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¿Llamaremos a cada cosa por su nombre?

Hay locuras con diversos calados

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El cocido interior de las mentalidades desarrolla los efectos de una mezcla radical de lo biológico con las emanaciones psicológicas; desde su comienzo a sus expresiones concretas hace gala de una autonomía circulante por ámbitos misteriosos. En los interiores de las personas se cocinan productos que constituyen una serie de INTIMIDADES de las mejor guardadas. Las inmiscusiones por parte de la gente extraña, si bien influirán en el cocido, está por ver su efectividad y tienen muy difícil el camino para la averiguación de dichas interioridades. El mismo sujeto aprende del proceso. Los ingredientes nuevos introducidos modifican en su funcionamiento desde ideas a sensaciones, con el asombro incesante de las apariciones imprevistas. La perspectiva individual es la clave de las actuaciones concretas, estará disimulada o bien visible, pero de ellas surgen las decisiones de sus individuos protagonistas. Aprovechamos o no las oportunidades que nos depara la vida. Nunca hay una segunda oportunidad. Las sucesivas OPORTUNIDADES aportan matices nuevos, son puntos de partida en sí mismas y lo de la rectificación no pasa de ser un comentario de intenciones. La repetición puede convertirse en simple repetición de intenciones torpes o aviesas. Vemos las sucesivas oportunidades de Mario Conde y el orden varia poco los enjundiosos contenidos; 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, reflejan un trazado casi lineal. ¿Hacia dónde va cada cabeza? Aquel sentido de la segunda oportunidad como puerta abierta a las rectificaciones, choca con la imposibilidad del retroceso, siempre serán situaciones nuevas. La jugadora principal es la MENTALIDAD; tanto en el primer reto, como en sucesivos empeños, ella es la portadora de contumacias o rectificaciones, de la frivolidad o de reflexiones bien intencionadas . Como suele ocurrir, son propensas a las ambigüedades, pudiendo desviarse por sendas meritorias o delictivas. Al fin, configura la inclinación de la balanza todo un conglomerado de intenciones; en una enajenación personal tendente a la locura benefactora o perversa, según cuente o no con las repercusiones originadas sobre las demás personas. En esto de la cordura o del extravío, influyen de manera misteriosa las circunstancias; aún está por ver la como influye la inteligencia en el desarrollo de una u otra tendencia. “Casi nunca un tipo muy listo es un hombre bueno”, escribió John Steinbeck. ¿Llegará a tanto la cosa? Quizá provenga la afirmación de las abundantes triquiñuelas aplicadas en la práctica social en una competición desquiciante. La agudeza precisa para las intrincadas maquinaciones exige altos niveles intelectuales. Sin embargo, la BRÚJULA orientadora no sabe de niveles, el pálpito de sus inclinaciones nace en los profundos recovecos del alma, donde nadie logró penetrar. Sólo conseguimos aproximaciones, como tareas de cultivo cuidadoso. Hasta el panorama artístico está sometido a las desviaciones extremosas, puede quedar desvirtuado o enriquecido según el grado desviacionista. Hacia los montajes dinerarios, las expresiones de gustos sectarios de índole ideológica o reducidos a la simple apreciación individual. Presumiblemente, ninguna conseguirá la limitación de la naturaleza genuina del arte, la APERTURA de horizontes frente a las cerrazones de grupos e intereses. Extrañan, pero son habituales, esos intentos de silenciar obras poéticas o musicales en determinados ámbitos, o la actuación inversa de promociones en exclusiva de las presencias domesticadas. En ambos supuestos la entraña artística queda chamuscada por fuegos emocionales. El calibre de las enajenaciones tiene unos comienzos, pero no están claros sus alcances; porque las deformaciones pergeñadas infiltran sus mensajes en la mentalidades de los particulares y en el fondo de las sensibilidades colectivas, con imágenes llamativas cuando afectan a las esferas públicas. La ligereza acaba en el DESCONTROL con excesiva frecuencia, llegando a la consideración de hechos normales, aunque nunca debieron haber sucedido. El circuito maléfico suele cerrarse en falso cuando los pretendidos arreglos son efectuados bajo los mismos criterios conducentes a los errores previos. La claridad de ideas es necesaria, seguramente conocida, pero poco utilizada. Si detenemos la mirada en los ambientes actuales, el PERFIL dominante de las personas impresiona en un triple sentido. El aislamiento de los individuos, cada uno va a lo suyo, como si lo demás no contase; esa pretendida autonomía es un compoente evasivo alejado de las conexiones inevitables. De tan metidos en su mundo, escapamos de la verdadera realidad. Otro componente esencial de su perfil viene definido por el victimismo, el responsable de los desaguisados es el de fuera (El jefe, el Estado, la maldad ajena). Por último, aferrados a la mediocridad acomodaticia, ni llegan a plantearse las portaciones esforzadas y meritorias. Es un perfil displicente, desdeñoso, del cual sólo cabe esperar augurios preocupantes. Nos asaltan tres problemas de gran calado. La pederastia en varios formatos, la violenta relación doméstica en ese listado irreductible de nuevas agresiones y los sucesivos casos de corrupción superándose ellos mismos en el alcance de sus maniobras. La cordura no es compatible con semejantes comportamientos. Ahora bien, en estos supuestos, la locura no es irresponsable. Dicho de otra forma, HACERSE el LOCO no es una explicación válida para las barbaridades cometidas. Si el resto de la sociedad mira también para otro lado, continuarán las impertinencias de trágicas consecuencias; la locura habrá pasado a formar parte activa de la colectividad. A pesar de las afirmaciones en contrario, que los hechos desmienten. La cordura se resiste a ejercer su papel en muchos aspectos de la vida diaria; en cuanto a las repercusiones ECOLÓGICAS, da la impresión de tener la batalla perdida. Solemos citar los despropósitos de la contaminación, capas de ozono, etc.; pero apenas reaccionamos ante las actividades a menor escala en las que intervenimos todos. Baste con la contemplación de los desperdicios lanzados descuidadamente, en el mar, la playa, en los descampados, en los montes o en los botellones. Aunque podemos añadir el uso poco razonable del agua o de la energía, junto a otros descuidos lamentables. Y sobre todo, resulta abrumador el talante despreocupado reinante allá donde se mire. A ver si el descuidado trato de los argumentos pasa a ser considerado como una rareza, catalogadas fuera de contexto y por lo tanto fuera de la realidad. La DESORIENTACIÓN cultural también puede adquirir rasgos extremosos impropios de gente razonable. Un ejemplo, escudados en los aparentes cuidados dados a las mascotas (Que no discuten), pero crispados con la gente cercana o distanciados de las personas necesitadas, ancianos o niños. El panorama de los TALANTES irracionales es oscilante, pujan las emociones, la pasión, los vicios; con el contrapeso de alguna reflexión. Muy alejados de la perfección, precisamos de una vigilancia presta, porque una vez metido el zancarrón en el fango, corremos el riesgo de entramparnos definitivamente.

