El malestar francés, mostrado en las manifestaciones de principios de mes, pienso que es mucho más profundo que el que provoca la elevación de la edad de jubilación. Lo que ha cambiado es la relación con el trabajo y el valor que se le reconoce, frente a la revalorización del ocio. Son síntomas de una cultura que considera el esfuerzo como una carga difícil de sobrellevar y que va perdiendo progresivamente la noción de solidaridad intergeneracional en favor de un individualismo cada vez más poderoso.
Parece que los sindicatos han dejado de luchar por la humanización del trabajo para pasar a luchar por trabajar menos. Y, sin embargo, la realidad es incontestable: el aumento de la esperanza de vida y el invierno demográfico apuntan a la necesidad de trabajar más, y durante más tiempo.
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