¿Es la Ciencia lo que fue, si es que llegó a ser como suponemos? Se advierte una mezcla de especialización y proletarización entre sus oficiantes, a los que llamamos científicos para otorgarles una apariencia de respetabilidad y asepsia. Los imaginamos con bata blanca, sesudos y despistados. La realidad es siempre más compleja y prosaica. Respecto a la especialización recuerdo aquel dicho que definía al especialista como el “que sabe cada vez más de menos”, es decir, que focaliza su mirada en una porción de la realidad cada vez más reducida y delimitada; supone en todo caso, esa especialización, una pérdida de visión de conjunto en un paraje cada vez más frondoso de árboles que impiden ver el bosque, de manera opuesta a la concepción de la frase aquella de Eugenio d'Ors dictando que “una síntesis vale por diez análisis” Puede ser la causa de que, cada vez, se divulguen menos visiones sintéticas o generales que trasciendan el detalle. Se advierte, cuando se oye hablar a un especialista, una suerte de incapacidad para ir más allá del pequeño campo del que se ocupa. Está, por otro lado, la proletarización, unida a una creciente precariedad, que hace a gran parte de esos científicos asalariados dependientes de ayudas y subvenciones, cuando no del dedo de sus empleadores, y alberga el riesgo de que la mayoría eviten salirse de los caminos marcados desde arriba o busquen satisfacer a quien les paga.
Ambas circunstancias, la especialización y la proletarización, van en detrimento casi siempre de la asepsia y de la eficiencia. La ciencia pura parece no existir, salvo en una parte de la Física, y el esfuerzo del conocimiento se centra en su pura aplicación técnica a partir de la suma de especialistas muy comprimidos en lo suyo y que parecen trabajar con orejeras conceptuales que les orientan al objetivo tecnológico que corresponda.
Al fondo, por otra parte, está el denominado “fundamentalismo científico”, relacionado con esa aureola de prestigio que envuelve a la Ciencia, así en mayúscula, como única forma de conocimiento fiable, cuando, en realidad, habría que hablar más bien de ciencias, cada una con su propia índole, y que no son entidades metafísicas, como la supuesta Ciencia con mayúscula, sino campos acotados de conocimiento. Pero el fundamentalismo científico coexiste con las aludidas especialización y proletarización, siendo el resultado de ello, con frecuencia, una pasta ardua de digerir. La consecuencia es que “en el presente, todo aquello que viene envuelto en la aureola de la ciencia se digiere acríticamente. Sin embargo, cuando los científicos explican sus teorías, en ocasiones rebasan el plano de los conceptos científicos y comienzan a usar ideas filosóficas, que sobrepasan su campo de especialización, porque la realidad no se agota en su parcela particular de trabajo. Sin saberlo, dejan de hacer ciencia para comenzar a filosofar” (1). Esta visión magnificada de la ciencia sería un recuerdo de la vieja omnisciencia divina.
En semejante caldo de cultivo ha ido emergiendo la noción de “consenso científico”, como si las “verdades” de las ciencias emanasen no de la demostración en el contexto del método científico o de las formalizaciones matemáticas, sino de los propios operantes y sus opiniones fundamentadas, lo que abre un cajón de sastre conceptual que no siempre ampara conocimiento y que puede llegar a fomentar una suerte de pseudociencia inadvertida, pues la misma no siempre es evidente, salvo que pensemos como pseudociencias solo disciplinas como la ufología, la astrología y alguna otra. Pero hay más; la pseudociencia no lo es en todos los casos por los objetos a investigar o los apriorismos en relación con los mismos, sino que también puede serlo por el retorcimiento del método o por el consenso impuesto que puede dar lugar a “escolásticas” que frenen el avance en un determinado campo. Recordemos que la filosofía escolástica medieval pretendió aunar la fe con la razón y que acabó imponiendo una manera de pensar y establecer conclusiones. No sé por qué, pero lo del consenso científico me recuerda a esa escolástica, a través sobre todo del “principio de autoridad”, que, en el caso escolástico, se remitía a la Biblia o a los “padres de la Iglesia”, transmutados estos últimos ahora en especialistas que acuerdan una “verdad”; aunque sea en este caso una verdad científica, lo que no deja de ser un procedimiento que parte de una verdad previa que se busca demostrar mediante la razón. Recuerda al “credo ut intelligan” (creo para comprender) de Anselmo de Canterbury glosando a Agustín de Hipona. Se advierte ello en relación con ciertos asuntos candentes en el universo de las ciencias y que atesoran deriva política e ideológica. No voy a entrar en detalles. Que cada cual los imagine. --------------
1. El Catoblepas https://filosofia.net/piezas/fundcien.htm
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