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“Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano.” Johann Wolfgang Goethe

La vorágine terrorista no razona ni dialoga, masacra sin piedad

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Una vez más Europa ha sido azotada por la sinrazón del terrorismo yihadista que, harto de dejar su impronta canallesca en las tierras de Oriente, también intenta de amedrentar, con sus salvajadas, a los ciudadanos de Occidente que, por otra parte, se muestran inermes ante los procedimientos siniestros y suicidas de los que se valen los criminales para evitar que, contra ellos, los métodos tradicionales, las prácticas al uso de las policías europeas y las medidas de prevención habituales, no resulten lo suficientemente eficaces como para impedir que, el terror islamita, se cebe en la indefensa población europea. En esta ocasión ha sido Bélgica la destinataria del odio seudo religioso del DAESH, constituido en ángel exterminador de la cultura y las religiones de la vieja Europa, que se ha materializado en dos ataques suicidas perpetrados en el aeropuerto y en una estación de metro de Bruselas, la sede oficial del Parlamento Europeo, como si, con ello, los talibanes pretendieran causar daño a las mismas puertas de la misma Administración, el centro neurálgico en el que se apoya todo el entramado de la UE, como aviso anticipado de lo que estaban dispuestos a llevar a cabo.

Quizá esta nueva matanza, en la que bailan números de muertos y heridos capaces de acongojar a los corazones más duros, nos recuerden a los españoles aquellos años en los que la banda terrorista ETA actuaba en España, asesinando indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños sin que, como sucede con esta clase de matarifes, les importara el dolor que causaban, innecesariamente, a sus víctimas, a sus familiares y amigos. Sin embargo, si para algo sirvió aquella matanza de más de 800 asesinatos, fue para que nuestras fuerzas del orden se curtieran en la lucha contra los malignos, se especializaran en descubrir sus escondites y se formaran en las técnicas más modernas de la lucha contra esta lacra, que ahora se muestra en toda su macabra dimensión, que para muchas policías del resto de la CE les resulta una novedad, no tiene experiencia y son incapaces de prevenir, con la debida anticipación para evitar sus letales actuaciones como, por cierto, se está comprobando en nuestra tierra, en la que la excelente, indiscutible y eficaz labor de la Guardia Civil, la policía y el resto de fuerzas de orden público, han venido evitando, anticipándose a los terroristas, que fuéramos uno más de los países que hayan sufrido el azote terrorista.

Recordemos que los belgas, en otros tiempos, fueron los que dieron refugio en su país a grupos de etarras y, al tiempo, los que se referían a la ETA (como en otros lugares de Europa) como unos luchadores, de carácter político, por la independencia de la famosa “Patria Vasca”. Quizá por ello, por su permisividad con este tipo de formaciones armadas (aparentemente de tipo político), aunque, en realidad, sólo fuesen bandas de criminales experimentados, dispuestos a todo para lograr sus siniestros objetivos. Es obvio que su policía no parece estar muy preparada; sus reacciones, en ocasiones; parezcan desproporcionadas y, evidentemente, demuestra no estar preparada para la debida labor de prevención, de anticipación y de neutralización de estos peligrosos comandos que, aunque muchos ya llevan años instalados en el país belga, sin duda alguna que han salido reforzados por los que han entrado subrepticiamente, junto a los miles de migrantes que han venido huyendo de la barbarie de los yihadistas del EI.

Lo cierto es que, cada vez que los comandos yihadistas actúan en Europa ( lo mismo ocurrió en Francia con el atentando a la revista satírica de Charlie Ebdó, en el que murieron varios periodistas), consiguen su propósito que, en realidad, consiste en lograr paralizar el país, dejar inoperantes sus medios de comunicación, hacer que el pánico se apodere de las calles y que se tenga la desagradable sensación de que son capaces, sólo unos pocos, de acabar con la normalidad, en cualquier lugar del país en el que decidan actuar con sus métodos de destrucción y sus procedimientos de crear alarma generalizada entre la población civil. Claro que siempre hay los “buenistas”, los que esperan que, con el diálogo, se consiga aplacar a las bestias, los que se espantan ante la posibilidad de una acción rápida que los americanos o el ejército de la OTAN decidieran llevar a cabo; una campaña masiva y contundentes capaz de meter en cintura a los de DAESH y reducirlos a la nada, infringiéndoles una derrota de la que ya no pudieran volver a reponerse. Estos cobardes, estos que todo quieren arreglarlo con componendas, apaños provisionales o cesiones continuas (estos terroristas nunca se conforman con lo menos si está en sus manos conseguir lo más); solo consiguen aplazar el problema, permitir que se refuercen los chantajistas para que, finalmente, se tenga que acudir de nuevo al enfrentamiento sólo que, en esta ocasión, la reacción puede resultar más costosa y con menos posibilidades de éxito.

