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Etiquetas | Política | Francia
En Marche! ha conseguido un hecho insólito

Emmanuel

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Emmanuel Macron seduce dentro y fuera de Francia. Son muchas la razones pero me limitaré, tras los ríos de tinta vertidos sobre el octavo Presidente de la V República Francesa, a resaltar su liderazgo, su perfil de político del que tan necesitamos estamos, no solo en Europa, sino en el mundo. Menos espontáneo que el otro gran dirigente de la Francofonía, el liberal Justin Trudeau, pero también dotado del don de una actitud conciliadora. Más europeo en las formas que éste último, como no podía ser de otra forma, elegante y culto, sin caer en la afectación aristocrática de un de Villepin. Su paso educativo por aulas tuteladas por la Compañía de Jesús marcan impronta. Emmanuel Macron es un humanista, formado en esa cantera de élite que es la ENA, sumando a las Letras y la Filosofía, las Finanzas y las Ciencias Políticas. Amante de la música y las Artes, personifica el "hombre del Renacimiento del siglo XXI".

Con estas cartas de presentación y un carisma que hacía décadas no se conocía en el Viejo Continente, el ex-ministro de Hollande personifica ese nuevo liderazgo ilusionante, cercano y empático, y es, además, un eficaz comunicador. En tiempo récord, apoyado en un movimiento ciudadano, En Marche!, (ahora ya partido político: La República en Marcha), ha conseguido un hecho insólito que no es otro que noquear al PSF y dejar fuera de la carrera al Elíseo a la derecha tradicional. O lo que es lo mismo, dar un revolcón sin precedentes al sistema hasta ahora imperante francés, donde socialistas y conservadores se han ido alternando en el trono del Elíseo desde 1959 -aquí no podemos obviar la singularidad de una personalidad clave en la construcción de Francia desde los años cuarenta del pasado siglo, el general de Gaulle-, con el paréntesis, del cuando menos controvertido Giscard d'Estaing. Los ingredientes básicos de la receta Macron, con los que evitó que la ultraderecha asaltara París, no son nuevos ni fáciles, pero sí de un sentido común apabullante: recoger lo mejor de las mejores casas, huyendo de los extremos para alcanzar una centralidad de progreso. No en vano, uno de sus lemas reza que hoy en día el mundo se divide entre conservadores y progresistas. Y acierta, el joven progresista y europeísta sin complejos, en el análisis.

Macron conoce los serios problemas estructurales por los que atraviesa Francia, más allá de la malaise y, un hijo de los valores de la Ilustración como él, es plenamente consciente de las resistencias que encontrará en buena parte de la sociedad francesa frente al regeneracionismo del que ha hecho también estandarte. Para afrontar con garantías las próximas legislativas tendrá que hacer un verdadero encaje de bolillos, y su primera medida adoptada, elegir como primer ministro a Edouard Philippe, es una acertada prueba de ello. Atraer a la derecha moderada de los Republicanos, erosiona al conservadurismo que ,no olvidemos ,logró salvar los muebles en las presidenciales pese a quedar apeado por el asunto Fillon. Desde la filas de La República en Marcha se da por hecho -aunque deberá trabajarlo- que terminará atrayendo al centro-izquierda del PSF -en una operación que recuerda la estrategia para atraer el voto de la socialdemocracia canadiense por Trudeau El Joven y desalojar a los conservadores de Harper del Gobierno-. Cuenta con el apoyo incondicional del centro representado por Bayrou. La composición del Gabinete de Macron es, como se esperaba, diverso y transversal: un equilibrio entre juventud y veteranía, paritario, que incluye lo mejor de la izquierda y derecha moderadas, bajo el denominador común del progresismo.

Y ese mismo reto que apuntábamos con anterioridad para las Galias, también es válido para la "refundación" de la Unión Europea, de la que el hijo de la Alta Francia hace bandera. El relanzamiento del Eje París-Berlín dependerá, y mucho, de su sintonía, no solo en la aplicación de programas socioeconómicos, donde las diferencias son sensibles, sino también en lo personal, con la Canciller Merkel. No debemos pasar por alto que la premier teutona se vislumbra como más que posible vencedora, por enésima vez, en las elecciones de otoño en Alemania, visto que la penúltima esperanza de la socialdemocracia europea, encarnada por Schulz, no surte hasta el momento el efecto revitalizante esperado. El joven presidente galo afronta, pues, grandes retos y, con él, todos los que creemos en el proyecto europeo. El Macron que nos emocionó con su discurso en campaña sobre el papel de Francia en Argelia, el Macron que parece hacer realidad la idea de transversalidad...en definitiva, Emmanuel representa la esperanza de Francia, la de Europa y la constatación de que es desde el centro progresista desde donde se puede afrontar con moderado optimismo el futuro, capaz de frenar al populismo y al nacionalismo, como ya ocurriera en Holanda con las formaciones liberales D66 y el partido de Rutte. Con un centro izquierda tradicional, incapaz de adaptarse a esta época de transición, de cambio de ciclo, y con un conservadurismo inmovilista poco atractivo para una ciudadanía cada vez más exigente con su clase política, ha llegado el momento del centrismo progresista. Debemos conceder confianza al hombre de Picardía que preside la patria de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y de las Luces por excelencia. El esfuerzo y la tarea son hercúleas y las expectativas requieren calmar impaciencias.