Hay locuras con diversos calados

¿Llamaremos a cada cosa por su nombre?
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 13 de mayo de 2016, 02:13 h (CET)
El cocido interior de las mentalidades desarrolla los efectos de una mezcla radical de lo biológico con las emanaciones psicológicas; desde su comienzo a sus expresiones concretas hace gala de una autonomía circulante por ámbitos misteriosos. En los interiores de las personas se cocinan productos que constituyen una serie de INTIMIDADES de las mejor guardadas. Las inmiscusiones por parte de la gente extraña, si bien influirán en el cocido, está por ver su efectividad y tienen muy difícil el camino para la averiguación de dichas interioridades. El mismo sujeto aprende del proceso. Los ingredientes nuevos introducidos modifican en su funcionamiento desde ideas a sensaciones, con el asombro incesante de las apariciones imprevistas. La perspectiva individual es la clave de las actuaciones concretas, estará disimulada o bien visible, pero de ellas surgen las decisiones de sus individuos protagonistas. Aprovechamos o no las oportunidades que nos depara la vida. Nunca hay una segunda oportunidad. Las sucesivas OPORTUNIDADES aportan matices nuevos, son puntos de partida en sí mismas y lo de la rectificación no pasa de ser un comentario de intenciones. La repetición puede convertirse en simple repetición de intenciones torpes o aviesas. Vemos las sucesivas oportunidades de Mario Conde y el orden varia poco los enjundiosos contenidos; 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, reflejan un trazado casi lineal. ¿Hacia dónde va cada cabeza? Aquel sentido de la segunda oportunidad como puerta abierta a las rectificaciones, choca con la imposibilidad del retroceso, siempre serán situaciones nuevas. La jugadora principal es la MENTALIDAD; tanto en el primer reto, como en sucesivos empeños, ella es la portadora de contumacias o rectificaciones, de la frivolidad o de reflexiones bien intencionadas . Como suele ocurrir, son propensas a las ambigüedades, pudiendo desviarse por sendas meritorias o delictivas. Al fin, configura la inclinación de la balanza todo un conglomerado de intenciones; en una enajenación personal tendente a la locura benefactora o perversa, según cuente o no con las repercusiones originadas sobre las demás personas. En esto de la cordura o del extravío, influyen de manera misteriosa las circunstancias; aún está por ver la como influye la inteligencia en el desarrollo de una u otra tendencia. “Casi nunca un tipo muy listo es un hombre bueno”, escribió John Steinbeck. ¿Llegará a tanto la cosa? Quizá provenga la afirmación de las abundantes triquiñuelas aplicadas en la práctica social en una competición desquiciante. La agudeza precisa para las intrincadas maquinaciones exige altos niveles intelectuales. Sin embargo, la BRÚJULA orientadora no sabe de niveles, el pálpito de sus inclinaciones nace en los profundos recovecos del alma, donde nadie logró penetrar. Sólo conseguimos aproximaciones, como tareas de cultivo cuidadoso. Hasta el panorama artístico está sometido a las desviaciones extremosas, puede quedar desvirtuado o enriquecido según el grado desviacionista. Hacia los montajes dinerarios, las expresiones de gustos sectarios de índole ideológica o reducidos a la simple apreciación individual. Presumiblemente, ninguna conseguirá la limitación de la naturaleza genuina del arte, la APERTURA de horizontes frente a las cerrazones de grupos e intereses. Extrañan, pero son habituales, esos intentos de silenciar obras poéticas o musicales en determinados ámbitos, o la actuación inversa de promociones en exclusiva de las presencias domesticadas. En