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Los contenciosos y diferendos diplomáticos españoles, verano del 2025

Hasta que España no resuelva su complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar en el concierto de las naciones el puesto que le corresponde
Ángel Manuel Ballesteros
viernes, 18 de julio de 2025, 09:43 h (CET)

Previsto el fin de año, como corresponde, para proseguir con los balances sobre nuestros contenciosos y diferendos diplomáticos, una incidencia sobre el diferendo de Perejil, una serie televisiva española, y otra sobre el contencioso del Sáhara, la contabilidad en incremento favorable a las tesis marroquíes, acaecidas ambas en este verano del 25, parecen aconsejar algunas puntualizaciones al respecto, dejando para ulterior momento, y siempre con un creciente/decreciente ánimo, nuestros balances sobre las controversias territoriales españolas, el tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto, aunque no irresoluble de nuestra política exterior. Resulta perfectamente inteligible que un país como el nuestro, vistos actores y circunstancias, dada la realidad, donde la armonía, hasta con h, se muestra mediatizada por una crisis de valores profunda y semi galopante; tipificable por un confusionismo in crescendo; con acentuadas tendencias centrífugas en su complicada construcción nacional en una visible teórica escala reduccionista; donde existe una tónica inercial a dejar deteriorarse las situaciones hasta extremos de problemática reconducción; en la que las partidas en los procelosos tableros se juegan con las negras, a la defensiva, en lugar de llevar la iniciativa con las blancas; y cuyos déficits y responsabilidad son imputables a los sucesivos gobiernos, por supuesto a unos más y a otros menos, pero que resulta predicable casi genéricamente de todos, resulta comprensible decíamos, que a la política internacional, atenazados los no modélicos políticos por las variables interiores, no se le preste la debida atención. Ciertamente no parece fácil felicitar a sus ejecutores. O como he titulado algún que otro artículo, Metternich no frecuenta Santa Cruz. Ni Moncloa, claro.


Como venimos repitiendo, pretendiendo elevarlo a máxima diplomática, “hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente, su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar en el concierto de las naciones el puesto que corresponde a la que fue primera potencia planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes”, lo que unido a otra de nuestras máximas, “a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España parece tener más dificultades que otros países similares no ya para para gestionar el interés nacional sino hasta para identificarlo e incluso para localizarlo”, constituyen la diarquía operativa del accionar español.


Por otro lado, para vertebrar el menguante desánimo mencionado al principio, se vuellve a citar a David Eade, que en el 2013, en el Gibraltar News, dejó escrito, Angel Manuel Ballesteros, a former diplomat, ambassador, academic, writer and so on and so forth, and his words are listened to in his native Spain... Pues bien, no parece que el aserto del ilustre periodista, al tiempo de criticar mis tesis sobre Gibraltar, que todo hay que decirlo, haya resultado exacto en cuanto a que mis palabras son escuchadas por estos pagos. Y eso, tras habérselo pedido a Moncloa y Santa Cruz desde más de una instancia cualificada. Por aquellas fechas, Juan Carlos I, según prensa gibraltareña, habría casi sentenciado la cuestión: No está en el interés de España recuperar pronto Gibraltar porque inmediatamente Hassan II reivindicaría Ceuta y Melilla.


En efecto, seguimos sin establecer una oficina ad hoc para su debido tratamiento coordinado ya que los tres grandes contenciosos están interconexionados, tan estrechamente entremezclados como en una madeja sin cuenda, donde al tirar del hilo de uno de ellos para desenlazarlos surgen automática, inevitablemente, los otros dos. Hágase con el rango; el carácter (incluso secreto si así se estimara tal que se intentó por Fernando Morán con su Comité del Estrecho, donde un reducido grupo de diplomáticos y militares nos ocuparíamos de ambas orillas del Estrecho, que quedó en nonato al parecer por una filtración a un periódico de la zona) y la ubicación, tal vez mejor en Moncloa que en Exteriores. Mi vieja propuesta sólo encontró acogida por un titular de Santa Cruz, quizá y sin quizá, salvo Castiella con Gibraltar, el de mayor dedicación a nuestros litigios territoriales: ¨lo haremos cuando yo sea ministro”, me dijo Moratinos, a la sazón director general de Africa. Pero tampoco: “es un tema con una sensibilidad tal que resulta muy difícil de abordar para un político”. Lo comprendo querido amigo, pero para mí es una cuestión técnica.