Creemos que en Europa se debiera tomar en cuenta la experiencia de los españoles en la lucha contra el terrorismo; este terrorismo que no actúa como lo hace un ejército regular, sino que lo hace en secreto, planeando durante meses la maniobra criminal que van a llevar a cabo y que, cuando lo hacen, ya no da tiempo a evitarlo, se debe actuar sobre las consecuencias de hechos consumados, el mal ya está hecho y sólo caben las lamentaciones, el intento de atrapar a los autores y consolar a los familiares de las víctimas que, por desgracia, ya no van a tener la posibilidad de volver sus labores habituales en el seno de sus familias. Harían bien, las autoridades policiales europeas en acudir a nuestros mandos policiales, a nuestra Guardia Civil y a la cantidad de científicos, expertos, especialistas y medios técnicos, con los que nuestras fuerzas del orden están dotadas, para poder ejercer con toda eficiencia sus funciones preventivas, encaminadas a evitar acontecimientos como el que hoy, por desgracia, se ha tenido que lamentar en la capital belga.

En todo caso, ya se sabe que la seguridad total es imposible, que nadie puede vigilar con garantías de éxito a todos los ciudadanos de un país y, con el plan Schengen de libre circulación dentro de la UE en vigor, al resto de personas que sin otra identificación que el carné de identidad o pasaporte, pueden deambular sin más requisitos por todas las naciones de la Europa comunitaria. El que un insensato fanatizado, se cubra el cuerpo de bombas y las haga estallar en un punto concurrido de cualquier ciudad, es muy difícil de detectar a menos que existan soplones, delatores o un amplio sistema de seguimiento de los más sospechosos o se produzcan infiltraciones de miembros de la policía en aquellos grupos sobre los cuales recaigan sospechas de su posible implicación con el terrorismo internacional.

No queremos dejar de comentar un hecho que, se quiera aceptar o no, ha podido influir de forma muy negativa en la seguridad de esta Europa que, en ocasiones debemos reconocer que peca de inocente, de cándida o de exceso de buena fe. Es obvio que cualquier gobierno, cuando el pueblo se siente inclinado a dejarse llevar por los buenos sentimientos, cuando se le pide que acoja a desgraciados a los que les espera la muerte en su país, cuando hay escenas de niños harapientos y muertos de hambre y, la opinión pública, reclama con insistencia una acogida masiva de tales migrantes; es muy difícil resistirse a ello y, en consecuencia, es muy fácil dejarse llevar por el espíritu acogedor, como hizo la señora Merkel en su país, Alemania. No obstante, en ocasiones no basta con dejarse guiar por el corazón y es preciso tener en cuenta la razón y los medios de los que se dispone para poder acoger un número exagerado de inmigrantes, a los que se les debe alojar, alimentar, darles una ocupación y ponerlos en lugares en los que deberán convivir con los oriundos del país. Nuevos vecinos con costumbres distintas, religiones diferentes, lenguas ininteligibles para la población, comportamientos, en ocasiones, radicalmente diferentes de los de los ciudadanos del país. Y todo esto no se puede tener en cuenta cuando, como en Alemania, un millón de acogidos llenan sus ciudades, se enfrentan a los propios alemanes (que no parecen muy dispuestos a permitir que esta situación se prolongue) pese a que, en un principio, muchos de los que ahora queman los albergues de los recién llegados, se mostraron partidarios de acoger a los sirios que solicitaban asilo político.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos sentimos embargados por la desgracia que se ha producido en tierras belgas, en su capital Bruselas, y nos sentimos corresponsables de que, en las fronteras que se les abrieron, de par en par, a los migrantes procedentes de los países afectados por la guerra yihadista, no existiera más orden, no hubiese más vigilancia y no se identificara con más eficacia a quienes eran verdaderos migrantes que huían de la muerte en Siria, Irak u otra nación afectada por la guerra y aquellos otros que, sin duda, aprovechando la confusión se colaron de matute, infiltrados del propio ejército islamista, para, una vez en Europa (ellos si llegarían, con la ayuda de sus correligionarios en Europa, a sus lugares de destino) formar sus grupos, sus comandos o camarillas, en los que planear y preparar los atentados que se les encomendasen desde sus puestos de mando, en el EI. Lamentable.

