Si me preguntasen qué opinión tengo de los programas del corazón pueden creerme si les contesto que nada bueno.
Solamente al escuchar esa burlesca relación que hacen algunos entre la palabra “corazón” y ese hermosísimo término denominado “comunicación”, me entra la risa. No puedo evitar recordar esa gran frase de Groucho Marx en el film Sopa de ganso que dice: “Puede actuar como un idiota y tener aspecto de idiota pero que eso no les engañe: Es realmente un idiota”.
En efecto, que no les engañen. Ahondar en el morbo de una tragedia, no puede considerarse jamás como un hecho noticioso sino como eso: morbo.
La reciente polémica que ha suscitado la entrevista realizada a finales de octubre a Rosalía García en La Noria, la madre de Francisco Javier García, El Cuco, imputado por el caso Marta del Castillo, ha pasado una factura económica a Telecinco. Y es que el programa notó una gran reducción de anunciantes en su última edición pasando de los casi 60 spots habituales a los poco más de 20.
Lo impactante de esta polémica entrevista, en la que los entrevistadores se tiñeron de aparentes factotum de la comunicación con dotes jurídicos para hacer juicios de valor, fueron sus reacciones ante las críticas. Paradójico es que se exija un mínimo de ética a un programa que únicamente busca atraer la atención del público y que por tanto no tiene ninguna obligación periodística, como que el presentador, Jordi González, apele al “derecho a la libertad de expresión” para defenderse de las acusaciones.
Si al sensacionalismo propio de este programa se le permite hacer un llamamiento a este derecho reflejado en el artículo 19 de nuestra Consitución, ¿por qué ignorar el propio al honor? Sí aceptamos imponer unos límites jurídicos al periodismo, estos no deben ser relativos.