En algún momento alguien descubrió que sería rentable y revelador subtitular el lenguaje político, es decir los comentarios de sus líderes, a través de las impresiones que de estos sacaban los analistas de turno. Por un lado circularía el audio de las ruedas de prensa oficiales y por otro, en la parte inferior de la pantalla, la verdad que enmascaraban sus reflexiones y comentarios. El resultado siempre basculaba entre lo divertido y lo inquietante. Debajo del dirigente que mencionaba la confianza en la unidad de su partido se mencionaban sus verdaderas intenciones que pasaban por fulminar a cualquiera que se saliera del guión. El segundo de a bordo de la opción alternativa que negaba cualquier discrepancia con las últimas acciones del líder, en realidad estaba más cabreado que una mona y se guardaba la última afrenta para la primera oportunidad que tuviera de poner al pie de los caballos a su hasta ahora compañero de viaje y futuro estadista. El abanderado de los derechos sociales y la nueva política realmente no pensaba aplicarla hasta el momento adecuado que posiblemente no acontecería en los próximos 30 años. La dirigente regional que respetaba la cadena de mando ensayaba la mejor zancadilla para aplicarla con el superior al que detestaba y éste, hasta hacía poco cadáver político, buscaba en sus declaraciones todo tipo de aliados, aunque los subtítulos revelaban una serie de planes intrincados y originales para ir librándose de ellos.
Esta nueva voz de la conciencia política habría sobrevivido muchos años de no ser porque acabó saltando a la otra orilla, la del informador. Cuando el presentador de las noticias de turno tuvo que lidiar con la interpretación subtitulada de las mismas, terminó por declarar la guerra al nuevo invento con la única arma que contaba. Decir lo que pensaba.