ambos supuestos la entraña artística queda chamuscada por fuegos emocionales. El calibre de las enajenaciones tiene unos comienzos, pero no están claros sus alcances; porque las deformaciones pergeñadas infiltran sus mensajes en la mentalidades de los particulares y en el fondo de las sensibilidades colectivas, con imágenes llamativas cuando afectan a las esferas públicas. La ligereza acaba en el DESCONTROL con excesiva frecuencia, llegando a la consideración de hechos normales, aunque nunca debieron haber sucedido. El circuito maléfico suele cerrarse en falso cuando los pretendidos arreglos son efectuados bajo los mismos criterios conducentes a los errores previos. La claridad de ideas es necesaria, seguramente conocida, pero poco utilizada. Si detenemos la mirada en los ambientes actuales, el PERFIL dominante de las personas impresiona en un triple sentido. El aislamiento de los individuos, cada uno va a lo suyo, como si lo demás no contase; esa pretendida autonomía es un compoente evasivo alejado de las conexiones inevitables. De tan metidos en su mundo, escapamos de la verdadera realidad. Otro componente esencial de su perfil viene definido por el victimismo, el responsable de los desaguisados es el de fuera (El jefe, el Estado, la maldad ajena). Por último, aferrados a la mediocridad acomodaticia, ni llegan a plantearse las portaciones esforzadas y meritorias. Es un perfil displicente, desdeñoso, del cual sólo cabe esperar augurios preocupantes. Nos asaltan tres problemas de gran calado. La pederastia en varios formatos, la violenta relación doméstica en ese listado irreductible de nuevas agresiones y los sucesivos casos de corrupción superándose ellos mismos en el alcance de sus maniobras. La cordura no es compatible con semejantes comportamientos. Ahora bien, en estos supuestos, la locura no es irresponsable. Dicho de otra forma, HACERSE el LOCO no es una explicación válida para las barbaridades cometidas. Si el resto de la sociedad mira también para otro lado, continuarán las impertinencias de trágicas consecuencias; la locura habrá pasado a formar parte activa de la colectividad. A pesar de las afirmaciones en contrario, que los hechos desmienten. La cordura se resiste a ejercer su papel en muchos aspectos de la vida diaria; en cuanto a las repercusiones ECOLÓGICAS, da la impresión de tener la batalla perdida. Solemos citar los despropósitos de la contaminación, capas de ozono, etc.; pero apenas reaccionamos ante las actividades a menor escala en las que intervenimos todos. Baste con la contemplación de los desperdicios lanzados descuidadamente, en el mar, la playa, en los descampados, en los montes o en los botellones. Aunque podemos añadir el uso poco razonable del agua o de la energía, junto a otros descuidos lamentables. Y sobre todo, resulta abrumador el talante despreocupado reinante allá donde se mire. A ver si el descuidado trato de los argumentos pasa a ser considerado como una rareza, catalogadas fuera de contexto y por lo tanto fuera de la realidad. La DESORIENTACIÓN cultural también puede adquirir rasgos extremosos impropios de gente razonable. Un ejemplo, escudados en los aparentes cuidados dados a las mascotas (Que no discuten), pero crispados con la gente cercana o distanciados de las personas necesitadas, ancianos o niños. El panorama de los TALANTES irracionales es oscilante, pujan las emociones, la pasión, los vicios; con el contrapeso de alguna reflexión. Muy alejados de la perfección, precisamos de una vigilancia presta, porque una vez metido el zancarrón en el fango, corremos el riesgo de entramparnos definitivamente.

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