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Necesitamos protegernos de nuestras propias miserias humanas, la cuestión pasa por no resignarse y no dejarse caer en la cultura de la indiferencia

Ante las emergencias futuras

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El mundo tiene que prepararse para las emergencias futuras, priorizando la salud, lo que nos exige otro espíritu más cooperante y solidario, para poder abordar los desafíos actuales de manera global. Sin ir más lejos, lo vivido recientemente ha sido una pandemia de las diferencias, que debe hacernos repensar sobre la situación, ya que las epidemias no hacen distinciones y golpea a personas de toda cultura, credo, estrato social y económico. Todos hemos sentido la pérdida de alguna persona cercana que ha fallecido por el coronavirus, o que ha sufrido los efectos del contagio, y hemos estado tristes por no poder acompañarles de manera más directa para ofrecer consuelo. Otra de las grandes lecciones extraídas del COVID-19, y que se ha puesto de manifiesto con esta plaga, ha sido la importancia y la urgencia de los sistemas sanitarios de calidad y su cobertura universal.


Ante este cúmulo de atmósferas, reivindicamos ese futuro que es nuestro, que lo construimos en sociedad y que ha de ser saludable para todos. Por consiguiente, nadie puede quedar en el olvido o en el surco del camino abandonado. Reconozco y aplaudo que, en el año 2019, los dirigentes mundiales apoyaran la declaración política sobre salud más ambiciosa e integral de la historia, en la reunión de alto nivel de la ONU dedicada a la cobertura sanitaria universal. Tomada esta buena orientación, llegamos al ahora, en vísperas de una nueva convocatoria en 2023. A propósito, nunca es tarde para enmendarse y se me ocurre pedir a los líderes que asuman compromisos más ambiciosos y viables sobre dicha responsabilidad mundial, ante el cúmulo de aprietos que se nos pueden presentar en cualquier rincón del planeta.


Hay que concienciarse de que todas las personas, allá donde se hallen, merecen unos servicios de salud que sean eficaces y eficientes, tanto en tiempos de crisis como en épocas de bonanza. Todo está globalizado, también los azotes enfermizos, que no suelen terminar en ningún país hasta que no se hayan terminado en todos los países. De ahí, la necesidad de poner empeño en financiar más y mejor los cimientos de los sistemas de salud, haciendo hincapié en la atención primaria, los servicios esenciales y los grupos de población de excluidos. Se trata, en suma, de crear un nuevo horizonte de expectativas, donde el beneficio económico no sea el objetivo principal, sino la defensa de la vida humana. En este sentido, es primordial considerar otros modelos más inclusivos y sostenibles, dirigidos a toda la ciudadanía y no sólo a las naciones más ricas.


Quiero recordarme de ese informe reciente que pone de relieve el aumento de la resistencia a los antibióticos en infecciones bacterianas que afectan al ser humano y la necesidad de mejorar los datos al respecto, tal y como nos lo participa un reciente comunicado de prensa de la Organización Mundial de la Salud, lo que nos exige multiplicar los análisis para generar datos fiables, y que no continúen siendo los pobres los que únicamente abonen el costo más alto de estos dramas que están hundiendo a nuestra familia humana. Me alegra, por tanto, que en los debates internacionales se esté dando una importancia creciente a la responsabilidad de proteger. Hoy más que nunca necesitamos protegernos de nuestras propias miserias humanas, la cuestión pasa por no resignarse y no dejarse caer en la cultura de la indiferencia, cuando nuestro cometido es dar continuidad al linaje, haciéndolo de la manera más poética.


Ciertamente, a la Organización Mundial de la Salud y a otras Organizaciones Internacionales les toca una función vital, dentro del esfuerzo global en favor del desarrollo integral de la humanidad, poniendo el desvelo mayor en el mejor estado de salud que se pueda abrazar, pero también cada ciudadano desde su misión, está obligado a contribuir en la mejora de una vida, mejor vivida y más valorada, máxime en un momento en el que proliferan multitud de contratiempos, que requieren de la generosidad de cada ser viviente. Lo que nos cura, no radica en esquivar el sufrimiento, sino en madurar compartiendo nuestra propia debilidad humana, siempre con una actitud positiva que nos alivie los desafíos a los que nos enfrentamos.


Desde luego, nos toca estar junto a esas gentes desmanteladas por la cobertura sanitaria, como pueden ser esos inocentes inmersos en el territorio de las confrontaciones, los migrantes o esas gentes con discapacidad, que debido a esta injusta desigualdad en el acceso a la sanidad se le acorta la vida. La ayuda humanitaria, ineludiblemente, es tema de todos para que la mente repose.