Las relaciones hispano-marroquíes, son las más delicadas que presenta y seguirá tratando nuestra diplomacia, donde profesionales, tratadistas y hasta aficionados asignan casi némine discrepante el papel de mayor riesgo al vecino del sur. Ahí está el contencioso de Ceuta y Melilla. Con las islas y peñones. Allí está el Sáhara. Rabat cuenta con una hábil y continuista diplomacia, lo que deviene clave en tan hipersensible materia. Y con ellos practicamos la diplomacia secreta, que yo propugno para temas ad hoc. Instrumento excepcional y subsidiario antes que complementario de la acción de gobierno, con el que a título casi singular cuenta y ha ejercido Madrid, ya consagrada por una tradición de décadas, en la que participó Don Juan con Hassan II, cuyo entendimiento se acentuaba por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores. O en la modalidad Franco/Hassan II la única vez que se encontraron (ya se habían visto pero no ambos como jefes, con Hassan tras su padre) en el aeropuerto de Barajas, en el 63, donde el nivel de locuacidad no fue precisamente alto desde el lado español, y el barón de las Torres, el mismo intérprete de la entrevista de Hendaya con Hitler, dijo que “había sido fácil traducir a Franco porque en varias ocasiones se limitó a responder con monosílabos”. El hecho es que ambos jefes de estado y luego los dos tronos, se han entendido perfectamente bien, desde que, aunque “con cara de pocos amigos”, Mohamed V vino a Madrid en 1956 para llevarse la independencia de Marruecos ya conseguida de Francia.


1956 marca el acceso del reino de Marruecos a la comunidad internacional pero en aras de una diplomacia conceptual que agilice los contactos bilaterales con mayor propiedad, se debería de principiar por el dato de que Marruecos es un país antiguo, superando determinadas cantinelas equívocas al uso. Ya en los setenta, siguiendo el modelo de los viajeros clásicos del XIX, que se hacían pasar por árabes para conocer en profundidad los países musulmanes, fui uno de los contados europeos que acompañado por amigos marroquíes que me habían transformado en un distinguido sidi, mudo, para mayor seguridad, introduje la cabeza bajo el catafalco de Muley Idriss. Y rodeado el mausoleo por una fervorosa multitud, se constataba en alguna manera que la historia de Marruecos, en cuanto entidad política incipiente y diferenciable en el mundo árabe como reino de Fez, comienza con la dinastía Idrissita, fundada por Idriss I cuya proclamación tuvo lugar en Ualilí, el viernes 4 de Ramadan del año 172 (788) reinando hasta el año 175 (791) en que fue muerto por orden del jalifa de Oriente, Harun al Rachid.


Se ha insistido en que Madrid y Rabat estuvieron al borde de las hostilidades, cuando el islote Perejil, en julio del 2002, en plenos esponsales de Mohamed VI, los primeros con simbología democrática -no parece ciertamente el momento idóneo para desencadenar una crisis con España- de lo que disentimos con tranquilidad de conciencia profesional y en todo caso, el riesgo de escalada sería tal vez más atribuible al un tanto exaltado Madrid de la época, con un espectacular y desproporcionado despliegue reconquistador (el coronel jefe de helicópteros en la operación colaboró conmigo como general jefe de la misión militar europea en un país africano donde yo desempeñaba la presidencia local de la UE) para desalojar a media docena de uniformados marroquíes, ante la atónita mirada de las cabras que allí pululan, seguido de la imposición de condecoraciones: “querían probar nuestra capacidad de reacción”, aseveran en ciertos círculos. Diríamos que errado, con el cautelar casi del todo este punto, porque en Perejil, amén de que nadie sabe a ciencia cierta lo que pasó y aunque en Marruecos no se mueve una hoja sin que lo controle el Majzén, parece verosímil la versión de un sorprendido Rabat, “se ha tratado de una operación de control de tráficos ilícitos” y eso tras de que a alto nivel gubernamental se aseguraba “no tener idea del contenido de la queja de Madrid”. Y por lo que se refiere a la parafernalia, con el despliegue de la bandera, en más de una ocasión algún jefecillo ha podido ir por semi libre, como en el robo del brazo del conquistador de Melilla Pedro de Estopiñán, ocho meses después, recuperado, Porque bien conocen los marroquíes nuestra capacidad de reacción, en directo, a través de muchos años, donde se ubica cual indeleble frontispicio de referencia histórica si se tercia, incluso alguna cuisante, muy lacerante derrota colonial o la Marcha Verde y en indirecto, a través de sus numerosos y efectivos espías. (Y sobre papel oficial y privado, a efectos de calibrar el tema incluible y clave, categoría que mantenemos visto su devastador impacto, de la droga, yo había puesto en Rabat, ya en 1977, la urgente necesidad de que se reunieran los ministros de Interior de ambos países ante el creciente tráfico del hachís).


Cierto que para ser exhaustivos se ha esgrimido la alianza USA-Marruecos, los primeros que reconocieron a los norteamericanos cuando su independencia, lo que en la época y dada la marcha de la guerra con el apoyo francés no excedería en mucho a lo simbólico, pero ahí está como se impone reseñar que la entente es tal que condiciona las relaciones Washington-Madrid y yo mismo escribí entonces en el análisis sobre Perejil, que “Mohamed VI fuerte en su alianza con Estados Unidos, sabía bien que la Casa Blanca no dejaría que las cosas pasaran a mayores”. Todo esto es aceptable en la dialéctica genérica pero no parece desvirtuar nuestras consideraciones actuales de fondo: se trató de un tema menor, que no buscaba efectos prebélicos y que, siempre al parecer, habría sido magnificado por Madrid, “consulté hasta tres veces a los jefes militares”, recuerda Aznar, cuando donde debía haber consultado era a Santa Cruz. Claro que esto es teoría, técnica diplomática, porque en Exteriores la ministra terminaba literalmente de tomar posesión y vayan ustedes a saber hasta qué punto era capaz de localizar en el mapa con precisión el muy desconocido islote de la discordia, tal vez se preguntara más de uno, y con el número dos, nombrado por el anterior ministro, que era un técnico comercial del Estado, no un diplomático.


En el punto del espionaje marroquí, omnipresente en las relaciones, tres veces más miembros tiene el CNI que la carrera diplomática, el ministro de Defensa en Perejil fue el mismo del Yak 42, con la agencia dirigida por primera vez por un civil. No hubo dimisiones cuando seis valerosos agentes, cayeron en una emboscada tras agotar sus armas, cortas. Honor a ellos en el recuerdo y mi agradecimiento al que, sin ser de ese grupo y en otro momento, quiso ayudarme en el Sáhara.


La disección de Perejil, insistimos, comporta ante todo que existe un mejor derecho de España, no un único, pero sí un mejor derecho, lo que faculta para sostener que no se debieron de aceptar las tablas, la vuelta al statu quo ante, es decir, la tierra de nadie. “España posee argumentos históricos y jurídicos para reclamar la soberanía española sobre la isla”, asimismo mantiene Dionisio García Flórez, el primero que alertó de que podía ocurrir un incidente ante la ausencia de ejercicio de soberanía. Y por otra parte, opinamos con firmeza que se debió de acudir a la diplomacia regia, pocas veces tan indicada, en lugar de a mediaciones ajenas por efectivas que fueran, que lo fueron, envueltas en el despectivo “islote estúpido”, de Alexander Haig.


