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El lenguaje político se entiende por suicidio a quien toma decisiones a sabiendas de que le van a conducir irremediablemente al ostracismo

El suicidio

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«Cuando los nervios fallan no hay otra solución que decir: “No puedo más” y matarse, Tenía el deber de suicidarse». Estas palabras se las dedicó Adolf Hitler al mariscal de campo Friedrich Von Paulus. Palabras que él mismo asumió ante el gran fracaso de su vida y de su criminal trayectoria.


La falta de valentía para asumir la responsabilidad de las propias acciones es en ocasiones una de las causas que lo motivan, pero no siempre el suicidio ha de ser forzosamente físico y tan trágico Por el contrario en el lenguaje político se entiende por suicidio a quien de una forma pertinaz y torpe toma decisiones a sabiendas de que le van a conducir irremediablemente al ostracismo y en ocasiones a una condena personal.


No de otra manera se puede entender la sorprendente conducta del fugado Puigdemont y de sus compañeros encarcelados o imputados que persisten en obviar y retorcer un principio básico y fundamental de la democracia como es, además del voto en libertad, el respeto a la ley y al Estado de Derecho.


La patética imagen del ciudadano republicano Puigdemont, que huido de la justicia española, aprovecha abusivamente en Bélgica la libre circulación europea para desprestigiar, insultar y agraviar a los españoles no puede ni debe tener otro final que “disfrutar” unos cuantos años de nuestro sistema penitenciario moderno y rehabilitador que injusta y sorprendentemente ha puesto en duda la justicia belga.


Pero siendo el suicidio político una desgracia para quien termina naufragando en el proceloso mar de sus errores y obstinada ceguera, más grave aún puede ser el suicidio colectivo de una sociedad que, como la catalana, se deja arrastrar hacia el abismo de un futurible independentista y mesiánico que la inexorable realidad lo demuestra inalcanzable y corrosivo.


La nueva era digital en la que estamos inmersos nos ha alejado ya años luz, de los usos, costumbres y avances económicos o sociales que conquistamos las generaciones del siglo pasado.

Los continentes se comunican ya en fracciones de segundos, las distancias se han aproximado a velocidades de vértigo, las economías se entrelazan en unas redes tupidas de intereses globales y en ocasiones hasta virtuales y las sociedades se influencian por patrones orientados y dirigidos desde el inmenso poder que hoy detentan los medios de comunicación, especialmente internet y las redes sociales.


Cataluña, no puede ni debe por ir contra esta realidad, ni puede tampoco absorber la dedicación y el esfuerzo de toda una colectividad nacional para enfrentarse a los grandes retos que en esta nueva era deben afrontar especialmente las generaciones más jóvenes. Ese empecinamiento separatista no solo es dañino para esa gran región autónoma de nuestro territorio sino para el conjunto de España que con mucho esfuerzo y sacrificio desea seguir desempeñando el papel que le corresponde como potencia europea y mediterránea que es.


Es urgente que los propios catalanes, independentistas o no, aparquen sus diferencias políticas para normalizar el funcionamiento de sus instituciones, la convivencia pacífica de la ciudadanía y recuperar la confianza de sus propias empresas que han huido y huyen aún de la incertidumbre generada por la insensatez de quienes todavía, parecen estar dispuestos a bloquear la elección de un gobierno que ponga fin a tan dramática situación.


A raíz del Brexit no hay mejor reflexión para aquellos que propugnan la separación de España y por ende de la Unión Europea, que la que hizo el comisario europeo de asuntos exteriores Chris Patten sobre las consecuencias que vaticinaba para el Reino Unido por el resultado del referéndum separatista.


“La decisión de salirse de la UE dominará la vida nacional británica durante la próxima década, si no es más allá. Puede argumentarse acerca de la escala precisa del choque económico-a corto y largo plazo-pero es difícil imaginar cualquier circunstancia en la que el Reino Unido no se empobrezca ni deje de tener más significación en el mundo. Muchos a quienes se les fomentó que votaran supuestamente por su “independencia” hallarán que, lejos de ganar libertad, han perdido su trabajo.”

