Para los bilbaínos de pro –y en Bilbao lo somos todos–, las fiestas de la Aste Nagusia o Semana Grande son, como lo es todo es Bilbao, lo mejor, lo más grande y divertido del mundo.
Entre comparsas, txoznas, barracas y fuegos artificiales, los bilbaínos consultamos nuestro programa de fiestas para decidir cuál será nuestra próxima aventura. Sin embargo, además de las clásicas actividades programadas, una serie de eventos, fuera de todo tipo de organización oficial, se han venido haciendo un hueco entre los clásicos de la Semana Grade. Entre ellos, para vergüenza de propios y extraños, el que se lleva la palma es el denominado día de las banderas.
Una buena mañana, a un grupo de gente que imagino que no tendría otra cosa más importante que hacer que malgastar su tiempo berreando frente al ayuntamiento, se le ocurrió acudir al izado clásico de banderas para protestar cuando la señera española fuera colocada. Este acto, tan ridículo e insípido, fue repitiéndose año tras año hasta llegar a suponer verdaderas jornadas de lucha callejera, que convertían a la mañana del viernes grande en inapta para salir a dar una vuelta tranquilamente.
Ahora, no se si gracias a dios o al actual contexto, aquel día de las banderas ha quedado reducido a un ridículo mayor del que se desprende de su propia naturaleza. Ya se sabe, por suerte, las cosas ya no son como eran antes.
Pero a pesar de haber superado todo aquello, aún hay quien todavía no ha aprendido la lección: olvidarse de la política, aunque sólo sea una semana al año, no hace daño a nadie. Es más, aquí en el Pais Vasco, debería ser hasta obligatorio.