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Adonde nos llevan las trincheras mediáticas

Hundir la flota

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Golpeada por todas partes la llamada prensa de información general decidió reestructurarse con tal de sobrevivir a la crisis que amenazaba con enviarla a los libros de historia. Todo cambio encauzado a una trinchera debía de expulsar de ella cuerpos sobrantes y a este ajuste se llegó tras tirar de lógica. Si la línea editorial del medio en cuestión apostaba por una corriente o partido político, lo lógico para minimizar costes y acciones era informar únicamente de los puntos débiles del adversario. Acabó prescindiéndose del periodista que narraba el día a día del partido afín (lo cual supuso un ahorro) y así los esfuerzos se encaminaron todos en hundir el portaviones contrario. La gente comenzó a alimentarse de las fobias por el rival a base de empaparse de sus trapos sucios. Terminaron estos siendo una presencia familiar, al tiempo que los líderes afines pasaban a convertirse en algo nebuloso y difuminado, que se perdía a lo lejos como el rumor de fondo que solo escuchamos si nos ponemos a ello.

Las conversaciones de café de media mañana en los bares pasaron a ser jeroglíficos, a medida que los parroquianos de distinto signo político (cada vez más habituales en un país polarizado y atrincherados con rigidez fanática en sus medios de información) no exhibían con orgullo logros propios que desconocían, sino que echaban en cara al otro sucesos y corrupciones de lo más lamentable, asuntos que éste ignoraba al ser ocultadas por las mismas fuentes a las que consultaba. Detrás del mostrador, el dueño asistía con cierta impotencia a este partido de tenis entre gentes que siempre tenía la razón, pero que al mismo tiempo no tenía ni idea. En suma, especímenes de lo más desaconsejable.

Hundir la flota

Adonde nos llevan las trincheras mediáticas
Ángel Pontones Moreno
jueves, 17 de marzo de 2016, 09:57 h (CET)
Golpeada por todas partes la llamada prensa de información general decidió reestructurarse con tal de sobrevivir a la crisis que amenazaba con enviarla a los libros de historia. Todo cambio encauzado a una trinchera debía de expulsar de ella cuerpos sobrantes y a este ajuste se llegó tras tirar de lógica. Si la línea editorial del medio en cuestión apostaba por una corriente o partido político, lo lógico para minimizar costes y acciones era informar únicamente de los puntos débiles del adversario. Acabó prescindiéndose del periodista que narraba el día a día del partido afín (lo cual supuso un ahorro) y así los esfuerzos se encaminaron todos en hundir el portaviones contrario. La gente comenzó a alimentarse de las fobias por el rival a base de empaparse de sus trapos sucios. Terminaron estos siendo una presencia familiar, al tiempo que los líderes afines pasaban a convertirse en algo nebuloso y difuminado, que se perdía a lo lejos como el rumor de fondo que solo escuchamos si nos ponemos a ello.

Las conversaciones de café de media mañana en los bares pasaron a ser jeroglíficos, a medida que los parroquianos de distinto signo político (cada vez más habituales en un país polarizado y atrincherados con rigidez fanática en sus medios de información) no exhibían con orgullo logros propios que desconocían, sino que echaban en cara al otro sucesos y corrupciones de lo más lamentable, asuntos que éste ignoraba al ser ocultadas por las mismas fuentes a las que consultaba. Detrás del mostrador, el dueño asistía con cierta impotencia a este partido de tenis entre gentes que siempre tenía la razón, pero que al mismo tiempo no tenía ni idea. En suma, especímenes de lo más desaconsejable.

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