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Los mismos que defienden las bondades del castrismo suelen aceptar de buen grado la de los regímenes fundamentalistas islámicos

Las cárceles de Castro

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Los mismos que defienden las bondades del castrismo suelen aceptar de buen grado la de los regímenes fundamentalistas islámicos. Y mantienen, por tanto, un silencio infecto ante la opresión de la mujer, la falta de libertades en los países islámicos y la persecución a los homosexuales.

John F. Kennedy dijo en cierta ocasión aquello de que la gran enemiga de la verdad no es la mentira, premeditada, efectista y deshonesta, sino el mito persistente, persuasivo e ilusorio. Con la tiranía cubana, por desgracia, se cumple este aforismo. Máxime cuando la inmensa mayoría de la izquierda, durante cincuenta largos años, se ha mostrado complaciente ante la tiranía del castrismo. ¿Acaso no era Orlando Zapata el prototipo de víctima que dio su vida por la libertad en Cuba? Por supuesto. Pero para esta izquierda servicial sólo era un delincuente común o un sujeto que cometió actos terroristas contra el Gobierno cubano –Willy Toledo dixit-.

Vaya por delante, que no es mi intención irritar a ciertos estamentos oficiales u oficiosos de la progresía patria, con honrosas excepciones como Ciudadanos y UPyD, a los que muchos imploramos con vehemencia que haya una tercera vía conjunta, pero produce arcadas que aquellos que dicen defender las ideas de progreso sean los defensores del crimen político en Cuba y que se vanaglorien en afirmar que no ha habido un solo caso de tortura, asesinato o desaparición en el régimen castrista, amén de libertad de expresión. Salvo, huelga decir, cuando el régimen dictatorial expulsó de la isla al corresponsal del diario oficial del agit-prop gubernamental, acusado de informar de forma parcial y negativa de la realidad cubana. Cuando la dictadura invade tu propio espacio se produce el milagro de la conversión. Aunque sólo sea porque resulta difícil seguir negando la evidencia, sobre todo cuando los beneficios económicos penden de un hilo. Y ya sabemos el apego que tiene el PSOE y sus hermanos mártires mediáticos por los asuntos económicos. Pese a todo, semejante hecho pone de nuevo de manifiesto la falta de libertades en Cuba y un motivo más, si cabe, para condenar al régimen tirano de los hermanos Castro.

Con todo, poder destapar la realidad de las cloacas del régimen es un asunto arduamente duro. Por ello es absolutamente admirable que el Observatorio Cubano de Derechos Humanos haya decidido recrear en el Parque de Berlín de Madrid una de las 230 cárceles cubanas en la que se encuentran confinados centenares de cubanos, cuyo único delito ha sido pensar de forma diferente de la dictadura. Pero ya sabemos de la obsesión de los tiranos de controlar las mentes de sus súbditos, para lo cual es imprescindible acabar con la disidencia incómoda. Sin embargo, haciendo uso de la hemeroteca resulta desalentador comprobar cómo la comunidad internacional en particular y la opinión pública en general montaron en cólera al descubrirse la aplicación de torturas en Guantánamo -lo que instigó numerosas condenas y el reclamo al gobierno norteamericano de su cierre- comparándola con la indiferencia ante la bochornosa situación de las prisiones en Cuba.

