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Saludos reveladores

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Desde la insolencia a la amabilidad, o viceversa, puesto que el orden aquí no es determinante; las peculiaridades del TRATO entre los humanos, dicen mucho de las trastiendas existentes en sus cerebros, incluídos el subconsciente y el orgullo prepotente. Los talantes hoscos, vulgares, groseros, con miradas huidizas; componen una agrupación caracterizada por una notable aspereza a la hora de entablar contacto con ellos. El encanto meloso, exagerado, melifluo y de miradas envolventes; ocupa los extremos de otra índole. Unos por brutos y otros por pegajosos, está claro que no predisponen a la relación fluida con los demás. El término medio, tirando a campechano o gente seria a secas, ofrecen gran riqueza de matices, como corresponde a los variados ambientes y caracteres.

Paso a referirles una anécdota, que por persistente, quizá exija la catalogación como costumbre. A las excursiones campestres acuden gentes de lo más variado, desde el asiduo al ocasional, como pasatiempo o practicando un ejercicio físico con especial dedicación. En el País Vasco está muy acendrada la costumbre de culminar estas excursiones con la subida a los montes del entorno. En una de estas ascensiones, la del monte Gorbea en concreto, se dan la mano la ANÉCDOTA y el SALUDO. En los primeros tramos, los escasos desniveles están situados en la ribera fluvial; después vienen las zonas con desniveles intermedios; para terminar en la ascensión final, de mayor dificultad. Mientras en los tramos elevados, los encuentros tienden al saludo, con naturalidad e incluso con el añadido de comentarios afables. ¿Será como reconocimiento al esfuerzo común de los que allí llegaron? En la medida que descendemos, uno encuentra personas a las que ya les cuesta más el saludo. En los tramos llanos ribereños, proliferan los ensimismados, que ignoran a los demás transeúntes. Curiosamente, estos últimos paseantes hablan a voces entre ellos y no están disponibles para entretenerse en saludar. En fin, la camaradería reina en las alturas y el desdén en las bajuras. ¿Tan distintas son las personas circulantes por cada uno de los tramos? ¿Es responsable de esa actitud el nivel de esfuerzo? ¿Hay otras causas?

En el ruido de las relaciones sociales repercuten CIRCUNSTANCIAS imprevistas. El aislamiento progresivo del excursionista que asciende las cotas de una montaña, su esfuerzo, quizá le aligera de factores sociales menos necesarios en su ocupación actual. Una cierta camaradería aparece entre ellos, reflejada en aquel saludo espontáneo y animoso. En los niveles menos abruptos, la actividad desplegada no pasa de un simple paseo. En consecuencia, los recovecos sociales aún ejercen con fuerza; el encuentro es con desconocidos y aún andan enfrascados en sus atareadas conversaciones. ¿A qué viene eso de saludar a cualquiera? Ellos se dan su importancia. No sé si llegará a tanto como decía Unamuno, seguramente la necesitaban, vistas las fruslerías que ocupaban su magín.

Da la impresión de que cuanto más impersonales son las cuestiones tratadas, adquiere una mayor relevancia el revuelo ambiental. Por eso hablamos del aislamiento entre el gentío de las ciudades. Muchas conversaciones altisonantes compiten entre sí, algunas dirigidas al vacío, a los móviles o grabadoras; la distinción no es fácil. El ruidoso ambiente llega a los adentros a través de los auriculares, con escuchantes que viajan por otros rumbos, aunque estén mezclados con el bullicio. Son ambientes en los que la relación de lo aparatoso, ruidoso o gestual, con los saludos o las mismas relaciones, parece un tanto contradictoria. El vocerío y la agitación, convierten a los contactos en APARIENCIAS momentáneas. Hablar de sinceridad o falsedades resulta impracticable entre esos ajetreados intercambios. La dedicación y volcarse hacia los acompañantes, menguan en el ruido ambiental.

El saludo de entrada o de bienvenida, es determinante para la relación posterior, podemos quedar sorprendidos por la efusiva acogida, o por el contrario, decepcionados ante la frialdad de la misma. La despedida también influye, hasta llegar a estropear la relación previa o bien consolidarla. Suele hablarse en estos casos de la NATURALIDAD de los gestos, del equilibrio entre las percepciones y las respuestas. Sin embargo, lo que comienza como una actitud natural, sufre añadidos progresivos y modificaciones por la adaptación a cada caso. Es frecuente que las formalidades adosadas resulten artificiosas, con el consiguiente encorsetamiento de dichos encuentros. En definitiva, lo natural es diverso y lo expresan los matices de cada persona, enfrentada a situaciones complejas y cambiantes. La aproximación es peculiar en cada momento, aunque tientan los estereotipos de la moda o de las costumbres. Por encima de todos los influjos, lo natural manifiesta su presencia o su ausencia; se aprecia con cierta facilidad.

