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En Málaga existe una manía con el Sevilla, no así con el Real Betis

La aventura de ser sevillista en Málaga

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Mi madre me parió en Melilla, donde pasé mi infancia y buena parte de la juventud; fue allí donde me declaré a Rosi -mi novia “formal”- y que hoy, con su siempre eterna sonrisa, es soporte de todos mis problemas, o sea: que acerté de pleno.

La mayoría de la chavalería melillense, incluido el menda, era de aquel equipo, Atlétic de Bilbao, que formaban los Mauri, Maguregui, Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, entre otros. No había tele en aquellos tiempos y nunca había visto un partido de primera división, me conformaba con asistir al Estadio Álvarez Claros para ver a la Unión Deportiva de Melilla jugar en el Grupo VIII de tercera división.

Pasé unos años ejerciendo de Maestro Asesor Técnico en el Protectorado Español de Marruecos; fue en la kabila de Beni Buifrur, corazón de las minas de Uixan, donde me pilló, allá por el año 1956, la independencia de Marruecos y, por aquello de las historias orales de la guerra de 1921 que mis padres me contaban al tiempo que limpiábamos lentejas en la bendita Casa Verde del Barrio Obrero melillense, marché a la Península para terminar en Dos Hermanas donde concebimos a nuestra única hija, Rosamary para más señas, pero como en aquellos tiempos la parturienta iba a nacer donde se encontraba la madre, ella, el milagro, también nació en Melilla.

Andaba tan tieso como una mojama oreada por poniente en alta mar, ya ven que con 680 pesetas, menos de 5 euros, tenía que echar el mes para adelante aunque eso sí, con alguna que otra clase particular.

Por cuestión económica me convertí al sevillismo ya que entre el equipo “palangana” jugaban tres melillenses, Ramoní, Pepillo y Payá que me colaban de “barakalofi” -dialecto cherja que significa gratis- al antiguo campo de Nervión, o sea, si hubiesen jugado en el Betis sería del “manquepierda” de Ortiz Ruda.

Por estos lares, me refiero a Málaga, existe una manía con el Sevilla FC, no así con el Real Betis, que me preocupa de forma alarmante en el día de hoy en este encuentro con aquel Atletic de mi niñez; así que no debo bajar al Gran Vía bien por las décimas o por aguantar un machaqueo si los vascos nos eliminan, aunque tal vez le eche valor por aquello de ser masoquista. Ahora bien, si bajo lo haré con mi bufanda, bandera del Centenario y una grabadora con el himno del Arrebato; si no me atreviera por lo de las décimas no sé si colgar una toalla con el escudo del Sevilla en mi terraza.

En fin, que he pasado un excelente tiempo con este relato que a nadie importa, pues hasta creo que ha desaparecido la maldita fiebre. De eso se trata en la vida, de pasarlo morrocotudamente.

NOTA: Estamos en las semifinales de la Europa League, sufriendo hasta la muerte.

La aventura de ser sevillista en Málaga

En Málaga existe una manía con el Sevilla, no así con el Real Betis
José García Pérez
viernes, 15 de abril de 2016, 09:13 h (CET)
Mi madre me parió en Melilla, donde pasé mi infancia y buena parte de la juventud; fue allí donde me declaré a Rosi -mi novia “formal”- y que hoy, con su siempre eterna sonrisa, es soporte de todos mis problemas, o sea: que acerté de pleno.

La mayoría de la chavalería melillense, incluido el menda, era de aquel equipo, Atlétic de Bilbao, que formaban los Mauri, Maguregui, Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, entre otros. No había tele en aquellos tiempos y nunca había visto un partido de primera división, me conformaba con asistir al Estadio Álvarez Claros para ver a la Unión Deportiva de Melilla jugar en el Grupo VIII de tercera división.

Pasé unos años ejerciendo de Maestro Asesor Técnico en el Protectorado Español de Marruecos; fue en la kabila de Beni Buifrur, corazón de las minas de Uixan, donde me pilló, allá por el año 1956, la independencia de Marruecos y, por aquello de las historias orales de la guerra de 1921 que mis padres me contaban al tiempo que limpiábamos lentejas en la bendita Casa Verde del Barrio Obrero melillense, marché a la Península para terminar en Dos Hermanas donde concebimos a nuestra única hija, Rosamary para más señas, pero como en aquellos tiempos la parturienta iba a nacer donde se encontraba la madre, ella, el milagro, también nació en Melilla.

Andaba tan tieso como una mojama oreada por poniente en alta mar, ya ven que con 680 pesetas, menos de 5 euros, tenía que echar el mes para adelante aunque eso sí, con alguna que otra clase particular.

Por cuestión económica me convertí al sevillismo ya que entre el equipo “palangana” jugaban tres melillenses, Ramoní, Pepillo y Payá que me colaban de “barakalofi” -dialecto cherja que significa gratis- al antiguo campo de Nervión, o sea, si hubiesen jugado en el Betis sería del “manquepierda” de Ortiz Ruda.

Por estos lares, me refiero a Málaga, existe una manía con el Sevilla FC, no así con el Real Betis, que me preocupa de forma alarmante en el día de hoy en este encuentro con aquel Atletic de mi niñez; así que no debo bajar al Gran Vía bien por las décimas o por aguantar un machaqueo si los vascos nos eliminan, aunque tal vez le eche valor por aquello de ser masoquista. Ahora bien, si bajo lo haré con mi bufanda, bandera del Centenario y una grabadora con el himno del Arrebato; si no me atreviera por lo de las décimas no sé si colgar una toalla con el escudo del Sevilla en mi terraza.

En fin, que he pasado un excelente tiempo con este relato que a nadie importa, pues hasta creo que ha desaparecido la maldita fiebre. De eso se trata en la vida, de pasarlo morrocotudamente.

NOTA: Estamos en las semifinales de la Europa League, sufriendo hasta la muerte.

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