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Las vistas Thomas-Hill anunciaron el embrutecimiento del diálogo nacional

La herencia del proceso Thomas-Hill

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WASHINGTON -- Hasta a estas alturas, con el sanador paso de dos décadas, la cuestión de la pasante Anita Hill y el magistrado Clarence Thomas sigue conservando su poder de provocar y dividir.

Este mes se cumplen 20 años desde que salieran a la luz las denuncias de acoso sexual por parte de Hill, amenazando con descarrilar la inminente elevación de Thomas al Tribunal Supremo. Me pasé el maratoniano fin de semana de las vistas en el Caucus Room del Senado, fondo majestuoso de columnas de mármol y techos dorados que contrastaban con los sórdidos detalles de las acusaciones de Hill.

En aquel momento era fascinante en la misma medida que espeluznante. Para cuando la vista pasó por el mazo hacia las dos de la mañana, yo estaba -- como todo hijo de vecino -- aliviada simplemente de que hubiera terminado.

Echando la vista atrás, es posible rastrear la herencia política y cultural general, tanto buena como mala, de aquel doloroso momento.

En primer lugar, las vistas Thomas-Hill anunciaron el embrutecimiento del diálogo nacional. Es exagerar sugerir una conexión causa y efecto; no hay línea recta entre las vistas y, digamos, los accidentes de exhibicionismo de políticos o los episodios de "Jersey Shore". Pero las vistas, con su debate televisado a nivel nacional de los presuntos gustos del juez Thomas en materia de pornografía y sus propuestas explícitas, superaron una frontera invisible bien entrada una cultura más cruda.

Unos cuantos años antes yo había hecho la crónica del juicio de un acto sexual que el libro de estilo periodístico en vigor sólo me dejaba describir, de forma bastante engañosa, como "sodomía". Unos años más tarde, el país estaba inmerso en un gráfico debate nacional en torno al significado exacto de "relaciones sexuales" y las muestras de ADN depositadas en el vestido azul de Mónica Lewinsky.

La experiencia de las vistas Thomas-Hill que unen ambas situaciones, con el debate público del presunto interés del juez Thomas en interpretar el papel del actor porno Long Dong Silver y los comentarios acerca de un vello púbico sobre una lata de coca cola, ayudaron a degradar el significado de aberración. Mientras nos sentábamos en el palco de prensa durante el más explícito de los testimonios, el periodista del New York Times se volvió hacia mí, mirada afligida en la cara, y me preguntó cómo íbamos a escribir nosotros acerca de todo esto teniendo en cuenta la célebre melindrería de nuestra cabecera en cuestiones sexuales. Al final, nuestras crónicas salieron íntegras.

En segundo lugar, las vistas anunciaron -- aunque de nuevo no crearon -- cierta intensificación de la división partidista. La lucha de 1987 por la elección fracasada del conservador Robert Bork fue intensa pero en absoluto tan personal ni tan partidista.

Como en el caso de la degradación presidencial Clinton varios años más tarde, la elección del juez Thomas vio a cada una de las partes alineándose automáticamente a favor, o en contra, de la protagonista. Los senadores que querían ver a Thomas presidiendo el estrado daban crédito a su versión de los hechos; los que le querían derrotado por motivos diferentes elegían creer a Hill. Los hechos ocupaban por sí solos un segundo plano con respecto a los intereses políticos en juego.

De hecho, los mismos colectivos feministas que más se movilizaron con motivo de la presunta conducta impropia del juez Thomas permanecieron vergonzosamente silenciosos cuando salió a la luz el comportamiento de Clinton con una becaria de la Casa Blanca y su perjurio.

En perspectiva, la elevación de Thomas al Supremo casi parece pintoresca, con su mayoría en favor del candidato. La posibilidad del veto legislativo se negoció desde el primer momento. En la actualidad, la opción que antes parecía extraordinaria se ha convertido en la norma.

La tercera herencia de las vistas del juez Thomas es positiva: menor tolerancia al acoso sexual y mayor presencia política de las mujeres. Allá por entonces, un Comité Judicial del Senado totalmente compuesto por varones se inclinó por ignorar las acusaciones de Hill. Eso no sucedería en la actualidad, con dos mujeres en la instancia: la Senadora de California Dianne Feinstein y la Senadora de Minnesota Amy Klobuchar. Dos mujeres pasaron por el Senado en 1991; en la actualidad hay 17.

En cuanto al acoso sexual, por supuesto que tales comportamientos tienen lugar todavía y que algunas mujeres siguen soportándolo en lugar de hablar. Pero el testimonio a regañadientes de Hill educó y castigó a muchos varones, y animó a muchas mujeres. El espacio laboral del año 2011 puede no ser perfecto, pero es un lugar mejor y más justo.

En mi caso, la herencia definitiva de las vistas es totalmente personal: es como conocí a mi marido, que trabajaba en el gabinete de un senador Demócrata. A última hora del fin de semana de conocerse la historia de Hill, me devolvió una llamada explicando que había estado en la fiesta del 90 cumpleaños de su abuela.

¿Quién, preguntaba, es Anita Hill? Parecía un buen hombre, así que con paciencia inusual le hice un resumen en lugar de seguir mi costumbre y declararlo un imbécil y colgar. Fue apenas unos meses más tarde -- después de empezar a salir -- que descubrí que la ignorancia era fingida.

Veinte años y dos hermosas niñas más tarde, yo sigo creyendo a Anita Hill. Pero tengo una deuda impagable y extraña con el magistrado Thomas.

