Consolar no malcría. El llanto del bebé es una llamada vital. El adulto que decide obviarlo es una persona cruel sin escrúpulos que no se da cuenta de que su mal comportamiento incide en la salud y el futuro desarrollo de la criatura. Hay personas comodonas y egoístas que justifican su proceder diciendo que el niño llora porque quiere “brazos”, quizás necesita abrazos, si no se los dan, sufre y eso queda grabado en él, su vida personal, profesional, se verá afectada.

El llanto de un bebé es mucho más que ruido: es su única forma de decir “necesito algo”. Para Xavi Cañellas, especialista en psiconeuroinmunología, responder a ese llamado no solo ayuda al descanso infantil, sino que es crucial para el desarrollo sano del cerebro emocional del niño.
“Cuando un bebé llora y no recibe consuelo, no aprende a dormir: entra en modo de alerta. No se calma, se rinde”, explica Cañellas.
La creencia extendida de que un bebé que llora sin ser atendido acaba “aprendiendo” a dormir por sí mismo, es profundamente errónea, dice. Lejos de adquirir autonomía, lo que realmente ocurre es que el sistema de estrés del pequeño se activa, lo que puede tener efectos duraderos en su equilibrio emocional.
Vive y vivirá en constante alerta, no se sentirá seguro, sentirá miedo e inseguridad también en su vida adulta.
El cerebro infantil y el impacto del abandono temprano
Durante los primeros años, el cerebro humano es extremadamente sensible al entorno. Cada experiencia, por pequeña que parezca, tiene el potencial de moldear su arquitectura interna. Por eso, cuando un bebé se siente ignorado repetidamente, su cerebro interpreta ese entorno como inseguro. Esto puede alterar el desarrollo del hemisferio derecho, clave en la gestión emocional y la conexión social.
Estudios como los del neuropsicólogo Allan Schore han documentado cómo las experiencias tempranas de desatención —lo que se conoce como “trauma relacional”— pueden afectar el desarrollo emocional de manera persistente. La exposición frecuente a altos niveles de estrés en la infancia activa lo que se conoce como el eje hipotálamo-hipófiso-adrenal, el sistema responsable de la respuesta fisiológica al estrés. Si se activa con demasiada frecuencia o intensidad, puede dejar una huella negativa en la regulación emocional futura.
El llanto es comunicación, no manipulación
Contrario a lo que algunos métodos populares han propuesto, los bebés no “lloran para manipular”. Lloran porque no saben otra forma de pedir ayuda. Ignorar ese llanto no les enseña independencia, sino que activa mecanismos de supervivencia: el bebé deja de llorar no porque ha aprendido, sino porque se ha desconectado emocionalmente.
Cañellas es claro diciendo que lo que algunos interpretan como un logro (el bebé que deja de llorar “solo”) en realidad puede ser una señal de resignación.
Esa desconexión temprana socava la capacidad del niño para establecer vínculos seguros, y puede derivar en problemas emocionales a largo plazo, como ansiedad, depresión o dificultades para crear lazos afectivos estables.
Dormir no es el objetivo, la seguridad emocional sí
Pero esto no todos lo comprenden.
“Cuando dejamos que un bebé llore solo, no estamos fomentando su autonomía, sino interrumpiendo su desarrollo emocional”, afirma Cañellas.
El objetivo no debería ser enseñar a dormir, sino enseñar a sentirse a salvo. Esa sensación de seguridad es el terreno fértil sobre el cual se construyen el autocontrol, la autoestima y la capacidad de empatía.
Veremos señales de estos comportamientos negativos para con el bebé cuando el niño necesite una luz encendida para dormir, por ejemplo.
La intervención temprana —ese abrazo, esa voz que calma, esa presencia que responde— es una inversión profunda en la salud mental futura de ese niño. Lo que parece una simple respuesta al llanto es, en realidad, un acto de protección emocional que fortalece el sistema nervioso y el vínculo afectivo.
Escuchar para criar mejor
Atender al llanto no malcría. Educa en seguridad. Y la seguridad no es un lujo: es una necesidad básica para el desarrollo emocional. Criar con presencia y ternura no es debilidad ni sobreprotección. Es acompañar al bebé en su aprendizaje más vital: que el mundo puede ser un lugar confiable.
Como bien dice Cañellas: “No se trata de que duerman, se trata de que no se sientan solos”.
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