El apóstol Pablo escribe algo muy interesante relacionado con el título de este escrito. “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño, mas cuando ya fui hombre dejé de pensar como niño” (1 Corintios 13: 11). Cuando alguien nace, su mente es como una pizarra en blanco. Así como pasan los días, la semanas, los meses, los años en la mente del recién nacido se va añadiendo información adecuada a la edad. Algo insólito le ocurre al recién nacido. Primero, de manera imperceptible. Al llegar a cierta edad descubre que físicamente se va desgastando. En cambio, el hombre interior creado a imagen y semejanza de Dios se va renovando gracias al alimento espiritual que va ingiriendo. Si prestamos atención a lo que sucede en nuestro entorno nos damos cuenta que las personas a medida que van añadiendo años, junto con el desgaste físico también se pierde la frescura mental. Excepto en el caso de un trastorno físico la cosa no tendría que ser así. Tendríamos que hacer un alto en el camino y sentarnos a reflexionar: “¿Qué hago aquí?” A pesar que las cosas puedan irnos viento en popa a toda vela, la prosperidad no responde la pregunta: ¿Qué hago aquí? “Porque, ¿quién sabe cuál es el bien del hombre en la vida, todos los días de su vanidad, los cuales él pasa como sombra? Porque, ¿quién enseñará al hombre qué será después de él debajo del sol?” (Eclesiastés 6: 12).
La digitalización ha universalizado el acceso al conocimiento. Con la presencia de la Inteligencia Artificial ya no es necesario aprender. A la aplicación se le dan unos determinados datos y en pocos segundos se dispone de un texto listo para ser publicado. Quien utiliza la IA puede adquirir algunos conocimientos que por no haberlos sudado son muy volátiles. No se adquiérela sabiduría que es mucho más valiosa que tener información enlatada. La sabiduría enseña a distinguir entre lo esencial y lo accesorio. La verdadera sabiduría conduce al perfeccionamiento moral del sabio.
“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez, y sabiduría no de este siglo, ni de los príncipes de este tiempo que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de la creación para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este tiempo conoció, porque si la hubiesen conocido no habrían sacrificado al Señor de la gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazones de hombres, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu. Porque el Espíritu todo lo examina, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2: 6-10).
Una invitación a la reflexión: “El temor del Señor es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (Proverbios 9: 10). La Sabiduría que por decirlo de alguna manera estaba escondida en la eternidad previa a la creación ha salido a la luz gracias a la creación, siendo el hombre quien se la puede hacer suya por el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Pero la sabiduría que Adán y Eva poseían se perdió debido al callejón sin salida en que se metieron cuando Adán comió el fruto del árbol prohibido. La relación con Dios se hizo tóxica. La relación con Dios que se rompió se restableció cuando creyeron en el Mesías que Dios les anunció que vendría: “Porqué en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2: 3). A pesar que la comunión con Dios se restablece por la fe en el Mesías que se encarna en la persona de Jesús, como muy bien dice el apóstol pablo en el texto citado al inicio de este escrito, la adquisición de la sabiduría divina es un proceso que se inicia en el momento de la conversión a Cristo en que el viejo hombre desaparece y aparece el nuevo. La adquisición de la sabiduría divina es un proceso que durará hasta el día del deceso. El esfuerzo que se dedica n adquirir la sabiduría divina no es inútil (1 Corintios 14: 38). Y lo que es más importante, jamás decepciona. La tarea de adquirir la sabiduría divina es dura: “¿No sabéis que los que corren en el estadio a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene, ellos a la verdad una corona corruptible, pero nosotros una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura, de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9: 24-27).
Adquirir conocimientos humanos siempre es abrumador. Algunos, como los atletas de la antigüedad, simbólicamente son coronados con coronas de laurel corruptibles, que producen un placer momentáneo porque el premio que reciben no les da la respuesta a la pregunta que todos nos hacemos en un momento u otro: ¿Por qué estoy aquí? La corona de laurel y la gratificación que produce recibirla no da respuesta a la pregunta vital que todos nos hacemos, aun cuando no queramos reconocerlo abiertamente: Y después, ¿qué?
El Padre eterno, en el símil de un padre que instruye a su hijo, nos dice: “Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón porque de él brota la vida” (Proverbios 4: 23). Si se tiene la sabiduría divina se posee el tesoro más preciado que ningún ladronzuelo nos puede quitar: la VIDA ETERNA.
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