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Doble rasero de la ONU: Libia y Siria

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Es posible que sea una “rara avis” y que los dedos se me antojen huéspedes, pero me cuesta mucho imaginarme a los llamados “rebeldes” de Libia, supuestamente indefensos, masacrados y torturados por el régimen del señor Gadafi ( sin duda un dictador y un criminal) que, de pronto y gracias a unos bombardeos poco eficaces de los países que se han concertado para cumplir, en teoría, un mandato de la ONU –en el que, por cierto, se les prohibía cualquier tipo de intervención terrestre –; hacerse, de pronto, con las riendas de la situación en su país, aparecer fuertemente armados y provistos de todo tipo de material de guerra, avanzando imparables hacia la conquista de la inexpugnable Trípoli. A mi entender es un cambio que no tiene otra explicación que aceptar que aquellos que corrían delante de los tanques del ejército de Gadafi, los que se refugiaban en los campamentos allende de las fronteras del país, y aquellos que no disponía más que de algunos fusiles y carecían de recursos económicos para poder subsistir; por un raro designio de Alá, hayan conseguido darle la vuelta a la tortilla, de modo que, ahora, son ellos los que ponen en aprietos a las preparadas y bien armadas tropas del dictador. Algo verdaderamente milagroso ha ocurrido.

Y esto nos recuerda lo que se esconde en las entrañas de esta organización que sucedió a la Sociedad de Naciones (fundada en 1919) cuando en 1945, 51 naciones se decidieron a fundar la ONU. Aparte de que nunca, este polifacético y costoso engendro, con pretensiones de solucionar los problemas entre naciones y eliminar las injusticias en el Mundo, haya podido actuar con plena independencia y democracia; debido a que, como suele ocurrir habitualmente, los países más poderosos se reservaron el “derecho de veto”, que les permitía anular cualquier intento de resolución, que no fuera del agrado de los que siempre han cortado el bacalao en los temas mundiales; esta amalgama de naciones, esta diversidad de ideologías, este conglomerado de creencias religiosas y esta disparidad de intereses económicos, han conseguido que, en el seno de la ONU, hayan proliferado un conjunto heterogéneo de comisiones y subcomisiones que dan sustento a miles de funcionarios que intentan justificar los despilfarros en el gasto de esta inmensa torre de Babel, para justificar su propio trabajo y remuneración. Actualmente, es difícil de distinguir aquellas promociones encaminadas a favorecer a los países pobres o paliar la pobreza en el mundo, de aquellas otras de las que se han hecho dueños sectores especialmente conflictivos, progresistas, de grupos filo anarquistas y comunistas, cuyos propósitos coinciden en una buena parte con lo que ha venido pretendiendo la masonería desde hace siglos, en especial, en lo que hace referencia a su obsesión por acabar con el cristianismo, su enemigo endémico.

Y, en este sentido choca ver como, cuando se trata de resolver sobre pleitos internacionales, cuando se busca, aparentemente, la paz y evitar las guerras; la experiencia nos viene confirmando que, en cada ocasión en la que la ONU ha intervenido, los resultados han sido muy discutibles. Si hemos de fiarnos por lo que ha venido consiguiendo en las dictaduras africanas, los fracasos se pueden contar a puñados, incluso en aquellas naciones en las que se ha pretendido enviar fuerzas de pacificación. Sus logros para evitar las hambrunas y paliar la miseria han sido infumables y, prueba de ello, es que en África se estima que hay 600.000 niños en inminente peligro de muerte por inanición; una gran parte de ellos en la república (¿lo es?) de Somalia. Grandes presupuestos, mucha parafernalia, y una gran exhibición de medios y de empleados, pero si analizamos los efectos de sus resoluciones veremos que, en la mayoría de casos, han sido nulos.