Y es que, pese al silencio congénito, uno no puede más que impresionarse ante la crudeza, el dolor, la hambruna, la soledad y la ignominia que se respira cuando uno vislumbra esa recreación de la cárcel de Canaleta, en la provincia cubana de Ciego de Ávila. Uno no puede más que abochornarse ante ese calabozo infecto y repugnante, paradigma de la falta de libertad. Uno no puede más que sonrojarse ante ese zulo en el que estuvieron apilados presos políticos como Alejandro González Raga o Raúl Ribero, víctimas ambos de la Primavera Negra de 2003. Tal vez por ello, algunos nos negamos a olvidar que allí pasaron encerrados y sometidos a las vejaciones más horrendas con el visto bueno de la dictadura castrista y con el olvido por bandera, otra forma furtiva de tortura. Algunos nos negamos a callarnos ante la afrenta de que esos mismos presos no tengan la oportunidad de sentar en un banquillo a aquellos funcionarios de prisiones que les hayan maltratado o hacer público semejante trato a los medios de comunicación cubanos. Y no pueden porque en Cuba, en ese oasis de la libertad y los derechos humanos, la justicia y los medios de comunicación están controlados por el régimen comunista. Un oasis quimérico en que nadie puede hablar, unos por miedo a represalias y otros por no disponer de medios suficientes para alzar su voz. De este modo, tener la oportunidad de entrar en ese calabozo castrista revela, sin lugar a dudas, la verdadera faz de una dictadura que tristemente todavía cuenta con demasiados incondicionales que prefieren mirar hacia otro lado mientras la vida de muchos cubanos se agota en medio de un suplicio interminable.

Y ante esta infamia, una responsabilidad considerable hay que adjudicársela a esa izquierda excéntrica que considera a Cuba ese paraíso de la democracia verdadera, ese arquetipo de la solidaridad obrera y de la sanidad universal, cuyo atentado contra los derechos humanos es sólo una tara de un régimen revolucionario. Pero poco puede extrañar. Es la misma izquierda que mantiene un trato beligerante contra Estados Unidos e Israel y los considera el causante de todos los males. Y es ese mismo odio lo que ha llevado a silenciar informativamente en los medios de la progresía el acto de la disidencia cubana en Madrid. Sin embargo, no me extraña en absoluto. Parafraseando a George Orwell no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, se hace la revolución para establecer una dictadura. Por tanto, los mismos que defienden las bondades del castrismo suelen aceptar de buen grado la de los regímenes fundamentalistas islámicos. Y mantienen, por tanto, un silencio infecto ante la opresión de la mujer, la falta de libertades en los países islámicos y la persecución a los homosexuales. Es el sui géneris desde hace un siglo. Porque se creen que son la avanzadilla de la clase obrera, los paladines de la libertad y la ideología moralmente superior. Y esto les permite tener patente de corso que les permite utilizar cualquier medio para alcanzar sus fines.

Si no fuera así, ¿por qué la izquierda española continúa con este mutismo cómplice cuando la Sociedad Interamericana de la Prensa (SIP) sigue denunciando el encarcelamiento de decenas y decenas de periodistas por el simple delito de denunciar las atrocidades del régimen castrista? ¿Por qué no se hace eco la izquierda española de los desaparecidos en el estrecho de Florida, algunos ametrallados en la noche, padres e hijos, víctimas de los secuaces de Castro? ¿Por qué el silencio de la izquierda mediática ante el fallecimiento de Laura Pollán, la líder de las Damas de Blanco? ¿Por qué el silencio de los titiriteros subvencionados ante el hecho de que los hermanos Castro mantengan a millones de cubanos sumidos en la más absoluta miseria y represión? Me temo que no hay respuesta. Por suerte, hay mujeres como Laura Pollán que pasarán a la historia. Porque pese al silencio de muchos paladines del progreso, Pollán demostró que a un régimen totalitario se le puede hacer frente. Aunque sea abriendo sus brazos entre flores. O llenando de amor y de libertad las calles de La Habana. O con un vestido blanco. O con una eterna sonrisa. Pero, sobre todo, poner al castrismo en la encrucijada con el armazón absoluto de Internet. Como así hace también Yoani Sánchez. Y es que el mundo siempre estará en deuda con Tim Berners-Lee, el padre de Internet. Porque nunca antes ningún avance tecnológico había hecho tanto por la causa de la libertad. Será porque es el único reducto que los totalitarios no pueden controlar.