La vorágine terrorista no razona ni dialoga, masacra sin piedad

“Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano.” Johann Wolfgang Goethe
Miguel Massanet
miércoles, 23 de marzo de 2016, 09:33 h (CET)
Una vez más Europa ha sido azotada por la sinrazón del terrorismo yihadista que, harto de dejar su impronta canallesca en las tierras de Oriente, también intenta de amedrentar, con sus salvajadas, a los ciudadanos de Occidente que, por otra parte, se muestran inermes ante los procedimientos siniestros y suicidas de los que se valen los criminales para evitar que, contra ellos, los métodos tradicionales, las prácticas al uso de las policías europeas y las medidas de prevención habituales, no resulten lo suficientemente eficaces como para impedir que, el terror islamita, se cebe en la indefensa población europea. En esta ocasión ha sido Bélgica la destinataria del odio seudo religioso del DAESH, constituido en ángel exterminador de la cultura y las religiones de la vieja Europa, que se ha materializado en dos ataques suicidas perpetrados en el aeropuerto y en una estación de metro de Bruselas, la sede oficial del Parlamento Europeo, como si, con ello, los talibanes pretendieran causar daño a las mismas puertas de la misma Administración, el centro neurálgico en el que se apoya todo el entramado de la UE, como aviso anticipado de lo que estaban dispuestos a llevar a cabo.

Quizá esta nueva matanza, en la que bailan números de muertos y heridos capaces de acongojar a los corazones más duros, nos recuerden a los españoles aquellos años en los que la banda terrorista ETA actuaba en España, asesinando indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños sin que, como sucede con esta clase de matarifes, les importara el dolor que causaban, innecesariamente, a sus víctimas, a sus familiares y amigos. Sin embargo, si para algo sirvió aquella matanza de más de 800 asesinatos, fue para que nuestras fuerzas del orden se curtieran en la lucha contra los malignos, se especializaran en descubrir sus escondites y se formaran en las técnicas más modernas de la lucha contra esta lacra, que ahora se muestra en toda su macabra dimensión, que para muchas policías del resto de la CE les resulta una novedad, no tiene experiencia y son incapaces de prevenir, con la debida anticipación para evitar sus letales actuaciones como, por cierto, se está comprobando en nuestra tierra, en la que la excelente, indiscutible y eficaz labor de la Guardia Civil, la policía y el resto de fuerzas de orden público, han venido evitando, anticipándose a los terroristas, que fuéramos uno más de los países que hayan sufrido el azote terrorista.

Recordemos que los belgas, en otros tiempos, fueron los que dieron refugio en su país a grupos de etarras y, al tiempo, los que se referían a la ETA (como en otros lugares de Europa) como unos luchadores, de carácter político, por la independencia de la famosa “Patria Vasca”. Quizá por ello, por su permisividad con este tipo de formaciones armadas (aparentemente de tipo político), aunque, en realidad, sólo fuesen bandas de criminales experimentados, dispuestos a todo para lograr sus siniestros objetivos. Es obvio que su policía no parece estar muy preparada; sus reacciones, en ocasiones; parezcan desproporcionadas y, evidentemente, demuestra no estar preparada para la debida labor de prevención, de anticipación y de neutralización de estos peligrosos comandos que, aunque muchos ya llevan años instalados en el país belga, sin duda alguna que han salido reforzados por los que han entrado subrepticiamente, junto a los miles de migrantes que han venido huyendo de la barbarie de los yihadistas del EI.

Lo cierto es que, cada vez que los comandos yihadistas actúan en Europa ( lo mismo ocurrió en Francia con el atentando a la revista satírica de Charlie Ebdó, en el que murieron varios periodistas), consiguen su propósito que, en realidad, consiste en lograr paralizar el país, dejar inoperantes sus medios de comunicación, hacer que el pánico se apodere de las calles y que se tenga la desagradable sensación de que son capaces, sólo unos pocos, de acabar con la normalidad, en cualquier lugar del país en el que decidan actuar con sus métodos de destrucción y sus procedimientos de crear alarma generalizada entre la población civil. Claro que siempre hay los “buenistas”, los que esperan que, con el diálogo, se consiga aplacar a las bestias, los que se espantan ante la posibilidad de una acción rápida que los americanos o el ejército de la OTAN decidieran llevar a cabo; una campaña masiva y contundentes capaz de meter en cintura a los de DAESH y reducirlos a la nada, infringiéndoles una derrota de la que ya no pudieran volver a reponerse. Estos cobardes, estos que todo quieren arreglarlo con componendas, apaños provisionales o cesiones continuas (estos terroristas nunca se conforman con lo menos si está en sus manos conseguir lo más); solo consiguen aplazar el problema, permitir que se refuercen los chantajistas para que, finalmente, se tenga que acudir de nuevo al enfrentamiento sólo que, en esta ocasión, la reacción puede resultar más costosa y con menos posibilidades de éxito.

