Nos guste más o nos guste menos, e independientemente de su carácter provocador y altivo a partes iguales, hace ya mucho tiempo que el comandante Castro pasó a ocupar un lugar de privilegio entre los más importantes líderes que ha conocido el siglo veinte. Apreciado por unos, los menos probablemente, y vilipendiado por otros, los más, el caso es que el hecho en sí de su desaparición a los noventa años de edad no ha dejado indiferente a casi nadie. Ya sé que eso suele suceder, por regla general, cuando uno abandona este latente mundo, que por muy impresentable que se haya sido en vida, siempre aparecen aquellos políticamente correctos glosando exclusivamente sus virtudes, para acabar relegando para más adelante y en la intimidad de sus círculos de confianza una sincera y veraz opinión del finado absolutamente libre de sesgos y convencionalismos rancios.
Eso ha ocurrido con Fidel Castro y sucedió también hace unos pocos días con Rita Barberá, que tras su fallecimiento todo fueron muestras de cariño y alabanzas a su itinerario vital y profesional, cuando apenas cuarenta y ocho horas antes de que se hallase el cuerpo sin vida de la exalcaldesa de Valencia en un hotel de la Capital, se la tachaba de impresentable y en absoluto digna de militar en un partido político como el Popular. Es la tramoya de la política, me temo, incapaz por una sola vez de no comportarse de manera hipócrita con la realidad que la circunda.
Quienes, al parecer eso sí, han brindado por el acontecimiento, ignoro si con razón o sin ella, fueron los disidentes cubanos (léase exiliados) que se encuentran residiendo en el sur de los Estados Unidos (léase Miami). Al grito de “Cuba libre”, salieron a las calles para celebrar un acontecimiento insólito cuya fecha ha quedado grabada definitivamente en los anales históricos de la privilegiada isla caribeña. Aunque nada nuevo acontecerá, barrunto, tras la muerte del comandante Castro. Si algún suceso extraordinario tenía que trascender para transformar en positivo el destino oscuro de los cubanos, ese no era en ningún caso el advenimiento de la parca en el hogar de los Castro. Eso sí, puede que haya servido en buena medida para precipitarlo, no lo voy a negar, pero nunca para generarlo. Porque, ya lo dice refrán, no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista.