Cierta diputada, hija del ex presidente de una diputación, con sólo esputar tres palabras ha logrado avivar la disputa parlamentaria. Aliteraciones al margen, la cosa tiene su miga. Me refiero, claro está, a la vástiga del inefable Carlos Fabra y a su ya célebre “que se jodan”.
Que el parlamento parece una casa de golfas en hora punta ya se sabe. Poco nos extrañan las lindezas que sus señorías se dedican cada vez que acuden al hemiciclo. Pero que seamos los ciudadanos los destinatarios de tales exabruptos nos pilla de nuevas. Ya sé que es allí donde nos echan encima toneladas de inmundicia en forma de leyes estúpidas y decretos lesivos. Y que últimamente la cosa va todavía a peor, aunque pareciera imposible. No obstante, que alguien nos lo diga a la cara, al fin y al cabo sorprende. Es por ello que la explicitud con que la señorita Fabra se dirigió a los parados resulte digna de mención. Reconozcamos el arrojo, la dicción perfecta, incluso el entusiasmo con el que la joven diputada se abocaba en su escaño mientras pronunciaba al pulcro aire de la cámara baja sus ya eternas palabras. Había puesto en su virtuosa boca lo que muchos de su partido piensan y callan. Pero no sólo respecto a los parados, sino también, y muy fundamentalmente, a los funcionarios.
Lo estropeó, sin embargo, al intentar marear la perdiz afirmando que su frase había sido dirigida a los diputados socialistas. No, mujer. Eso no se lo cree nadie. No se achante ahora. Para una vez que un político dice lo que piensa y se muestra como lo que es...