Las cárceles de Castro

Los mismos que defienden las bondades del castrismo suelen aceptar de buen grado la de los regímenes fundamentalistas islámicos
Javier Montilla
miércoles, 26 de octubre de 2011, 06:48 h (CET)
Los mismos que defienden las bondades del castrismo suelen aceptar de buen grado la de los regímenes fundamentalistas islámicos. Y mantienen, por tanto, un silencio infecto ante la opresión de la mujer, la falta de libertades en los países islámicos y la persecución a los homosexuales.

John F. Kennedy dijo en cierta ocasión aquello de que la gran enemiga de la verdad no es la mentira, premeditada, efectista y deshonesta, sino el mito persistente, persuasivo e ilusorio. Con la tiranía cubana, por desgracia, se cumple este aforismo. Máxime cuando la inmensa mayoría de la izquierda, durante cincuenta largos años, se ha mostrado complaciente ante la tiranía del castrismo. ¿Acaso no era Orlando Zapata el prototipo de víctima que dio su vida por la libertad en Cuba? Por supuesto. Pero para esta izquierda servicial sólo era un delincuente común o un sujeto que cometió actos terroristas contra el Gobierno cubano –Willy Toledo dixit-.

Vaya por delante, que no es mi intención irritar a ciertos estamentos oficiales u oficiosos de la progresía patria, con honrosas excepciones como Ciudadanos y UPyD, a los que muchos imploramos con vehemencia que haya una tercera vía conjunta, pero produce arcadas que aquellos que dicen defender las ideas de progreso sean los defensores del crimen político en Cuba y que se vanaglorien en afirmar que no ha habido un solo caso de tortura, asesinato o desaparición en el régimen castrista, amén de libertad de expresión. Salvo, huelga decir, cuando el régimen dictatorial expulsó de la isla al corresponsal del diario oficial del agit-prop gubernamental, acusado de informar de forma parcial y negativa de la realidad cubana. Cuando la dictadura invade tu propio espacio se produce el milagro de la conversión. Aunque sólo sea porque resulta difícil seguir negando la evidencia, sobre todo cuando los beneficios económicos penden de un hilo. Y ya sabemos el apego que tiene el PSOE y sus hermanos mártires mediáticos por los asuntos económicos. Pese a todo, semejante hecho pone de nuevo de manifiesto la falta de libertades en Cuba y un motivo más, si cabe, para condenar al régimen tirano de los hermanos Castro.

Con todo, poder destapar la realidad de las cloacas del régimen es un asunto arduamente duro. Por ello es absolutamente admirable que el Observatorio Cubano de Derechos Humanos haya decidido recrear en el Parque de Berlín de Madrid una de las 230 cárceles cubanas en la que se encuentran confinados centenares de cubanos, cuyo único delito ha sido pensar de forma diferente de la dictadura. Pero ya sabemos de la obsesión de los tiranos de controlar las mentes de sus súbditos, para lo cual es imprescindible acabar con la disidencia incómoda. Sin embargo, haciendo uso de la hemeroteca resulta desalentador comprobar cómo la comunidad internacional en particular y la opinión pública en general montaron en cólera al descubrirse la aplicación de torturas en Guantánamo -lo que instigó numerosas condenas y el reclamo al gobierno norteamericano de su cierre- comparándola con la indiferencia ante la bochornosa situación de las prisiones en Cuba.