Tomemos, por ejemplo, dos casos paralelos. Empecemos por los levantamientos de Túnez, Egipto, Libia, Siria, con los intentos en Argelia y Marruecos fracasados en parte. Aquellos rebeldes que se presentaban como salvadores de la patria y contrarios a las tiranías, todavía no han conseguido demostrar, en sus respectivas naciones, que sus “triunfos” revolucionarios contra las respectivas dictaduras hayan conseguido mejorar el nivel de vida de sus pueblos o hayan sacado a nadie de la pobreza. Eso sí, se han apoderado de las calles y se han hecho fuertes, cada uno con sus pretensiones, de modo que, las posibilidades de formar gobiernos estables, cada vez parecen más remotas, mientras que, las luchas políticas entre facciones no han cesado y el desorden y el caos se han convertido en moneda corriente, al haberse dado a las masas un poder que son incapaces de administrar con sensatez y generosidad. Una cosa aparece bastante nítida: el poder musulmán, la extensión islamista, parece imparable y, los Hermanos Musulmanes de Egipto, sin duda van a extender su influencia a sus naciones vecinas cuando, como parece previsible, obtengan el control del gran Egipto,

¿Cumplen los europeos con el mandato de la ONU en su intervención militar en Libia? Mucho nos tememos que no. Empecemos por la deserción de los EE.UU., que delegaron las responsabilidades en la OTAN ( y, naturalmente, los gastos de una intervención que debía durar unas semanas y ya llevamos cuatro meses tirando bombas… cuando las hay) Como es obvio, cuando la confrontación se prolonga a algunos países beligerantes les entran las prisas y, es muy probable que, aunque ello suponga incumplir el mandato de las Naciones Unidas, no nos deberíamos de extrañar si, desde las fronteras de sus vecinos ( Túnez, Egipto o Argelia), los países de la coalición, directamente o por medio de terceros, hayan hecho llegar a los rebeldes libios armamento pesado, municiones, avituallamientos y asesoramiento militar. Esto explicaría el hecho de que Gadafi hubiera salido adelante de los bombardeos aéreos y ahora, en cambio, se le vea en plena retirada ante un enemigo evidentemente mejor armado. ¿Permitía la orden de la OTAN este tipo de intervención? Mucho nos tememos que no, ni en su espíritu ni en su letra. No hubiera conseguido la aprobación de Rusia y países árabes, si se hubiera contemplado efectuar una acción semejante.

Observemos, no obstante, lo que está sucediendo en Siria. Una represión brutal con miles de víctimas y detenciones con torturas. ¿ Han visto que la ONU se haya apresurado, como ocurrió en el caso de Libia, a crear otra cruzada similar para destronar al señor Bachar Al Assad?. La situación es idéntica, las peticiones de democracia las mismas, los argumentos para solicitar una intervención militar análogos, entonces ¿cómo se justifica que, en un caso hayan intervenido y en el otro no? El hecho, señores, es que no existe justificación alguna salvo, y aquí está el quid de la cuestión, porque Libia no está en Asia, ni sus vecinos son Arabia Saudí y los Emiratos ni a los europeos les interesa crear un foco de inestabilidad que favorezca al Irán del señor Ahmadineyad, un peligroso enemigo que también ha empezado a tener problemas con su pueblo. Y es que la legalidad, tanto nacional como internacional, parece que sólo rige para los pobres, ya que, para los poderosos, es algo de lo que se puede prescindir, como diría el ex ministro de Justicia del PSOE, señor Fernández Bermejo: “Las leyes deben aplicarse según convenga al momento”. Por desgracia, en España tenemos lacerantes muestras de cómo ha venido aplicando la ley el PSOE y de cómo nuestro Estado de Derecho se ha derrumbado, como las murallas de Jericó al sonido de los cuernos de Josué, ante las filosofías relativistas de quienes no dudan en violar las normas para mantenerse en el poder. Algo sobre lo que reflexionar. O esto es lo que opino yo al respecto

