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No quiero vivir en una sociedad que se niega a pedir justicia mientras se dedica a contemplar la telebasura para evadirse de la realidad y anestesiarse con mentiras

11-M. ¿Por qué no nos dicen la verdad?

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Sé que hoy me voy a ganar muchos enemigos, que me van a tildar de hooligan, de cavernario, de neocon, de sacar el peón negro a la calle tan solo por desafiar las leyes de la gravedad que convierten al 11-M en un ecosistema infecto y asqueroso. La cosa no es tan difícil. Si uno quiere tener una parva de enemigos, dispuestos a zaherirle, descalificarle y amenazarle, no se necesita mucho trabajo, basta simplemente con escribir un artículo incómodo sobre el 11-M. De inmediato uno notará como le saltan a la yugular aquellos que disienten vilipendiándole por activa, por pasiva y por perifrástica. Así que, como el 11-M es un terreno que no conviene pisar, me temo que por confesar mi admiración y mi afecto por la incombustible labor de Luis del Pino -una de las personas que más está trabajando para que se desenmarañe qué ocurrió realmente en el 11-M y que se haga justicia a las víctimas- sucumbiré en la hoguera de la inquisición de cierta brunete periodística y de la progresía patria, que en este asunto nunca los extremos estuvieron más de acuerdo.

Me imagino lo mal que lo habrá pasado Luis durante todos estos años y lo rudo que debe haber sido sobrellevar todas las calumnias que sobre él se han vertido por parte de cierta prensa que no deja de calificarle de conspiranoico. Semejante afrenta es de tal indigencia intelectual y moral que descalifica al que las realiza. No para alguien que osó abandonar la ingeniería y su seguridad laboral por ese matahombres que es el periodismo. Y todo con una única finalidad: dar voz a quienes la han perdido o han sido machacados por el poder, que diría Amy Goodman.  

Pero, ¿nos puede extrañar esta fustigación político-mediática hacia un periodista libre y sin complejos por denunciar que no se ha hecho justicia? Lo sería si no fuera porque vivimos en un país en el que la justicia está reñida con la ética. Y, por tanto, defender la memoria y la justicia de las víctimas del terrorismo y de las del 11-M, como así hace Luis, sale muy caro. Y es que su última investigación debería sonrojar a toda la sociedad. No sólo por su gravedad, el hallazgo de los restos de uno de los focos de explosión del 11-M, enterrados en un cobertizo, sino porque para colmo tanto la Policía como la Guardia Civil, como Renfe o como el juez, sabían de la existencia de esos restos. ¿Va a salir alguien a darnos una explicación? Y no sirve la excusa de que debido al tiempo transcurrido esos restos no tienen valor probatorio y no sirven para averiguar qué estalló en los trenes. Porque ante semejante escándalo las víctimas se merecen como mínimo una explicación y no el silencio habitual de un gobierno que calla y que prefiere enterrar el 11-M, vaya a ser que vuelva a molestar a las huéspedes rubalcabianas. ¿No sería motivo más que suficiente para que se tambalease una vez más la versión oficial y los medios lo denunciasen masivamente? Por supuesto, pero la realidad es otra. Triste es como ningún medio de comunicación se ha hecho eco de la noticia. El atentando del 11-M tiene tantas lagunas y tantas incertidumbres que resulta más digerible enterrarlo no sea que moleste.

Pero a algunos no nos van a callar. Me niego, como Luis del Pino y tantos otros, a que nuestras futuras generaciones no sepan qué pasó realmente aquel fatídico 11 de marzo de 2004. Y lo más significativo. Me niego a que no se les haga justicia a las víctimas. Ese sería el mayor homenaje ocho años después. Aunque esto le importe muy poco a una mayoría de la muchedumbre ovina que trata de olvidar lo ocurrido, envueltos en una amnesia preocupante gracias a la demagogia y la propaganda que Producciones PRISOE S.A. llevó a cabo hasta el día de las elecciones. No quiero vivir en una sociedad que se haya tragado lo de Al Qaeda. No quiero vivir en una sociedad que se niega a pedir justicia mientras se dedica a contemplar la telebasura para evadirse de la realidad y anestesiarse con mentiras. No quiero vivir en una sociedad a la que no le importa una farsa de juicio donde se analizaron unas pruebas manipuladas o falseadas por policías más tarde ascendidos. Y, por supuesto, no quiero vivir en una sociedad que no quiere enterarse de que no se haya investigado episodios claves como el sospechoso suicidio de los islamistas de Leganés o no le preocupe la falsa mochila de Vallecas.

Mal que le pese a muchos, algún día se hará justicia y se sabrá exactamente qué pasó aquella mañana que cambió la historia de nuestro país. Y espero que cuando se escriba con mayúsculas la exégesis de la historia del 11-M, Luis del Pino, Gabriel Moris o Ángeles Domínguez, tengan un lugar reservado en los anales de esa historia.

11-M. ¿Por qué no nos dicen la verdad?

No quiero vivir en una sociedad que se niega a pedir justicia mientras se dedica a contemplar la telebasura para evadirse de la realidad y anestesiarse con mentiras
Javier Montilla
viernes, 2 de marzo de 2012, 08:43 h (CET)
Sé que hoy me voy a ganar muchos enemigos, que me van a tildar de hooligan, de cavernario, de neocon, de sacar el peón negro a la calle tan solo por desafiar las leyes de la gravedad que convierten al 11-M en un ecosistema infecto y asqueroso. La cosa no es tan difícil. Si uno quiere tener una parva de enemigos, dispuestos a zaherirle, descalificarle y amenazarle, no se necesita mucho trabajo, basta simplemente con escribir un artículo incómodo sobre el 11-M. De inmediato uno notará como le saltan a la yugular aquellos que disienten vilipendiándole por activa, por pasiva y por perifrástica. Así que, como el 11-M es un terreno que no conviene pisar, me temo que por confesar mi admiración y mi afecto por la incombustible labor de Luis del Pino -una de las personas que más está trabajando para que se desenmarañe qué ocurrió realmente en el 11-M y que se haga justicia a las víctimas- sucumbiré en la hoguera de la inquisición de cierta brunete periodística y de la progresía patria, que en este asunto nunca los extremos estuvieron más de acuerdo.

Me imagino lo mal que lo habrá pasado Luis durante todos estos años y lo rudo que debe haber sido sobrellevar todas las calumnias que sobre él se han vertido por parte de cierta prensa que no deja de calificarle de conspiranoico. Semejante afrenta es de tal indigencia intelectual y moral que descalifica al que las realiza. No para alguien que osó abandonar la ingeniería y su seguridad laboral por ese matahombres que es el periodismo. Y todo con una única finalidad: dar voz a quienes la han perdido o han sido machacados por el poder, que diría Amy Goodman.  

Pero, ¿nos puede extrañar esta fustigación político-mediática hacia un periodista libre y sin complejos por denunciar que no se ha hecho justicia? Lo sería si no fuera porque vivimos en un país en el que la justicia está reñida con la ética. Y, por tanto, defender la memoria y la justicia de las víctimas del terrorismo y de las del 11-M, como así hace Luis, sale muy caro. Y es que su última investigación debería sonrojar a toda la sociedad. No sólo por su gravedad, el hallazgo de los restos de uno de los focos de explosión del 11-M, enterrados en un cobertizo, sino porque para colmo tanto la Policía como la Guardia Civil, como Renfe o como el juez, sabían de la existencia de esos restos. ¿Va a salir alguien a darnos una explicación? Y no sirve la excusa de que debido al tiempo transcurrido esos restos no tienen valor probatorio y no sirven para averiguar qué estalló en los trenes. Porque ante semejante escándalo las víctimas se merecen como mínimo una explicación y no el silencio habitual de un gobierno que calla y que prefiere enterrar el 11-M, vaya a ser que vuelva a molestar a las huéspedes rubalcabianas. ¿No sería motivo más que suficiente para que se tambalease una vez más la versión oficial y los medios lo denunciasen masivamente? Por supuesto, pero la realidad es otra. Triste es como ningún medio de comunicación se ha hecho eco de la noticia. El atentando del 11-M tiene tantas lagunas y tantas incertidumbres que resulta más digerible enterrarlo no sea que moleste.

Pero a algunos no nos van a callar. Me niego, como Luis del Pino y tantos otros, a que nuestras futuras generaciones no sepan qué pasó realmente aquel fatídico 11 de marzo de 2004. Y lo más significativo. Me niego a que no se les haga justicia a las víctimas. Ese sería el mayor homenaje ocho años después. Aunque esto le importe muy poco a una mayoría de la muchedumbre ovina que trata de olvidar lo ocurrido, envueltos en una amnesia preocupante gracias a la demagogia y la propaganda que Producciones PRISOE S.A. llevó a cabo hasta el día de las elecciones. No quiero vivir en una sociedad que se haya tragado lo de Al Qaeda. No quiero vivir en una sociedad que se niega a pedir justicia mientras se dedica a contemplar la telebasura para evadirse de la realidad y anestesiarse con mentiras. No quiero vivir en una sociedad a la que no le importa una farsa de juicio donde se analizaron unas pruebas manipuladas o falseadas por policías más tarde ascendidos. Y, por supuesto, no quiero vivir en una sociedad que no quiere enterarse de que no se haya investigado episodios claves como el sospechoso suicidio de los islamistas de Leganés o no le preocupe la falsa mochila de Vallecas.

Mal que le pese a muchos, algún día se hará justicia y se sabrá exactamente qué pasó aquella mañana que cambió la historia de nuestro país. Y espero que cuando se escriba con mayúsculas la exégesis de la historia del 11-M, Luis del Pino, Gabriel Moris o Ángeles Domínguez, tengan un lugar reservado en los anales de esa historia.

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