A Amanda Núñez Cerda Mi madre (Q.E.P.D).´
Era un día propicio para el perdón, acababa de dejar de llover, las calles estaban repletas de agua y suciedades, y el viento ululaba desvaneciéndose en un breve silbido encantador. Gustosamente la viejecilla canosa acababa de comer arroz con cerdo, con su respectivo guineo cuadrado, a la par del plato tenía un puño de sal, al lado izquierdo de la silla que ocupaba tenía un pequeño taburete con un vaso de tiste. Comió halagadoramente y con gran maestría de anciana de conocimientos de la vida despuntó.
-Fíjate que está preso don Juan Ramón-. -¿Por qué está preso?- preguntó Manuel-. -Bueno, dicen que violó a una chavala-. -Por casualidad es el que tiene la venta de fritanga por donde fueron los billares del cholenco-señaló Manuel-. -Es ese mismo-replicó la viejecilla canosa-. Es posible que la chavala lo haya visitado y seguro que es de esas que les gusta que los viejos le den centavos, la ha de haber tocado por vagancia, no creo que ese pobre viejo le haya hecho algo más, no fueron más que tocaditas. -Después de todo, esos son gajes de la vida y hay que andar con sumo cuidado, existe mucha gente mala, egoísta e hipócrita-replicó Manuel-.
Pasaron los días y Manuel volvió a visitar a la viejecilla canosa y le preguntó por el caso de don Juan Ramón.
-Bueno, el pobre viejo ya salió de la cárcel, no le pudieron probar la violación-contestó la señora canosa-.
Manuel se asomó a la calle, estaba limpia y muy traficada, el pavimento se sentía caliente por el inmenso sol que quemaba con sus rayos en horas meridianas. La viejecilla se cansó del diálogo, los años pesan y se rinde fácilmente por el trajinar de su pulpería y se dirigió a su aposento diciendo que se iba a arrecostar unos minutos y señaló que cuando llegase su hija atendiese la pulpería.
-Está bien, vaya a descansar-contestó Josefina, su nuera.
Josefina estaba asombrada por los comentarios de su suegra, señalaba que ésta era bandidita, y que no cabía duda que los años hacen sabios a los ancianos.
-¿Y vos Josefina, conoces a don Juan Ramón?-preguntó Manuel-. -Claro que lo conozco, vive cerca de la casa de mis abuelos. Y, fíjate en un detalle, ese caso de don Juan Ramón es una muestra para las autoridades policiales y judiciales, a saber a saber cuánta gente inventa cosas y casos para hacerle daño a los vecinos o parientes-replicó Josefina-. -Tenés razón, pero que se puede hacer ante tan inventiva-adujo Manuel-. -Bueno, la policía como cuerpo militar especializado sabrá darle la atención debida-concluyó Josefina.
Cuando la pareja terminó la plática, por la ventana asomó la cabeza la hija de la viejita, entró rápidamente y le dieron el recado de su mamá, y supiritadamente señaló que se esperaran que iba para el inodoro. Al rato la pareja se marchó bajo el ardiente sol de medio día, bajo el coposo cielo que dibujaba sus incongruencias con la pesada masa de nubes. Al final de cuentas esas eran algunas inconstancias de la vida lastimera que a diario el ser humano debe enfrentar.
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