La frialdad de los contactos confiere opciones a las actitudes indiferentes, consolida una serie de intercambios telegráficos, mínimos y despersonalizados. La incomodidad y el pasotismo incrementan la tendencia a unos saludos escuetos, entrecortados y con una implicación casi inexistente de los protagonistas. Son aires que contribuyen a la desaparición progresiva de la cortesía; estamos ante una devaluzación que no facilita el funcionamiento de los engranajes sociales. Desde escasa valoración, el respeto tiende a ser menospreciado y los DESPLANTES acogen el campo liberado. Suponen un paso más allá en la degradación del saludo, sobre todo, por el carácter aplastante del trato despectivo. La frase cortante es peor que el silencio; con ella, el orgullo y la prepotencia aparecen en escena. Para su ejercicio completo ha de haber humillados y ofendidos, al menos queda patente el desprecio olímpico hacia los demás. No contentos con ignorarlos, insisten con sus puyazos de mayor calibre.

Los variados matices imponen su sello. Con los gestos fríos o los picotazos de los desplantes, configuramos la imagen del prójimo como un ente desconectado. En consecuencia, entrar a conocer sus circunstancias y necesidades, apetencias y gustos, dejarían de formar una parte importante de las relaciones sociales. ¿Será posible así la convivencia civilizada? Pienso en los Urdangarín de turno, “familias mafiosas” vestidas de lujos y cargos, en los endeudamientos escandalosos promovidos por los desaprensivos políticos de cada caso, truhanes sarcásticos en demasiadas ocasiones. Pienso en como era su trato, orgullosos y despectivo, de cara a los ciudadanos. En estos trances, alcanzamos el LÍMITE que nunca debimos transpasar, el de la delincuencia y la violencia; a esto nos llevó la degradación de los contactos, entre otras causas.

De lo que deducimos la IMPORTANCIA de unas actitudes pretendidamente banales. ¿Qué más dará un saludo cuidado, respetuoso o intempestivo? Pues sí que dice mucho. Las características del saludo manifiestan alguna de las cualidades de quienes lo practican, de su calidad humana; no es el único indicador, pero sí muy gráfico. Hubo experimentos demostrativos, en la medida que uno no ve o ignora a los demás; es más propenso a infringirles algún daño o determinada violencia. Quedémonos por lo tanto con la bondad del trato afable, potente amortiguador frente a la agresividad y los abusos de tantos desalmados como nos toca contemplar.

Saludos reveladores

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 17 de agosto de 2012, 07:56 h (CET)
Desde la insolencia a la amabilidad, o viceversa, puesto que el orden aquí no es determinante; las peculiaridades del TRATO entre los humanos, dicen mucho de las trastiendas existentes en sus cerebros, incluídos el subconsciente y el orgullo prepotente. Los talantes hoscos, vulgares, groseros, con miradas huidizas; componen una agrupación caracterizada por una notable aspereza a la hora de entablar contacto con ellos. El encanto meloso, exagerado, melifluo y de miradas envolventes; ocupa los extremos de otra índole. Unos por brutos y otros por pegajosos, está claro que no predisponen a la relación fluida con los demás. El término medio, tirando a campechano o gente seria a secas, ofrecen gran riqueza de matices, como corresponde a los variados ambientes y caracteres.

Paso a referirles una anécdota, que por persistente, quizá exija la catalogación como costumbre. A las excursiones campestres acuden gentes de lo más variado, desde el asiduo al ocasional, como pasatiempo o practicando un ejercicio físico con especial dedicación. En el País Vasco está muy acendrada la costumbre de culminar estas excursiones con la subida a los montes del entorno. En una de estas ascensiones, la del monte Gorbea en concreto, se dan la mano la ANÉCDOTA y el SALUDO. En los primeros tramos, los escasos desniveles están situados en la ribera fluvial; después vienen las zonas con desniveles intermedios; para terminar en la ascensión final, de mayor dificultad. Mientras en los tramos elevados, los encuentros tienden al saludo, con naturalidad e incluso con el añadido de comentarios afables. ¿Será como reconocimiento al esfuerzo común de los que allí llegaron? En la medida que descendemos, uno encuentra personas a las que ya les cuesta más el saludo. En los tramos llanos ribereños, proliferan los ensimismados, que ignoran a los demás transeúntes. Curiosamente, estos últimos paseantes hablan a voces entre ellos y no están disponibles para entretenerse en saludar. En fin, la camaradería reina en las alturas y el desdén en las bajuras. ¿Tan distintas son las personas circulantes por cada uno de los tramos? ¿Es responsable de esa actitud el nivel de esfuerzo? ¿Hay otras causas?