Ante las emergencias futuras

Necesitamos protegernos de nuestras propias miserias humanas, la cuestión pasa por no resignarse y no dejarse caer en la cultura de la indiferencia
Víctor Corcoba
lunes, 12 de diciembre de 2022, 09:41 h (CET)

El mundo tiene que prepararse para las emergencias futuras, priorizando la salud, lo que nos exige otro espíritu más cooperante y solidario, para poder abordar los desafíos actuales de manera global. Sin ir más lejos, lo vivido recientemente ha sido una pandemia de las diferencias, que debe hacernos repensar sobre la situación, ya que las epidemias no hacen distinciones y golpea a personas de toda cultura, credo, estrato social y económico. Todos hemos sentido la pérdida de alguna persona cercana que ha fallecido por el coronavirus, o que ha sufrido los efectos del contagio, y hemos estado tristes por no poder acompañarles de manera más directa para ofrecer consuelo. Otra de las grandes lecciones extraídas del COVID-19, y que se ha puesto de manifiesto con esta plaga, ha sido la importancia y la urgencia de los sistemas sanitarios de calidad y su cobertura universal.


Ante este cúmulo de atmósferas, reivindicamos ese futuro que es nuestro, que lo construimos en sociedad y que ha de ser saludable para todos. Por consiguiente, nadie puede quedar en el olvido o en el surco del camino abandonado. Reconozco y aplaudo que, en el año 2019, los dirigentes mundiales apoyaran la declaración política sobre salud más ambiciosa e integral de la historia, en la reunión de alto nivel de la ONU dedicada a la cobertura sanitaria universal. Tomada esta buena orientación, llegamos al ahora, en vísperas de una nueva convocatoria en 2023. A propósito, nunca es tarde para enmendarse y se me ocurre pedir a los líderes que asuman compromisos más ambiciosos y viables sobre dicha responsabilidad mundial, ante el cúmulo de aprietos que se nos pueden presentar en cualquier rincón del planeta.


Hay que concienciarse de que todas las personas, allá donde se hallen, merecen unos servicios de salud que sean eficaces y eficientes, tanto en tiempos de crisis como en épocas de bonanza. Todo está globalizado, también los azotes enfermizos, que no suelen terminar en ningún país hasta que no se hayan terminado en todos los países. De ahí, la necesidad de poner empeño en financiar más y mejor los cimientos de los sistemas de salud, haciendo hincapié en la atención primaria, los servicios esenciales y los grupos de población de excluidos. Se trata, en suma, de crear un nuevo horizonte de expectativas, donde el beneficio económico no sea el objetivo principal, sino la defensa de la vida humana. En este sentido, es primordial considerar otros modelos más inclusivos y sostenibles, dirigidos a toda la ciudadanía y no sólo a las naciones más ricas.


Quiero recordarme de ese informe reciente que pone de relieve el aumento de la resistencia a los antibióticos en infecciones bacterianas que afectan al ser humano y la necesidad de mejorar los datos al respecto, tal y como nos lo participa un reciente comunicado de prensa de la Organización Mundial de la Salud, lo que nos exige multiplicar los análisis para generar datos fiables, y que no continúen siendo los pobres los que únicamente abonen el costo más alto de estos dramas que están hundiendo a nuestra familia humana. Me alegra, por tanto, que en los debates internacionales se esté dando una importancia creciente a la responsabilidad de proteger. Hoy más que nunca necesitamos protegernos de nuestras propias miserias humanas, la cuestión pasa por no resignarse y no dejarse caer en la cultura de la indiferencia, cuando nuestro cometido es dar continuidad al linaje, haciéndolo de la manera más poética.


Ciertamente, a la Organización Mundial de la Salud y a otras Organizaciones Internacionales les toca una función vital, dentro del esfuerzo global en favor del desarrollo integral de la humanidad, poniendo el desvelo mayor en el mejor estado de salud que se pueda abrazar, pero también cada ciudadano desde su misión, está obligado a contribuir en la mejora de una vida, mejor vivida y más valorada, máxime en un momento en el que proliferan multitud de contratiempos, que requieren de la generosidad de cada ser viviente. Lo que nos cura, no radica en esquivar el sufrimiento, sino en madurar compartiendo nuestra propia debilidad humana, siempre con una actitud positiva que nos alivie los desafíos a los que nos enfrentamos.


Desde luego, nos toca estar junto a esas gentes desmanteladas por la cobertura sanitaria, como pueden ser esos inocentes inmersos en el territorio de las confrontaciones, los migrantes o esas gentes con discapacidad, que debido a esta injusta desigualdad en el acceso a la sanidad se le acorta la vida. La ayuda humanitaria, ineludiblemente, es tema de todos para que la mente repose.

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