Señoras, señores, ayer tuvo lugar en Madrid un hecho bastardo: “En el Congreso de los Diputados, unos niños de teta se divertían dándole patadas en la espinilla a una pirámide. Los retacos no eran retacos porque lo fueran, sino porque su coeficiente intelectual, su preparación, sus hechos así lo demostraban. Eran nenes indigentes con respecto del torreón. Eran raquíticos mentales si tenemos en cuenta sus argumentos. Y la atalaya era atalaya no porque lo fuera, sino porque la pequeñez de los infantes así lo patentaba el contraste. Era una fortificación inmensa porque así lo demostraba el pavor que les producía a los pigmeos el hecho de saberse liliputienses. Era un fortín inexpugnable si tenemos en cuenta el escaso, por no decir nulo, calibre de la munición de los canijos.
La eminencia se enfrentó a los enanos aún sabiendo que estaba en minoría. Y que iba a perder, no por porque le superaran en fuerza de argumentos, sino solo por el número. Y los renacuajos que no eran renacuajos porque lo fueran, como no podía ser de otra forma, le atacaban en lo personal acusando al baluarte de cultivar el amor propio con su gesto”. En fin, como dicen en mi pueblo:” El que se acuesta con niños, meado se levanta”. Muchas gracias, don Ramón.