En el ruido de las relaciones sociales repercuten CIRCUNSTANCIAS imprevistas. El aislamiento progresivo del excursionista que asciende las cotas de una montaña, su esfuerzo, quizá le aligera de factores sociales menos necesarios en su ocupación actual. Una cierta camaradería aparece entre ellos, reflejada en aquel saludo espontáneo y animoso. En los niveles menos abruptos, la actividad desplegada no pasa de un simple paseo. En consecuencia, los recovecos sociales aún ejercen con fuerza; el encuentro es con desconocidos y aún andan enfrascados en sus atareadas conversaciones. ¿A qué viene eso de saludar a cualquiera? Ellos se dan su importancia. No sé si llegará a tanto como decía Unamuno, seguramente la necesitaban, vistas las fruslerías que ocupaban su magín.

Da la impresión de que cuanto más impersonales son las cuestiones tratadas, adquiere una mayor relevancia el revuelo ambiental. Por eso hablamos del aislamiento entre el gentío de las ciudades. Muchas conversaciones altisonantes compiten entre sí, algunas dirigidas al vacío, a los móviles o grabadoras; la distinción no es fácil. El ruidoso ambiente llega a los adentros a través de los auriculares, con escuchantes que viajan por otros rumbos, aunque estén mezclados con el bullicio. Son ambientes en los que la relación de lo aparatoso, ruidoso o gestual, con los saludos o las mismas relaciones, parece un tanto contradictoria. El vocerío y la agitación, convierten a los contactos en APARIENCIAS momentáneas. Hablar de sinceridad o falsedades resulta impracticable entre esos ajetreados intercambios. La dedicación y volcarse hacia los acompañantes, menguan en el ruido ambiental.

El saludo de entrada o de bienvenida, es determinante para la relación posterior, podemos quedar sorprendidos por la efusiva acogida, o por el contrario, decepcionados ante la frialdad de la misma. La despedida también influye, hasta llegar a estropear la relación previa o bien consolidarla. Suele hablarse en estos casos de la NATURALIDAD de los gestos, del equilibrio entre las percepciones y las respuestas. Sin embargo, lo que comienza como una actitud natural, sufre añadidos progresivos y modificaciones por la adaptación a cada caso. Es frecuente que las formalidades adosadas resulten artificiosas, con el consiguiente encorsetamiento de dichos encuentros. En definitiva, lo natural es diverso y lo expresan los matices de cada persona, enfrentada a situaciones complejas y cambiantes. La aproximación es peculiar en cada momento, aunque tientan los estereotipos de la moda o de las costumbres. Por encima de todos los influjos, lo natural manifiesta su presencia o su ausencia; se aprecia con cierta facilidad.

La frialdad de los contactos confiere opciones a las actitudes indiferentes, consolida una serie de intercambios telegráficos, mínimos y despersonalizados. La incomodidad y el pasotismo incrementan la tendencia a unos saludos escuetos, entrecortados y con una implicación casi inexistente de los protagonistas. Son aires que contribuyen a la desaparición progresiva de la cortesía; estamos ante una devaluzación que no facilita el funcionamiento de los engranajes sociales. Desde escasa valoración, el respeto tiende a ser menospreciado y los DESPLANTES acogen el campo liberado. Suponen un paso más allá en la degradación del saludo, sobre todo, por el carácter aplastante del trato despectivo. La frase cortante es peor que el silencio; con ella, el orgullo y la prepotencia aparecen en escena. Para su ejercicio completo ha de haber humillados y ofendidos, al menos queda patente el desprecio olímpico hacia los demás. No contentos con ignorarlos, insisten con sus puyazos de mayor calibre.

Los variados matices imponen su sello. Con los gestos fríos o los picotazos de los desplantes, configuramos la imagen del prójimo como un ente desconectado. En consecuencia, entrar a conocer sus circunstancias y necesidades, apetencias y gustos, dejarían de formar una parte importante de las relaciones sociales. ¿Será posible así la convivencia civilizada? Pienso en los Urdangarín de turno, “familias mafiosas” vestidas de lujos y cargos, en los endeudamientos escandalosos promovidos por los desaprensivos políticos de cada caso, truhanes sarcásticos en demasiadas ocasiones. Pienso en como era su trato, orgullosos y despectivo, de cara a los ciudadanos. En estos trances, alcanzamos el LÍMITE que nunca debimos transpasar, el de la delincuencia y la violencia; a esto nos llevó la degradación de los contactos, entre otras causas.

De lo que deducimos la IMPORTANCIA de unas actitudes pretendidamente banales. ¿Qué más dará un saludo cuidado, respetuoso o intempestivo? Pues sí que dice mucho. Las características del saludo manifiestan alguna de las cualidades de quienes lo practican, de su calidad humana; no es el único indicador, pero sí muy gráfico. Hubo experimentos demostrativos, en la medida que uno no ve o ignora a los demás; es más propenso a infringirles algún daño o determinada violencia. Quedémonos por lo tanto con la bondad del trato afable, potente amortiguador frente a la agresividad y los abusos de tantos desalmados como nos toca contemplar.

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