Todo escritor ha de quemarse a lo bonzo: encima de un banco de trabajo, tiene que rociarse con gasolina y prenderse fuego para poder analizar la experiencia... El refrán: “El que de servilleta pasa a mantel, cuídate de él”. Nos mete a todos en el mismo saco, incluso a mí.
Éste dicho es la gasolina que nos calcina la cara y con ello, a nuestros ojos nos desnuda pues nos desenmascara. Y este otro “A la opulencia rinden todos adulación y obediencia”, no solo amartilla el primero, sino que descubre a los sicarios de la cremación del hule. Como en toda acción, la reacción aquí implota como un cañonazo: “Cuanto más poderoso, más roñoso”. Y esa "roñosidad" todo lo contamina. Pero siempre existe una contraparte: “Donde hay riqueza, hay trabajo”.
Seguramente habrá excepciones, pero mal que nos pese, la principal característica de los refranes es que surgen de la experiencia, y contra los hechos poco hay que decir. Con frecuencia he oído decir a algunos que la riqueza jamás les cambiaría. Sin embargo, no se comportan con la misma deferencia cuando tienen delante a un pobre o a un poderoso... “El rico necio y el pobre soberbio, ¿con cuál me quedo?” Indica que suelen ser parecidas ambas personas. Luego, aunque los dos son necesarios, todo pañuelo es una sábana en potencia.
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