La herencia del proceso Thomas-Hill

Las vistas Thomas-Hill anunciaron el embrutecimiento del diálogo nacional
Ruth Marcus
viernes, 7 de octubre de 2011, 07:19 h (CET)
WASHINGTON -- Hasta a estas alturas, con el sanador paso de dos décadas, la cuestión de la pasante Anita Hill y el magistrado Clarence Thomas sigue conservando su poder de provocar y dividir.

Este mes se cumplen 20 años desde que salieran a la luz las denuncias de acoso sexual por parte de Hill, amenazando con descarrilar la inminente elevación de Thomas al Tribunal Supremo. Me pasé el maratoniano fin de semana de las vistas en el Caucus Room del Senado, fondo majestuoso de columnas de mármol y techos dorados que contrastaban con los sórdidos detalles de las acusaciones de Hill.

En aquel momento era fascinante en la misma medida que espeluznante. Para cuando la vista pasó por el mazo hacia las dos de la mañana, yo estaba -- como todo hijo de vecino -- aliviada simplemente de que hubiera terminado.

Echando la vista atrás, es posible rastrear la herencia política y cultural general, tanto buena como mala, de aquel doloroso momento.

En primer lugar, las vistas Thomas-Hill anunciaron el embrutecimiento del diálogo nacional. Es exagerar sugerir una conexión causa y efecto; no hay línea recta entre las vistas y, digamos, los accidentes de exhibicionismo de políticos o los episodios de "Jersey Shore". Pero las vistas, con su debate televisado a nivel nacional de los presuntos gustos del juez Thomas en materia de pornografía y sus propuestas explícitas, superaron una frontera invisible bien entrada una cultura más cruda.

Unos cuantos años antes yo había hecho la crónica del juicio de un acto sexual que el libro de estilo periodístico en vigor sólo me dejaba describir, de forma bastante engañosa, como "sodomía". Unos años más tarde, el país estaba inmerso en un gráfico debate nacional en torno al significado exacto de "relaciones sexuales" y las muestras de ADN depositadas en el vestido azul de Mónica Lewinsky.

La experiencia de las vistas Thomas-Hill que unen ambas situaciones, con el debate público del presunto interés del juez Thomas en interpretar el papel del actor porno Long Dong Silver y los comentarios acerca de un vello púbico sobre una lata de coca cola, ayudaron a degradar el significado de aberración. Mientras nos sentábamos en el palco de prensa durante el más explícito de los testimonios, el periodista del New York Times se volvió hacia mí, mirada afligida en la cara, y me preguntó cómo íbamos a escribir nosotros acerca de todo esto teniendo en cuenta la célebre melindrería de nuestra cabecera en cuestiones sexuales. Al final, nuestras crónicas salieron íntegras.

En segundo lugar, las vistas anunciaron -- aunque de nuevo no crearon -- cierta intensificación de la división partidista. La lucha de 1987 por la elección fracasada del conservador Robert Bork fue intensa pero en absoluto tan personal ni tan partidista.

Como en el caso de la degradación presidencial Clinton varios años más tarde, la elección del juez Thomas vio a cada una de las partes alineándose automáticamente a favor, o en contra, de la protagonista. Los senadores que querían ver a Thomas presidiendo el estrado daban crédito a su versión de los hechos; los que le querían derrotado por motivos diferentes elegían creer a Hill. Los hechos ocupaban por sí solos un segundo plano con respecto a los intereses políticos en juego.

De hecho, los mismos colectivos feministas que más se movilizaron con motivo de la presunta conducta impropia del juez Thomas permanecieron vergonzosamente silenciosos cuando salió a la luz el comportamiento de Clinton con una becaria de la Casa Blanca y su perjurio.

En perspectiva, la elevación de Thomas al Supremo casi parece pintoresca, con su mayoría en favor del candidato. La posibilidad del veto legislativo se negoció desde el primer momento. En la actualidad, la opción que antes parecía extraordinaria se ha convertido en la norma.

La tercera herencia de las vistas del juez Thomas es positiva: menor tolerancia al acoso sexual y mayor presencia política de las mujeres. Allá por entonces, un Comité Judicial del Senado totalmente compuesto por varones se inclinó por ignorar las acusaciones de Hill. Eso no sucedería en la actualidad, con dos mujeres en la instancia: la Senadora de California Dianne Feinstein y la Senadora de Minnesota Amy Klobuchar. Dos mujeres pasaron por el Senado en 1991; en la actualidad hay 17.

En cuanto al acoso sexual, por supuesto que tales comportamientos tienen lugar todavía y que algunas mujeres siguen soportándolo en lugar de hablar. Pero el testimonio a regañadientes de Hill educó y castigó a muchos varones, y animó a muchas mujeres. El espacio laboral del año 2011 puede no ser perfecto, pero es un lugar mejor y más justo.

En mi caso, la herencia definitiva de las vistas es totalmente personal: es como conocí a mi marido, que trabajaba en el gabinete de un senador Demócrata. A última hora del fin de semana de conocerse la historia de Hill, me devolvió una llamada explicando que había estado en la fiesta del 90 cumpleaños de su abuela.

¿Quién, preguntaba, es Anita Hill? Parecía un buen hombre, así que con paciencia inusual le hice un resumen en lugar de seguir mi costumbre y declararlo un imbécil y colgar. Fue apenas unos meses más tarde -- después de empezar a salir -- que descubrí que la ignorancia era fingida.

Veinte años y dos hermosas niñas más tarde, yo sigo creyendo a Anita Hill. Pero tengo una deuda impagable y extraña con el magistrado Thomas.

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