Y es que, pese al silencio congénito, uno no puede más que impresionarse ante la crudeza, el dolor, la hambruna, la soledad y la ignominia que se respira cuando uno vislumbra esa recreación de la cárcel de Canaleta, en la provincia cubana de Ciego de Ávila. Uno no puede más que abochornarse ante ese calabozo infecto y repugnante, paradigma de la falta de libertad. Uno no puede más que sonrojarse ante ese zulo en el que estuvieron apilados presos políticos como Alejandro González Raga o Raúl Ribero, víctimas ambos de la Primavera Negra de 2003. Tal vez por ello, algunos nos negamos a olvidar que allí pasaron encerrados y sometidos a las vejaciones más horrendas con el visto bueno de la dictadura castrista y con el olvido por bandera, otra forma furtiva de tortura. Algunos nos negamos a callarnos ante la afrenta de que esos mismos presos no tengan la oportunidad de sentar en un banquillo a aquellos funcionarios de prisiones que les hayan maltratado o hacer público semejante trato a los medios de comunicación cubanos. Y no pueden porque en Cuba, en ese oasis de la libertad y los derechos humanos, la justicia y los medios de comunicación están controlados por el régimen comunista. Un oasis quimérico en que nadie puede hablar, unos por miedo a represalias y otros por no disponer de medios suficientes para alzar su voz. De este modo, tener la oportunidad de entrar en ese calabozo castrista revela, sin lugar a dudas, la verdadera faz de una dictadura que tristemente todavía cuenta con demasiados incondicionales que prefieren mirar hacia otro lado mientras la vida de muchos cubanos se agota en medio de un suplicio interminable.

Y ante esta infamia, una responsabilidad considerable hay que adjudicársela a esa izquierda excéntrica que considera a Cuba ese paraíso de la democracia verdadera, ese arquetipo de la solidaridad obrera y de la sanidad universal, cuyo atentado contra los derechos humanos es sólo una tara de un régimen revolucionario. Pero poco puede extrañar. Es la misma izquierda que mantiene un trato beligerante contra Estados Unidos e Israel y los considera el causante de todos los males. Y es ese mismo odio lo que ha llevado a silenciar informativamente en los medios de la progresía el acto de la disidencia cubana en Madrid. Sin embargo, no me extraña en absoluto. Parafraseando a George Orwell no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, se hace la revolución para establecer una dictadura. Por tanto, los mismos que defienden las bondades del castrismo suelen aceptar de buen grado la de los regímenes fundamentalistas islámicos. Y mantienen, por tanto, un silencio infecto ante la opresión de la mujer, la falta de libertades en los países islámicos y la persecución a los homosexuales. Es el sui géneris desde hace un siglo. Porque se creen que son la avanzadilla de la clase obrera, los paladines de la libertad y la ideología moralmente superior. Y esto les permite tener patente de corso que les permite utilizar cualquier medio para alcanzar sus fines.

Si no fuera así, ¿por qué la izquierda española continúa con este mutismo cómplice cuando la Sociedad Interamericana de la Prensa (SIP) sigue denunciando el encarcelamiento de decenas y decenas de periodistas por el simple delito de denunciar las atrocidades del régimen castrista? ¿Por qué no se hace eco la izquierda española de los desaparecidos en el estrecho de Florida, algunos ametrallados en la noche, padres e hijos, víctimas de los secuaces de Castro? ¿Por qué el silencio de la izquierda mediática ante el fallecimiento de Laura Pollán, la líder de las Damas de Blanco? ¿Por qué el silencio de los titiriteros subvencionados ante el hecho de que los hermanos Castro mantengan a millones de cubanos sumidos en la más absoluta miseria y represión? Me temo que no hay respuesta. Por suerte, hay mujeres como Laura Pollán que pasarán a la historia. Porque pese al silencio de muchos paladines del progreso, Pollán demostró que a un régimen totalitario se le puede hacer frente. Aunque sea abriendo sus brazos entre flores. O llenando de amor y de libertad las calles de La Habana. O con un vestido blanco. O con una eterna sonrisa. Pero, sobre todo, poner al castrismo en la encrucijada con el armazón absoluto de Internet. Como así hace también Yoani Sánchez. Y es que el mundo siempre estará en deuda con Tim Berners-Lee, el padre de Internet. Porque nunca antes ningún avance tecnológico había hecho tanto por la causa de la libertad. Será porque es el único reducto que los totalitarios no pueden controlar.

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