Doble rasero de la ONU: Libia y Siria

Miguel Massanet
miércoles, 24 de agosto de 2011, 06:49 h (CET)
Es posible que sea una “rara avis” y que los dedos se me antojen huéspedes, pero me cuesta mucho imaginarme a los llamados “rebeldes” de Libia, supuestamente indefensos, masacrados y torturados por el régimen del señor Gadafi ( sin duda un dictador y un criminal) que, de pronto y gracias a unos bombardeos poco eficaces de los países que se han concertado para cumplir, en teoría, un mandato de la ONU –en el que, por cierto, se les prohibía cualquier tipo de intervención terrestre –; hacerse, de pronto, con las riendas de la situación en su país, aparecer fuertemente armados y provistos de todo tipo de material de guerra, avanzando imparables hacia la conquista de la inexpugnable Trípoli. A mi entender es un cambio que no tiene otra explicación que aceptar que aquellos que corrían delante de los tanques del ejército de Gadafi, los que se refugiaban en los campamentos allende de las fronteras del país, y aquellos que no disponía más que de algunos fusiles y carecían de recursos económicos para poder subsistir; por un raro designio de Alá, hayan conseguido darle la vuelta a la tortilla, de modo que, ahora, son ellos los que ponen en aprietos a las preparadas y bien armadas tropas del dictador. Algo verdaderamente milagroso ha ocurrido.

Y esto nos recuerda lo que se esconde en las entrañas de esta organización que sucedió a la Sociedad de Naciones (fundada en 1919) cuando en 1945, 51 naciones se decidieron a fundar la ONU. Aparte de que nunca, este polifacético y costoso engendro, con pretensiones de solucionar los problemas entre naciones y eliminar las injusticias en el Mundo, haya podido actuar con plena independencia y democracia; debido a que, como suele ocurrir habitualmente, los países más poderosos se reservaron el “derecho de veto”, que les permitía anular cualquier intento de resolución, que no fuera del agrado de los que siempre han cortado el bacalao en los temas mundiales; esta amalgama de naciones, esta diversidad de ideologías, este conglomerado de creencias religiosas y esta disparidad de intereses económicos, han conseguido que, en el seno de la ONU, hayan proliferado un conjunto heterogéneo de comisiones y subcomisiones que dan sustento a miles de funcionarios que intentan justificar los despilfarros en el gasto de esta inmensa torre de Babel, para justificar su propio trabajo y remuneración. Actualmente, es difícil de distinguir aquellas promociones encaminadas a favorecer a los países pobres o paliar la pobreza en el mundo, de aquellas otras de las que se han hecho dueños sectores especialmente conflictivos, progresistas, de grupos filo anarquistas y comunistas, cuyos propósitos coinciden en una buena parte con lo que ha venido pretendiendo la masonería desde hace siglos, en especial, en lo que hace referencia a su obsesión por acabar con el cristianismo, su enemigo endémico.

Y, en este sentido choca ver como, cuando se trata de resolver sobre pleitos internacionales, cuando se busca, aparentemente, la paz y evitar las guerras; la experiencia nos viene confirmando que, en cada ocasión en la que la ONU ha intervenido, los resultados han sido muy discutibles. Si hemos de fiarnos por lo que ha venido consiguiendo en las dictaduras africanas, los fracasos se pueden contar a puñados, incluso en aquellas naciones en las que se ha pretendido enviar fuerzas de pacificación. Sus logros para evitar las hambrunas y paliar la miseria han sido infumables y, prueba de ello, es que en África se estima que hay 600.000 niños en inminente peligro de muerte por inanición; una gran parte de ellos en la república (¿lo es?) de Somalia. Grandes presupuestos, mucha parafernalia, y una gran exhibición de medios y de empleados, pero si analizamos los efectos de sus resoluciones veremos que, en la mayoría de casos, han sido nulos.