Creemos que en Europa se debiera tomar en cuenta la experiencia de los españoles en la lucha contra el terrorismo; este terrorismo que no actúa como lo hace un ejército regular, sino que lo hace en secreto, planeando durante meses la maniobra criminal que van a llevar a cabo y que, cuando lo hacen, ya no da tiempo a evitarlo, se debe actuar sobre las consecuencias de hechos consumados, el mal ya está hecho y sólo caben las lamentaciones, el intento de atrapar a los autores y consolar a los familiares de las víctimas que, por desgracia, ya no van a tener la posibilidad de volver sus labores habituales en el seno de sus familias. Harían bien, las autoridades policiales europeas en acudir a nuestros mandos policiales, a nuestra Guardia Civil y a la cantidad de científicos, expertos, especialistas y medios técnicos, con los que nuestras fuerzas del orden están dotadas, para poder ejercer con toda eficiencia sus funciones preventivas, encaminadas a evitar acontecimientos como el que hoy, por desgracia, se ha tenido que lamentar en la capital belga.

En todo caso, ya se sabe que la seguridad total es imposible, que nadie puede vigilar con garantías de éxito a todos los ciudadanos de un país y, con el plan Schengen de libre circulación dentro de la UE en vigor, al resto de personas que sin otra identificación que el carné de identidad o pasaporte, pueden deambular sin más requisitos por todas las naciones de la Europa comunitaria. El que un insensato fanatizado, se cubra el cuerpo de bombas y las haga estallar en un punto concurrido de cualquier ciudad, es muy difícil de detectar a menos que existan soplones, delatores o un amplio sistema de seguimiento de los más sospechosos o se produzcan infiltraciones de miembros de la policía en aquellos grupos sobre los cuales recaigan sospechas de su posible implicación con el terrorismo internacional.

No queremos dejar de comentar un hecho que, se quiera aceptar o no, ha podido influir de forma muy negativa en la seguridad de esta Europa que, en ocasiones debemos reconocer que peca de inocente, de cándida o de exceso de buena fe. Es obvio que cualquier gobierno, cuando el pueblo se siente inclinado a dejarse llevar por los buenos sentimientos, cuando se le pide que acoja a desgraciados a los que les espera la muerte en su país, cuando hay escenas de niños harapientos y muertos de hambre y, la opinión pública, reclama con insistencia una acogida masiva de tales migrantes; es muy difícil resistirse a ello y, en consecuencia, es muy fácil dejarse llevar por el espíritu acogedor, como hizo la señora Merkel en su país, Alemania. No obstante, en ocasiones no basta con dejarse guiar por el corazón y es preciso tener en cuenta la razón y los medios de los que se dispone para poder acoger un número exagerado de inmigrantes, a los que se les debe alojar, alimentar, darles una ocupación y ponerlos en lugares en los que deberán convivir con los oriundos del país. Nuevos vecinos con costumbres distintas, religiones diferentes, lenguas ininteligibles para la población, comportamientos, en ocasiones, radicalmente diferentes de los de los ciudadanos del país. Y todo esto no se puede tener en cuenta cuando, como en Alemania, un millón de acogidos llenan sus ciudades, se enfrentan a los propios alemanes (que no parecen muy dispuestos a permitir que esta situación se prolongue) pese a que, en un principio, muchos de los que ahora queman los albergues de los recién llegados, se mostraron partidarios de acoger a los sirios que solicitaban asilo político.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos sentimos embargados por la desgracia que se ha producido en tierras belgas, en su capital Bruselas, y nos sentimos corresponsables de que, en las fronteras que se les abrieron, de par en par, a los migrantes procedentes de los países afectados por la guerra yihadista, no existiera más orden, no hubiese más vigilancia y no se identificara con más eficacia a quienes eran verdaderos migrantes que huían de la muerte en Siria, Irak u otra nación afectada por la guerra y aquellos otros que, sin duda, aprovechando la confusión se colaron de matute, infiltrados del propio ejército islamista, para, una vez en Europa (ellos si llegarían, con la ayuda de sus correligionarios en Europa, a sus lugares de destino) formar sus grupos, sus comandos o camarillas, en los que planear y preparar los atentados que se les encomendasen desde sus puestos de mando, en el EI. Lamentable.

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