atención a méritos y capacidades, sino con la irracionalidad de lo genético y hereditario.

O dicho de otro modo: si un ser humano puede hacer lo que le de la gana, lo hará, y si eso que le da la gana traspasa las lindes de la ley y sabe que ni la policía, ni los jueces, ni nadie, le dirán ni pío, también lo hará. El caso de Juan Carlos de Borbón, que durante su reinado como Juan Carlos I pudo haber simultaneado o suplantado esa función pública con las propias de un comisionista particular, parece inscribirse en ese espacio de impunidad, pero ese blindaje ante la ley que hace trizas el principio democrático esencial de igualdad ante la ley no ha sido el único del que el hoy repudiado monarca gozó en tanto se entregaba presuntamente a sus chanchullos dinerarios: la clase política y la económica, así como la prensa, reforzaron durante todo su reinado, hasta lo de Botsuana con Corinna, esa coraza formidable.

No hace falta ser abiertamente republicano, como lo es modestamente uno, para deplorar y condenar conductas regias que, inscritas en el ámbito de las dádivas oscuras, las comisiones ilegales, los blanqueos de dinero o los paraísos fiscales, lesionan tan gravemente al Estado y al buen concepto que de él debe tenerse dentro y fuera de las fronteras nacionales. Con ser una persona de orden y de respeto, afecto a los principios de la honestidad y el decoro, cual seguramente puede serlo quien por lo que sea simpatiza con la forma monárquica del Estado, basta, e incluso sobra, para encontrar inaceptables esas inviolabilidades e irresponsabilidades legales que no facultan para nada bueno.

En medio de ésta calamidad sanitaria universal, la del coronavirus, que mata a nuestros mayores y nos confina entre cuatro paredes, ha terminado de estallar ese escándalo que tizna, más que al que quiso y pudo mancharse, el nombre de nuestra nación.

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