A nadie se le oculta la relevancia que, el fútbol, ha venido adquiriendo a lo largo y ancho de nuestro planeta. Niños y niñas, ya no quieren ser astronautas, médicos, bomberos o –ni mucho menos– presidentes de sus respectivos estados. Hoy día, Beckham es el único patrón a seguir.
Y, aunque esta situación es común a todos los países de nuestro entorno, lo que resulta –cuanto mínimo– destacable, es la excesiva influencia que, este deporte, ha llegado a demostrar en España.
Ciertamente, fue sintomático que nuestro Parlamento decidiera concederle el rango de «deporte de interés general». Pero, una cosa es que nuestros legisladores recogieran por escrito algo que –aunque curioso– no deja de ser una realidad social y otra, muy diferente, es observar cómo se ha "futbolizado" el panorama político español.
De un tiempo a esta parte, algunos de sus señorías han comenzado a comportarse en el hemiciclo, con la furia propia de un ultrasur. No hay que irse muy lejos para recordar –aunque a veces fuera mejor olvidar– sesiones parlamentarias en las que, a modo de hooligans, algunos diputados del ala derecha jaleaban a sus compañeros de partido, cuando éstos trataban de lavarse las manos ante tragedias como las del Jakolev o, sin retroceder tanto, en la comparecencia de Aznar ante la comisión del 11M. Ya lo preguntó la señora Manjón: «¿De qué se reían señorías, qué jaleaban o qué vitoreaban mientras hablaban del asesinato de mi hijo y de 191 personas más?».
Y es que, el Partido Popular, gana de goleada en lo que se refiere a este nuevo rumbo que ha tomado la política patria. Claro, cómo no va a ser así, si su propio líder ha querido convertirse en una especie de Mariano "El del bombo" que, con su ¡España, España, España!, recorre la piel de toro intentando despertar fantasmas que creíamos superados.
Entiéndanme, que yo no digo que sea malo hablar de España. Lo problemático es que quien aporrea el bombo se crea con la autoridad de definirla en sentido unívoco y –para estar perdidos del todo– entienda que sólo él la representa.
Y es que, de la misma manera que se sanciona a los ultras en el fútbol, cuándo dejará de ser gratuito soltar improperios en sede parlamentaria.