Tomemos, por ejemplo, dos casos paralelos. Empecemos por los levantamientos de Túnez, Egipto, Libia, Siria, con los intentos en Argelia y Marruecos fracasados en parte. Aquellos rebeldes que se presentaban como salvadores de la patria y contrarios a las tiranías, todavía no han conseguido demostrar, en sus respectivas naciones, que sus “triunfos” revolucionarios contra las respectivas dictaduras hayan conseguido mejorar el nivel de vida de sus pueblos o hayan sacado a nadie de la pobreza. Eso sí, se han apoderado de las calles y se han hecho fuertes, cada uno con sus pretensiones, de modo que, las posibilidades de formar gobiernos estables, cada vez parecen más remotas, mientras que, las luchas políticas entre facciones no han cesado y el desorden y el caos se han convertido en moneda corriente, al haberse dado a las masas un poder que son incapaces de administrar con sensatez y generosidad. Una cosa aparece bastante nítida: el poder musulmán, la extensión islamista, parece imparable y, los Hermanos Musulmanes de Egipto, sin duda van a extender su influencia a sus naciones vecinas cuando, como parece previsible, obtengan el control del gran Egipto,

¿Cumplen los europeos con el mandato de la ONU en su intervención militar en Libia? Mucho nos tememos que no. Empecemos por la deserción de los EE.UU., que delegaron las responsabilidades en la OTAN ( y, naturalmente, los gastos de una intervención que debía durar unas semanas y ya llevamos cuatro meses tirando bombas… cuando las hay) Como es obvio, cuando la confrontación se prolonga a algunos países beligerantes les entran las prisas y, es muy probable que, aunque ello suponga incumplir el mandato de las Naciones Unidas, no nos deberíamos de extrañar si, desde las fronteras de sus vecinos ( Túnez, Egipto o Argelia), los países de la coalición, directamente o por medio de terceros, hayan hecho llegar a los rebeldes libios armamento pesado, municiones, avituallamientos y asesoramiento militar. Esto explicaría el hecho de que Gadafi hubiera salido adelante de los bombardeos aéreos y ahora, en cambio, se le vea en plena retirada ante un enemigo evidentemente mejor armado. ¿Permitía la orden de la OTAN este tipo de intervención? Mucho nos tememos que no, ni en su espíritu ni en su letra. No hubiera conseguido la aprobación de Rusia y países árabes, si se hubiera contemplado efectuar una acción semejante.

Observemos, no obstante, lo que está sucediendo en Siria. Una represión brutal con miles de víctimas y detenciones con torturas. ¿ Han visto que la ONU se haya apresurado, como ocurrió en el caso de Libia, a crear otra cruzada similar para destronar al señor Bachar Al Assad?. La situación es idéntica, las peticiones de democracia las mismas, los argumentos para solicitar una intervención militar análogos, entonces ¿cómo se justifica que, en un caso hayan intervenido y en el otro no? El hecho, señores, es que no existe justificación alguna salvo, y aquí está el quid de la cuestión, porque Libia no está en Asia, ni sus vecinos son Arabia Saudí y los Emiratos ni a los europeos les interesa crear un foco de inestabilidad que favorezca al Irán del señor Ahmadineyad, un peligroso enemigo que también ha empezado a tener problemas con su pueblo. Y es que la legalidad, tanto nacional como internacional, parece que sólo rige para los pobres, ya que, para los poderosos, es algo de lo que se puede prescindir, como diría el ex ministro de Justicia del PSOE, señor Fernández Bermejo: “Las leyes deben aplicarse según convenga al momento”. Por desgracia, en España tenemos lacerantes muestras de cómo ha venido aplicando la ley el PSOE y de cómo nuestro Estado de Derecho se ha derrumbado, como las murallas de Jericó al sonido de los cuernos de Josué, ante las filosofías relativistas de quienes no dudan en violar las normas para mantenerse en el poder. Algo sobre lo que reflexionar. O esto es lo que opino yo al respecto

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