En el Sáhara, en el cambio de postura, se reitera ad nauseam administrativa, que la vuelta a la tradicional posición de neutralidad activa anterior, que defienden los distintos políticos, quizá de manera un tanto inercial, irreflexiva, indocumentada, legitimada en cuanto crítica al de todo punto inaceptable movimiento sanchista, resulta insuficiente, que España tiene que hacer algo más que ser uno del Grupo de los 5, que necesita adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica, que nosotros hemos propuesto que se nos asigne para colaborar con el bueno de De Mistura, que lleva camino similar al de sus ilustres predecesores en la ya no corta lista de mediadores onusianos que no parece contar ciertamente con el blessing del olimpo diplomático, ha sido denunciado como un ejercicio de diplomacia secreta, dada la prácticamente ausencia de explicaciones presidenciales cumplidas y previas, en la línea formal del maestro del secretismo Castlereagh, uno de los integrantes de la triada clásica de los grandes maestros de la diplomacia del convenio de Viena con o mejor, tras Metternich y Talleyrand, que llevó el secretismo al extremo de que el tratado de Chaumont, decisivo contra Napoleón, lo redactó en buena parte él mismo de su puño y letra. Aquí, cierto que traído por los pelos, surge lord Byron -que tanto escribió sobre España “donde todos son nobles menos la nobleza”, pero que sus juicios seudopositivos quedaban sin embargo opacados ante la realidad de un pueblo que no había conseguido ser nación hasta el aldabonazo de la invasión napoleónica- con su, stop, traveller and piss, sobre la tumba del estadista británico, que en verdad murió con escasa popularidad.


Tampoco hubo riesgo de hostilidades, aunque sí diplomacia secreta, en el 2014, cuando policías costeros españoles sobrevolaron el yate del monarca alauita, y para colmo, perdidos los papeles, un general pretendió pedir disculpas a la dinastía alauita. Mohamed VI, a quien vimos por primera vez en España cuando los funerales de Franco y la coronación de Juan Carlos I, en representación de su augusto padre que no podía venir en plena Marcha Verde, ya daba muestras, a los doce años, de su carácter resuelto. He escrito y conferenciado sobre el golpe de Estado -que se inicia en la intriga, se materializa a través de la confabulación, del contubernio, se vertebra, perfeccionándose, en conjuración o en conjura, y asciende a complot y origina el golpe- sobre los movimientos involucionistas del mundo árabe, y mantenemos de manera invariable que su autoridad, a diferencia de su predecesor que sufrió dos graves tentativas, una el único golpe que registra la historia de la aviación sobre objetivo aéreo, está garantizada, sin fisuras de ningún tipo y que el único riesgo para la estabilidad del trono vendría por el Sáhara, que le está llevando a una diplomacia audaz aunque tal vez acelerada, en la comparativa con el gran dosificador de los tempos con España, Hassan II, a quien recuerdo sus palabras y escritos en aquellos crepúsculos azules del añorado Rabat. Insisto en adherirme a la partición que en tercer lugar de cuatro propuso Kofi Annan, como reitero mi convicción, con fundamento, de que no habrá guerra con Mohammed VI. Aunque y sin pretender atenuar la rotundidad de esa tesis, siempre procedería enfatizar que ya hace un siglo acuñó el conde de Saint Aulaire, en la transcripción de Rojas Paz, que “la diplomacia es la primera de las ciencias inexactas, por la diversidad de escenarios, por el juego del alors, del en ce cas…”.


Rabat nunca va a ceder en su reivindicación histórica sobre Ceuta y Melilla e islas y peñones, principio programático e indeleble del ideario alauita para la consecución de la Madre Patria, sustentada además por las máximas alauitas de “la lógica de la historia” y “el tiempo hará su obra”.

