Y dura, y dura, y dura... tal y como reza aquel famoso anuncio de pilas. Ahora, Rajoy, a quien sólo le falta la toga, espada y balanza para acabar autoproclamándose en dios omnisciente de la Justicia, nos deleita con una de esas frases que hacen historia al referirse a la cuestión del Partido Comunista de las Tierras Vascas: “Detrás de todo esto está el enorme disparate de no haber aplicado la ley en España”.
Parece que, algunos, han olvidado las más básicas nociones de Derecho Constitucional y de la propia Teoría del Estado cuando, con declaraciones como aquellas y actitudes más que demostradas en ocho años de gobierno, vienen negando la sana y necesaria separación de poderes por la que tanto se ha venido luchando desde la revolución francesa.
Pero lo grotesco no acaba ahí. En la misma batería de ataques al actual gobierno socialista, el presidente del Partido Popular, no dudó en advertir gratuitamente que “…sería bueno que el Gobierno tuviera criterio claro sobre un tema tan importante como lo que es España”. Resulta que, la misma derecha que se oponía a la España de las autonomías, ahora, pretende darnos lecciones a todos sobre el espíritu de la Constitución de 1978.
Hablando claro, estas y otras afirmaciones no vienen sino a reafirmar aquellas dudas que, cada vez más españoles, compartimos acerca de si el PP ha sabido digerir o no principios democráticos tan básicos, como el reconocimiento de la pluralidad política.
El hecho de que existan diferentes visiones de la realidad de nuestro país, lejos de ser un problema, tal y como pretende ser definido desde las filas de quienes nunca dejaron de pensar en clave de España: una, grande y libre, lo que constata es que la salud democrática española no deja de mejorar.
Derrumbar viejos tabúes, hablar de todos los temas sin complejos y entrar de lleno en un debate que, aunque acallado, siempre ha existido creo que es, sin duda alguna, uno de los mayores logros del gobierno Zapatero. Mucho más, si como es el caso, este diálogo entre unos y otros, queda enmarcado en los propios límites de nuestra norma jurídica suprema.
Aún así, el PP, fiel seguidor de aquella estrategia que podríamos definir como el grito de “¡Que viene el lobo!”, continúa en sus trece al intentar alarmar innecesariamente a la sociedad civil española, dibujando un panorama anárquico e, incluso, apocalíptico que lo único que consigue es desacreditar a quienes lo enuncian, por no tener ni pies ni cabeza.
En contraposición, lo que sí empieza a ser preocupante es la falta de lealtad, traducida en crispante oposición, que el PP está demostrando ante temas que no debieran sino concitar la unidad de los demócratas, como es la lucha contra el terrorismo.
¿Hasta dónde está dispuesto el Partido Popular a tensar la cuerda, con tal de desgastar al actual ejecutivo? Parece que ellos lo tienen claro. No se imponen límites en esa tarea. Incluso, como ahora hacen, no les cuesta ni un solo segundo integrar en sus críticas juicios de valor que buscan acusar a los socialistas de connivencia con los terroristas. Por eso, si el señor Rajoy me permite la apreciación, sería bueno que empezara él mismo y su partido a plantearse, en serio, qué es España y si con su discurso, aquella diversidad que nos une, no corre el peligro de desaparecer.