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La reciente clausura de la página Megaupload ha suscitado diversidad de protestas en la red

Censura al arte

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“Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos”, decía el famoso poema de José Agustín Goytisolo. Aunque estos retorcidos versos sobre las viejas fábulas cumplían una mera función crítica contra la sociedad, lo que nunca sospecharía Goytisolo es que, en la era informática, un “lobito online”  iba a ser atacado por corderos que, arropados por las propias máscaras jurídicas, buscan claros fines económicos.

La reciente clausura de la popular página web de intercambios de archivos Megaupload en Virginia, por parte del FBI y el Departamento de EEUU, ha suscitado juicios de valor muy heterogéneos en las redes sociales. Por un lado, se aglutinan en la sociedad online un ínfimo colectivo defensor de los artistas y de sus derechos. Por otro, una gran mayoría que crítica a espuertas la decisión de cesar dicha web.

En lo que sí parece coincidir un elevado tanto por cien es en el derecho que poseen los autores de lucrarse por sus trabajos. Sin embargo, la cuestión es ¿cómo?¿y cuánto?¿se debe impedir por ello una difusión de la cultura en la red?

Aunque, en un principio, la primera y única opción que puede aparecer en nuestras mentes es la de cerrar un servicio que colabora íntimamente con la difusión de la cultura entre las masas, parémonos a pensar si es factible la posibilidad de recurrir a patrocinios, publicidades o simples remuneraciones económicas por parte de las webs piratas a las grandes productoras. ¿Realmente es necesaria semejante radicalización jurídica? ¿esta decisión ampara el derecho de las personas a acceder a los servicios de arte y cultura?¿o quizá las viejas normativas no son aplicables a la nueva y creciente era tecnológica?

Lo que resulta innegable es el hecho de que las sociedades de autores no se vean compensadas en cierta medida con la piratería. Gracias a estas, el arte (especialmente el cinematográfico) se acerca a un público cada vez más amplio y diverso, frente a lustros pasados donde la divulgación cultural y artística era más elitistas. Público, además, que se convierte en un consumidor potencial de sus futuros trabajos.

Censura al arte

La reciente clausura de la página Megaupload ha suscitado diversidad de protestas en la red
Marta Pérez
viernes, 20 de enero de 2012, 08:14 h (CET)
“Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos”, decía el famoso poema de José Agustín Goytisolo. Aunque estos retorcidos versos sobre las viejas fábulas cumplían una mera función crítica contra la sociedad, lo que nunca sospecharía Goytisolo es que, en la era informática, un “lobito online”  iba a ser atacado por corderos que, arropados por las propias máscaras jurídicas, buscan claros fines económicos.

La reciente clausura de la popular página web de intercambios de archivos Megaupload en Virginia, por parte del FBI y el Departamento de EEUU, ha suscitado juicios de valor muy heterogéneos en las redes sociales. Por un lado, se aglutinan en la sociedad online un ínfimo colectivo defensor de los artistas y de sus derechos. Por otro, una gran mayoría que crítica a espuertas la decisión de cesar dicha web.

En lo que sí parece coincidir un elevado tanto por cien es en el derecho que poseen los autores de lucrarse por sus trabajos. Sin embargo, la cuestión es ¿cómo?¿y cuánto?¿se debe impedir por ello una difusión de la cultura en la red?

Aunque, en un principio, la primera y única opción que puede aparecer en nuestras mentes es la de cerrar un servicio que colabora íntimamente con la difusión de la cultura entre las masas, parémonos a pensar si es factible la posibilidad de recurrir a patrocinios, publicidades o simples remuneraciones económicas por parte de las webs piratas a las grandes productoras. ¿Realmente es necesaria semejante radicalización jurídica? ¿esta decisión ampara el derecho de las personas a acceder a los servicios de arte y cultura?¿o quizá las viejas normativas no son aplicables a la nueva y creciente era tecnológica?

Lo que resulta innegable es el hecho de que las sociedades de autores no se vean compensadas en cierta medida con la piratería. Gracias a estas, el arte (especialmente el cinematográfico) se acerca a un público cada vez más amplio y diverso, frente a lustros pasados donde la divulgación cultural y artística era más elitistas. Público, además, que se convierte en un consumidor potencial de sus futuros trabajos.

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