Pero este contencioso, el más delicado y complicado que tiene España, que bien conozco, entre otras razones, por ser miembro senior del Instituto de Estudios Ceutíes, en primera y sufrida línea desde el Estrecho de nuestras controversias territoriales, lo mueve el vecino del sur por otras vías, que en más de una ocasión planean sobre la heterodoxia híbrida, incluyendo desde la retorsión a las represalias o la retirada de la embajadora, ante la hipostenia de la posición y el animus hispánicos, pero sin que hayan refulgido los sables. Aquí vamos a señalar que tampoco -va de sí que en horizontes contemplables- contarán las ciudades españolas con la cobertura formal de la OTAN. Calvo Sotelo, a quien acompañé en la argentina Córdoba varias horas tras un percance suyo de aviación comercial ya siendo ex presidente, ha dejado escrito, cito de memoria, “que me dí cuenta de que para España era más urgente ingresar en la OTAN antes que en la CEE que se presentaba como un tema económico”. No, estimado amigo, lo que los españoles querían y además necesitaban prioritariamente, con carácter casi rayano con lo perentorio, era solventar ante todo, de ahí el duro peregrinaje desde la carta, como trabajo de vacaciones, que encargó Castiella a Marcelino Oreja, en 1962, la cuestión económica, por lo que su aseveración no resultaba correcta fuera de en algún que otro corpúsculo militar y ello sin negar la sacudida del 23F, invocada por Calvo Sotelo. Pero además de la falta de cobertura formal y a pesar de las doctrinas de las intervenciones fuera de zona, la alianza Rabat/Washington, la más antigua y más firme estratégica en el mundo árabe, como se ha reseñado antes, podría atenuar en su caso los efectos en grado indeterminado, pero con entidad propia, de las intervenciones fuera de zona.


Ya he repetido que la salida, mejor que la solución, de futuro, no próximo, igual que no vimos a Hassan II entrando como soberano en las ciudades, tampoco parece que veremos a Mohamed VI al mismo título, vendrá en el Estatuto de Territorios Autónomos por la autodeterminación de sus habitantes, principio fundamental de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.

En el Sáhara Occidental, un Rabat exultante, continúa sumando en este verano del 75 las adhesiones de distintos estados y organizaciones a su tesis de autonomía para el Sáhara, como la más creíble y realista para la solución de la controversia, comenzando por Estados Unidos, Francia o España. Aquí se impone partir, de manera vinculante, del acuerdo entre las partes, sin el cual no existe solución, así de sencillo. Y después, la materialización de esa entente, en la que hay que dejar a la bien probada imaginación árabe, tantas veces patentada, la conclusión, en la que ya poco factible, en el obligado eufemismo, el referéndum preceptuado por Naciones Unidas, nosotros nos adherimos a la partición que formuló Kofi Annan en tercer lugar de cuatro. Ni Rabat va a ceder más, porque implicaría un golpe de Estado, esta vez definitivo contra el trono, el final de la dinastía alauita, ni el Polisario puede aceptar menos, ya que se podría diluir en la gran autonomía que ofrece Rabat, la entidad saharaui, se podría difuminar la memoria de los hijos de la nube, se extinguiría la RASD.


Desde la técnica diplomática, desde su asepsia, la salida mejor que la solución, como en Ceuta y Melilla, radica en la realpolitik, variable cuestionable pero resolutiva, que obedece a dos servidumbres en diplomacia, las imperfecciones de la política exterior y las insuficiencias del derecho internacional, al tiempo de responder a la lógica diplomática, otro concepto clave y evidente.


Como cuento siempre, hace casi medio siglo que fui el primer y único diplomático allí desplazado para ocuparme de los 339 españoles que tras nuestra salida quedaron en el territorio, a los que censé, en lo que quizá fue una de las más relevantes operaciones de protección de compatriotas del siglo XX. Mientras Rabat, a través de su cónsul en Las Palmas, no se recataba en inquirir que por qué viajaba yo al Sáhara. Hay un refrán del desierto, siempre invocable: “habla a quien comprenda tus palabras”.


Adenda permanente para hispánicos recalcitrantes. Y para otros.


Como Castiella, en su discurso de ingreso a Morales y Políticas, en 1976, “porque sé que las batallas diplomáticas de España internacionalmente por un motivo u otro, nunca resultan fáciles, me atrevería a proponer a nuestra Diplomacia que adopte las palabras del gran santo español Juan de Ribera, “la meta muy alta, el camino muy duro, la manera de andar sin que se note”, igual nosotros nos sentimos muy honrados formulando idéntica, tan sublime petición, máxima cardinal en diplomacia, junto con su tal vez más sentida definición, la de Foxá, “con la brújula loca pero fija la fe”.

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