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Etiquetas:   Política

El miedo ya no funciona como arma electoral.

Carlos Carnicero
lunes, 13 de julio de 2015, 10:00 h (CET)
MADRID, 12 (OTR/PRESS)Hay un sustrato infantil en la política del PP. Pero confieso que tengo algunas dudas sobre su eficacia. Desde luego ellos, los cerebros de la estrategia electoral del partido de Mariano Rajoy, deben tener fe en esos procedimientos porque actúan con disciplina germánica. En ausencia de autocrítica -otra constante en su metodología política- su estrategia para superar el declive es una mixtura entre la recuperación económica y el miedo expandido sobre lo que ahora llaman "radicales". Desaparecido el eje político izquierda/derecha, el recurso es englobar a toda oposición en la categoría de antisistema, "las izquierdas" y los radicales, en donde naturalmente pretenden instalar al amplio espacio que existe desde el PSOE hasta la izquierda más extrema.

Han jugado fuerte la baza griega. Han tratado, una vez equiparado Syriza con Podemos, demostrar que la mera existencia política de organizaciones de esa naturaleza pone en peligro la estabilidad del sistema de bienestar que el Partido Popular ha estado a punto de destruir. El problema es que la recuperación económica -innegable desde parámetros de macro economía- no alcanza el bolsillo de los españoles. Ni siquiera con la propina de la rebaja del IRPF, realizada en la más genuina tradición del clientelismo electoral populista. Nadie habla del abismo entre las retribuciones de los ejecutivos del IBEX 35 y los asalariados de a pie.

Se crea empleo, pero precario. Y las perspectivas de crecimiento del PIB no guardan relación correspondiente con la esperanza de crear empleo, y mucho menos de calidad. Hay alianzas internacionales coyunturales que juegan a favor del gobierno. La depreciación del Euro favorece las exportaciones. Los atentados yihadistas de Túnez pueden desviar turismo de playa hacia las costas españolas. Y el rejuego de los precios del petróleo compensa la depreciación del Euro. Pero la crisis griega, sin haber hecho llegar la sangre financiera de Europa al río, no se puede dar por agotada ni siquiera con un hipotético acuerdo para un tercer rescate de Atenas.

Hagamos algunas reflexiones.El referéndum griego, con todas sus contradicciones, ha puesto en evidencia dos déficits de la estrategia del norte frente al sur. En primer lugar, pese a la obscena campaña realizada desde las instituciones europeas para inmiscuirse en la soberanía griega en el referéndum, ha ganado la opción más humillante para los tecnócratas de Bruselas y del Fondo Monetario Internacional. Con un apabullante resultado, los griegos se han sobrepuesto a las campañas de coacción y miedo y han votado por su dignidad antes que por su contabilidad. Han sustituido la calculadora por la política. Y aunque la resultante haya sido una propuesta del gobierno y la oposición griega que no difiere mucho de la que rechazó el gobierno griego antes del referéndum, han puesto sobre la mesa la dignidad de una nación pobre, pequeña, desindustrializada y empobrecida. ¡Casi nada!

Han sentado un precedente. Se puedo sacar pecho frente a la prepotencia de Alemania y sus satélites. Y no es el cataclismo, aunque la situación final no sea realmente buena.

Empiezan a surgir voces sensatas que apuestan por una salida ordenada y responsable de Grecia del Eurogrupo para recuperar su política monetaria con grandes dificultades a corto plazo pero con expectativas de establecer una economía sostenible a medio plazo con el Dracma como alternativa al Euro. Sin duda la divisa europea es un peso pesado. Ha permitido enormes acumulaciones de capital en los segmentos privilegiados de las sociedades europeas, sobre todo de las más poderosas. Pero ha aumentado las desigualdades. Cada día los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Se ha sustituido la vieja ensoñación europea del estado del bienestar y la redistribución de la renta por las recetas anglosajonas de abrir autopistas económicas para los poderosos. Y que las migajas atrapen en el consumo a los más desfavorecidos. El sueño europeo fundacional se está hundiendo. Y la señora Merkel y la reunificación de Alemania inauguraron un tiempo en que el país que destrozó dos veces Europa en las dos grandes guerras ha perdido casi todos los complejos. Solo le queda el Holocausto como un compromiso permanente con la política del Estado de Israel. Ningún otro complejo de culpa y ninguna responsabilidad de un liderazgo europeo solidario. Ahora las divisiones acorazadas son meramente económicas.

A medida que la propaganda contra Grecia se está demoronando quedan evidencias insoportables encima de la mesa. Por sintetizar: Grecia fue prácticamente destruida por Alemania durante la II guerra mundial. Un millón doscientos mil griegos muertos durante la ocupación en un universo de ocho millones de habitantes en aquella época. Alemania nunca pagó un centavo de la deuda de guerra contraída con Atenas. Siete mil millones de dólares de 1946. Luego Grecia siguió asolada por una cruenta guerra civil y con la dictadura militar. Y para colmo de males, gobiernos corruptos de izquierda y derecha falsificaron las cuentas para entrar en el Euro, adquirieron créditos a cambio de sobornos con bancos alemanes y franceses, sobre todo, para comprar fundamentalmente armas. Ese es el origen de la deuda griega, sin desestimar una sociedad clientelar en la que la fiscalidad era una broma y los subsidios un sistema caciquil de clientelismo electoral.

Ahora Grecia ya no debe dinero a los banqueros alemanes y franceses porque los directivos de la Unión Europea han nacionalizado las deudas y los bancos ya no tienen acreedores. Los tenemos los ciudadanos europeos. Exactamente igual que hizo en España Rajoy con las aportaciones de capital a las crisis de las cajas de ahorros españolas. De eso cada vez se habla menos.

Como Ángela Mérkel no ha derrotado a Syriza en el referéndum griego, la amenaza de una rebelión de los países pequeños contra el directorio alemán que controla los mecanismos de la Unión Europea es un peligro acrecentado. Ya no será tan fácil que el Banco Central o la propia señora Mérkel -que no oferta disimulos del control que tiene sobre la economía europea- impongan sus condiciones sin pararse a pensar en los ciudadanos de los países más pobres. La tesis de que un Euro de dos velocidades no es tan atractiva, se acabará imponiendo.

Por eso Rajoy se ha sumado al carro del peligro que significa para el establishment tradicional la eclosión de alternativas políticas rupturistas. Estaba cantado que iba a ocurrir por el desprestigio de los partidos tradicionales. Y cuando se ha consumado el cambio, la respuesta es el miedo a los efectos que la corrupción y la inoperancia de los partidos tradicionales ha generado como una alternativa irremediable.

Pero había que meter en el saco al PSOE para despejar el camino de la victoria electoral del PP. Ahora, el principal partido de la oposición se ha convertido en una amenaza radical de peligrosos extremistas que se ha entregado a Podemos. Produce sonrojo intelectual pretender que Pedro Sánchez sea un aprendiz de comunista. Pero en la mecánica propagandista del PP siguen pesando que la repetición de cualquier hipérbole imposible llegará a producir efecto gracias al miedo. En realidad, merced a la dignidad del pueblo griego, se ha demostrado que el miedo ya no es un arma infalible y que tiene efectos colaterales que dañan a quienes disparan esos proyectiles.

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