Emmanuel

En Marche! ha conseguido un hecho insólito
Nicolás de Miguel
viernes, 19 de mayo de 2017, 00:03 h (CET)
Emmanuel Macron seduce dentro y fuera de Francia. Son muchas la razones pero me limitaré, tras los ríos de tinta vertidos sobre el octavo Presidente de la V República Francesa, a resaltar su liderazgo, su perfil de político del que tan necesitamos estamos, no solo en Europa, sino en el mundo. Menos espontáneo que el otro gran dirigente de la Francofonía, el liberal Justin Trudeau, pero también dotado del don de una actitud conciliadora. Más europeo en las formas que éste último, como no podía ser de otra forma, elegante y culto, sin caer en la afectación aristocrática de un de Villepin. Su paso educativo por aulas tuteladas por la Compañía de Jesús marcan impronta. Emmanuel Macron es un humanista, formado en esa cantera de élite que es la ENA, sumando a las Letras y la Filosofía, las Finanzas y las Ciencias Políticas. Amante de la música y las Artes, personifica el "hombre del Renacimiento del siglo XXI".

Con estas cartas de presentación y un carisma que hacía décadas no se conocía en el Viejo Continente, el ex-ministro de Hollande personifica ese nuevo liderazgo ilusionante, cercano y empático, y es, además, un eficaz comunicador. En tiempo récord, apoyado en un movimiento ciudadano, En Marche!, (ahora ya partido político: La República en Marcha), ha conseguido un hecho insólito que no es otro que noquear al PSF y dejar fuera de la carrera al Elíseo a la derecha tradicional. O lo que es lo mismo, dar un revolcón sin precedentes al sistema hasta ahora imperante francés, donde socialistas y conservadores se han ido alternando en el trono del Elíseo desde 1959 -aquí no podemos obviar la singularidad de una personalidad clave en la construcción de Francia desde los años cuarenta del pasado siglo, el general de Gaulle-, con el paréntesis, del cuando menos controvertido Giscard d'Estaing. Los ingredientes básicos de la receta Macron, con los que evitó que la ultraderecha asaltara París, no son nuevos ni fáciles, pero sí de un sentido común apabullante: recoger lo mejor de las mejores casas, huyendo de los extremos para alcanzar una centralidad de progreso. No en vano, uno de sus lemas reza que hoy en día el mundo se divide entre conservadores y progresistas. Y acierta, el joven progresista y europeísta sin complejos, en el análisis.

Macron conoce los serios problemas estructurales por los que atraviesa Francia, más allá de la malaise y, un hijo de los valores de la Ilustración como él, es plenamente consciente de las resistencias que encontrará en buena parte de la sociedad francesa frente al regeneracionismo del que ha hecho también estandarte. Para afrontar con garantías las próximas legislativas tendrá que hacer un verdadero encaje de bolillos, y su primera medida adoptada, elegir como primer ministro a Edouard Philippe, es una acertada prueba de ello. Atraer a la derecha moderada de los Republicanos, erosiona al conservadurismo que ,no olvidemos ,logró salvar los muebles en las presidenciales pese a quedar apeado por el asunto Fillon. Desde la filas de La República en Marcha se da por hecho -aunque deberá trabajarlo- que terminará atrayendo al centro-izquierda del PSF -en una operación que recuerda la estrategia para atraer el voto de la socialdemocracia canadiense por Trudeau El Joven y desalojar a los conservadores de Harper del Gobierno-. Cuenta con el apoyo incondicional del centro representado por Bayrou. La composición del Gabinete de Macron es, como se esperaba, diverso y transversal: un equilibrio entre juventud y veteranía, paritario, que incluye lo mejor de la izquierda y derecha moderadas, bajo el denominador común del progresismo.

Y ese mismo reto que apuntábamos con anterioridad para las Galias, también es válido para la "refundación" de la Unión Europea, de la que el hijo de la Alta Francia hace bandera. El relanzamiento del Eje París-Berlín dependerá, y mucho, de su sintonía, no solo en la aplicación de programas socioeconómicos, donde las diferencias son sensibles, sino también en lo personal, con la Canciller Merkel. No debemos pasar por alto que la premier teutona se vislumbra como más que posible vencedora, por enésima vez, en las elecciones de otoño en Alemania, visto que la penúltima esperanza de la socialdemocracia europea, encarnada por Schulz, no surte hasta el momento el efecto revitalizante esperado. El joven presidente galo afronta, pues, grandes retos y, con él, todos los que creemos en el proyecto europeo. El Macron que nos emocionó con su discurso en campaña sobre el papel de Francia en Argelia, el Macron que parece hacer realidad la idea de transversalidad...en definitiva, Emmanuel representa la esperanza de Francia, la de Europa y la constatación de que es desde el centro progresista desde donde se puede afrontar con moderado optimismo el futuro, capaz de frenar al populismo y al nacionalismo, como ya ocurriera en Holanda con las formaciones liberales D66 y el partido de Rutte. Con un centro izquierda tradicional, incapaz de adaptarse a esta época de transición, de cambio de ciclo, y con un conservadurismo inmovilista poco atractivo para una ciudadanía cada vez más exigente con su clase política, ha llegado el momento del centrismo progresista. Debemos conceder confianza al hombre de Picardía que preside la patria de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y de las Luces por excelencia. El esfuerzo y la tarea son hercúleas y las expectativas requieren calmar impaciencias.

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