Desde 2015 convivo con las secuelas físicas y psicológicas del cáncer de mama; ésas que casi nadie ve, de las que poco o nada se habla. Mucho más importantes e imperceptibles a la vista que tener de nuevo melena. Me condicionan, más de lo que quisiera, la vida: la laboral, la personal y la clínica. La última me ha traído al hospital. Seis días de ingreso por una celulitis infecciosa agravada por el linfedema. No son necesarios los detalles ni hacer ningún drama, eso ya lo hacen las campañas rosas edulcoradas, como si de una moda se tratara.
La Sanidad Pública funciona, y muy bien, gracias a los profesionales que trabajan por y para ella. Las enfermeras de vida, el equipo médico y sanitario que nos cuida, el personal administrativo y de logística. Pero no es suficiente. Es necesario el dinero. El fucking money, man. Els calerons. Así es que, y aprovechando que estamos en época de promesas electorales, háganme un favor y cúmplanlas: cuiden más y mejor de sus sanitarios. Ayuden a l@s pacientes a que podamos tener una calidad de vida óptima, que una sesión de fisioterapia con drenaje linfático no sea un lujo, a la pocos tengamos acceso.
Y ya que estamos, no me etiqueten más como una de sus valientes. Nunca quise ser una superviviente. Ni una luchadora ni una diana con lazo rosa. Yo sólo quiero ser Annabel. La madre de Aina. La pareja de Josep. Una trabajadora más. Una persona con una vida normal.
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