En el pasado de cada uno hay recuerdos que duelen. Ante eso, hay dos posturas: huir de ese pasado... o aprender de él. Lo sabio es, lógicamente, lo segundo. En esta tesitura se encuentra Vicente del Bosque ante la insignia de oro del Real Madrid. Por eso, teniendo en cuenta que le considero un hombre sensato, humilde y tranquilo, puedo entender su postura de rechazar acudir al acto pero no compartirla. Está en todo su derecho pero cometería un profundo error. El técnico salmantino ha entendido que el reconocimiento se lo ha concedido Florentino Pérez y ahí está su gran equivocación, ya que el homenaje es fruto del sentir general madridista. Si lo rechaza, no le estará haciendo un feo al presidente del club sino a toda su afición.
Puede argumentar el seleccionar nacional que el galardón no lo recibirán quieres fueron sus ayudantes en la conquista de dos Champions y dos Ligas, que la entidad blanca ha tardado demasiado en concedérselo tras el hito del Mundial, que ha fallado en las formas... pero de nada de eso tiene culpa un madridismo que siempre le ha mostrado su respeto y está deseando condecorarle. Sin embargo, las anteriores son excusas que obedecen a un malestar superior, el que lleva coleando desde hace ya ocho largos años.
La verdadera razón de Del Bosque tiene un nombre y un apellido: Florentino Pérez. Nunca le perdonará cómo le dio la patada del Real Madrid. Ése fue probablemente el gesto más arrogante del presidente durante su primer mandato, y también el más injusto, porque obligó a salir por la puerta trasera a un hombre que había dedicado esfuerzo y lealtad al club blanco durante 36 años. Ese capítulo abrió una brecha que el tiempo no ha cicatrizado e, incluso, se ha hecho cada vez más grande. En el salmantino existe una intensa contradicción entre su pasado blanco y su actual indefinición, entre lo que le dice su cabeza y lo que desea su corazón. Quizá la reconciliación entre lo uno y lo otro llegue cuando haya un cambio de presidente en el club blanco. Mientras tanto, sin embargo, está haciendo pagar a justos por pecadores, volcando su resentimiento hacia Florentino sobre la institución blanca en general.
Aún tiene tiempo de reflexionar y rectificar. Don Vicente, cambiar es bueno. Hágame caso. Mire, por ejemplo, qué bien le está yendo a José Mourinho desde que ha dejado de autocompadecerse y ha optado por ser más afable ante el mundo. El técnico madridista sigue siendo igual de sincero ante la prensa pero ya no crea ni alimenta polémicas; incluso asume con naturalidad las sanciones. También hay que reconocer que los resultados están ayudando (¡Higuaín se lo está pasando “pipita”!) y que, al fin, los árbitros están pasando desapercibidos (es decir, lo están haciendo más bien que mal). Por lo que sea, este octubre está siendo para el entrenador portugués como una luna de miel.
Cambiar es bueno. Benzema lo hizo y Kaká está intentando seguir sus pasos, aunque aún tardaré en elogiar al brasileño; debe demasiado al Real Madrid... pero éste es el camino. Cambiar es bueno. Cristiano Ronaldo se ha vuelto generoso y brilla tanto regalando los goles como marcándolos. Insisto: cambiar es bueno. A ver si toman nota don Vicente y don Florentino, dos polos opuestos condenados a entenderse por el bien del madridismo.
