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Aunque hay unanimidad sobre el atractivo del impuesto, no lo hay sobre su objetivo

Tobin Hood

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Todos conocemos la historia del Robin Hood, personaje forajido folclórico inglés que vivía en el bosque de Sherwood al margen de la ley y contaba con su habilidad con el arco para luchar por los pobres, oprimidos por la avidez recaudatoria del rey. De haber sido un personaje real y actual, y haber participado en el debate que mantienen los líderes mundiales en el seno del G20 sobre la conveniencia de un impuesto sobre las transacciones financieras, sin duda le habría parecido de entrada una idea atractiva, por aquello de aumentar los impuestos a un sector claramente visto como poderoso e impopular.

Sin embargo no sabría responder claramente cuál es, en la teoría y en la práctica, el problema que estamos tratando de resolver con la Tasa Tobin. De hecho, aunque hay unanimidad sobre el atractivo del impuesto, no lo hay sobre su objetivo, que para unos es una manera de reducir las desigualdades entre países (el informe elaborado por Bill Gates, fundador de Microsoft, para el estudio de la tasa por el G-20 estaba enfocado inicialmente como un impuesto para recaudar fondos para los países más pobres), mientras que para otros (la propia Comisión Europea) es una manera de hacer que los bancos paguen por su papel en la actual crisis.

Aunque los defensores del impuesto defienden que desalentaría la especulación (un tercer objetivo que nada tiene que ver con los dos anteriormente expresados), gravar las transacciones financieras parece una mala manera de lograr nada de lo anterior, ya que inevitablemente el coste recaería sobre las empresas y los consumidores, algo que no sería precisamente del agrado del mítico Robin Hood...

Pero es más, muy posiblemente una tasa de este tipo no solamente no reduciría la volatilidad que algunos pretenden atribuir a la especulación, sino que la menor liquidez provocada por unas transacciones marginalmente más costosas haría que los precios de los activos fueran más propenso a movimientos bruscos y más volátiles.

Por no hablar de la dificultad de aplicar el impuesto, que al margen de cuestiones transfronterizas, es fácil de implementar para los mercados de acciones, bonos y subyacentes similares, pero complicado para instrumentos financieros derivados, lo que a su vez favorecería el empleo de instrumentos apalancados con el fin de esquivar la tasa, favoreciendo nuevamente aquello que se pretende evitar y contribuyendo a inflar nuevas burbujas.

Para los incrédulos, existen experiencias previas: Suecia ya intentó establecer un impuesto similar sobre las operaciones bursátiles en la década de los 80 y el resultado fue que, simple y llanamente, el mercado se trasladó a Londres, el volumen se desplomó, las acciones perdieron liquidez y perdieron una década, con todo lo que ello implicó.

Sin ninguna duda las finanzas no deben escapar a la contribución a la sociedad por la vía de los impuestos, pero soluciones como la introducción de un impuesto específico para la actividad financiera serían una mejor manera de comenzar a resolver los problemas planteados. Aunque no parecen tan rentables en términos electorales, algo que a Robin Hood tampoco parece que le hubiera preocupado.

Por último y aprovechando la celebración de FITUR estos días en Madrid, hacemos un breve comentario sobre la situación del sector del turismo español, que se encuentra en un proceso de recuperación sustancial pero está muy lejos de ser el motor de la economía.

La recuperación económica global y las tensiones en los países árabes están impulsando la entrada de turistas por encima del 10%, aunque la crisis del modelo tradicional de turismo y el nuevo perfil del viajero haga que las pernoctaciones y los ingresos reales solamente aumentan en un 5%.

Aunque tenga un efecto multiplicador muy potente, los ingresos por el turismo extranjero solamente suponen un 4% del PIB, por lo que su aportación al crecimiento apenas llega al 0,2%. Así que el turismo no va a ser el motor económico del nuevo ciclo económico, pero sí que va a liderar la creación de empleo.

La mejora gradual de la competitividad por la devaluación interna en la que estamos inmersos debería apoyar al sector, aunque es evidente que todavía falta mucho por hacer y que es necesario mejorar el negocio hacia segmentos más altos y estables que no sufran tanto la competencia de los nuevos mercados.

Tobin Hood

Aunque hay unanimidad sobre el atractivo del impuesto, no lo hay sobre su objetivo
Javier Flores
jueves, 19 de enero de 2012, 16:27 h (CET)
Todos conocemos la historia del Robin Hood, personaje forajido folclórico inglés que vivía en el bosque de Sherwood al margen de la ley y contaba con su habilidad con el arco para luchar por los pobres, oprimidos por la avidez recaudatoria del rey. De haber sido un personaje real y actual, y haber participado en el debate que mantienen los líderes mundiales en el seno del G20 sobre la conveniencia de un impuesto sobre las transacciones financieras, sin duda le habría parecido de entrada una idea atractiva, por aquello de aumentar los impuestos a un sector claramente visto como poderoso e impopular.

Sin embargo no sabría responder claramente cuál es, en la teoría y en la práctica, el problema que estamos tratando de resolver con la Tasa Tobin. De hecho, aunque hay unanimidad sobre el atractivo del impuesto, no lo hay sobre su objetivo, que para unos es una manera de reducir las desigualdades entre países (el informe elaborado por Bill Gates, fundador de Microsoft, para el estudio de la tasa por el G-20 estaba enfocado inicialmente como un impuesto para recaudar fondos para los países más pobres), mientras que para otros (la propia Comisión Europea) es una manera de hacer que los bancos paguen por su papel en la actual crisis.

Aunque los defensores del impuesto defienden que desalentaría la especulación (un tercer objetivo que nada tiene que ver con los dos anteriormente expresados), gravar las transacciones financieras parece una mala manera de lograr nada de lo anterior, ya que inevitablemente el coste recaería sobre las empresas y los consumidores, algo que no sería precisamente del agrado del mítico Robin Hood...

Pero es más, muy posiblemente una tasa de este tipo no solamente no reduciría la volatilidad que algunos pretenden atribuir a la especulación, sino que la menor liquidez provocada por unas transacciones marginalmente más costosas haría que los precios de los activos fueran más propenso a movimientos bruscos y más volátiles.

Por no hablar de la dificultad de aplicar el impuesto, que al margen de cuestiones transfronterizas, es fácil de implementar para los mercados de acciones, bonos y subyacentes similares, pero complicado para instrumentos financieros derivados, lo que a su vez favorecería el empleo de instrumentos apalancados con el fin de esquivar la tasa, favoreciendo nuevamente aquello que se pretende evitar y contribuyendo a inflar nuevas burbujas.

Para los incrédulos, existen experiencias previas: Suecia ya intentó establecer un impuesto similar sobre las operaciones bursátiles en la década de los 80 y el resultado fue que, simple y llanamente, el mercado se trasladó a Londres, el volumen se desplomó, las acciones perdieron liquidez y perdieron una década, con todo lo que ello implicó.

Sin ninguna duda las finanzas no deben escapar a la contribución a la sociedad por la vía de los impuestos, pero soluciones como la introducción de un impuesto específico para la actividad financiera serían una mejor manera de comenzar a resolver los problemas planteados. Aunque no parecen tan rentables en términos electorales, algo que a Robin Hood tampoco parece que le hubiera preocupado.

Por último y aprovechando la celebración de FITUR estos días en Madrid, hacemos un breve comentario sobre la situación del sector del turismo español, que se encuentra en un proceso de recuperación sustancial pero está muy lejos de ser el motor de la economía.

La recuperación económica global y las tensiones en los países árabes están impulsando la entrada de turistas por encima del 10%, aunque la crisis del modelo tradicional de turismo y el nuevo perfil del viajero haga que las pernoctaciones y los ingresos reales solamente aumentan en un 5%.

Aunque tenga un efecto multiplicador muy potente, los ingresos por el turismo extranjero solamente suponen un 4% del PIB, por lo que su aportación al crecimiento apenas llega al 0,2%. Así que el turismo no va a ser el motor económico del nuevo ciclo económico, pero sí que va a liderar la creación de empleo.

La mejora gradual de la competitividad por la devaluación interna en la que estamos inmersos debería apoyar al sector, aunque es evidente que todavía falta mucho por hacer y que es necesario mejorar el negocio hacia segmentos más altos y estables que no sufran tanto la competencia de los nuevos mercados.

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