El suicidio

El lenguaje político se entiende por suicidio a quien toma decisiones a sabiendas de que le van a conducir irremediablemente al ostracismo
Jorge Hernández Mollar
sábado, 3 de febrero de 2018, 13:10 h (CET)

«Cuando los nervios fallan no hay otra solución que decir: “No puedo más” y matarse, Tenía el deber de suicidarse». Estas palabras se las dedicó Adolf Hitler al mariscal de campo Friedrich Von Paulus. Palabras que él mismo asumió ante el gran fracaso de su vida y de su criminal trayectoria.


La falta de valentía para asumir la responsabilidad de las propias acciones es en ocasiones una de las causas que lo motivan, pero no siempre el suicidio ha de ser forzosamente físico y tan trágico Por el contrario en el lenguaje político se entiende por suicidio a quien de una forma pertinaz y torpe toma decisiones a sabiendas de que le van a conducir irremediablemente al ostracismo y en ocasiones a una condena personal.


No de otra manera se puede entender la sorprendente conducta del fugado Puigdemont y de sus compañeros encarcelados o imputados que persisten en obviar y retorcer un principio básico y fundamental de la democracia como es, además del voto en libertad, el respeto a la ley y al Estado de Derecho.


La patética imagen del ciudadano republicano Puigdemont, que huido de la justicia española, aprovecha abusivamente en Bélgica la libre circulación europea para desprestigiar, insultar y agraviar a los españoles no puede ni debe tener otro final que “disfrutar” unos cuantos años de nuestro sistema penitenciario moderno y rehabilitador que injusta y sorprendentemente ha puesto en duda la justicia belga.


Pero siendo el suicidio político una desgracia para quien termina naufragando en el proceloso mar de sus errores y obstinada ceguera, más grave aún puede ser el suicidio colectivo de una sociedad que, como la catalana, se deja arrastrar hacia el abismo de un futurible independentista y mesiánico que la inexorable realidad lo demuestra inalcanzable y corrosivo.


La nueva era digital en la que estamos inmersos nos ha alejado ya años luz, de los usos, costumbres y avances económicos o sociales que conquistamos las generaciones del siglo pasado.

Los continentes se comunican ya en fracciones de segundos, las distancias se han aproximado a velocidades de vértigo, las economías se entrelazan en unas redes tupidas de intereses globales y en ocasiones hasta virtuales y las sociedades se influencian por patrones orientados y dirigidos desde el inmenso poder que hoy detentan los medios de comunicación, especialmente internet y las redes sociales.


Cataluña, no puede ni debe por ir contra esta realidad, ni puede tampoco absorber la dedicación y el esfuerzo de toda una colectividad nacional para enfrentarse a los grandes retos que en esta nueva era deben afrontar especialmente las generaciones más jóvenes. Ese empecinamiento separatista no solo es dañino para esa gran región autónoma de nuestro territorio sino para el conjunto de España que con mucho esfuerzo y sacrificio desea seguir desempeñando el papel que le corresponde como potencia europea y mediterránea que es.


Es urgente que los propios catalanes, independentistas o no, aparquen sus diferencias políticas para normalizar el funcionamiento de sus instituciones, la convivencia pacífica de la ciudadanía y recuperar la confianza de sus propias empresas que han huido y huyen aún de la incertidumbre generada por la insensatez de quienes todavía, parecen estar dispuestos a bloquear la elección de un gobierno que ponga fin a tan dramática situación.


A raíz del Brexit no hay mejor reflexión para aquellos que propugnan la separación de España y por ende de la Unión Europea, que la que hizo el comisario europeo de asuntos exteriores Chris Patten sobre las consecuencias que vaticinaba para el Reino Unido por el resultado del referéndum separatista.


“La decisión de salirse de la UE dominará la vida nacional británica durante la próxima década, si no es más allá. Puede argumentarse acerca de la escala precisa del choque económico-a corto y largo plazo-pero es difícil imaginar cualquier circunstancia en la que el Reino Unido no se empobrezca ni deje de tener más significación en el mundo. Muchos a quienes se les fomentó que votaran supuestamente por su “independencia” hallarán que, lejos de ganar libertad, han perdido su trabajo.”

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