¿Quién viene? ¿A quién viene? ¿Para qué viene? Estas preguntas cabría hacérnoslas, y de hecho nos las hacemos, cada vez que recibimos una visita en casa pues a tenor del visitante corresponderemos con un distinto agasajo. Es como una norma social de sentido común y generalizada en todos los ambientes.
Quisiera elevar estas ideas a la máxima expresión porque la visita que recibimos, o que está pidiendo ser recibida, es Jesucristo: ¡¡Ah!! Sí, un ¡ah! muy sorprendente porque no es para menos. Jesucristo puede llegar hasta nosotros como el mejor Amigo, el mejor Médico, el mejor Maestro…, todo ello en grado superlativo.
Y nosotros ¿quiénes somos? Personas necesitadas que el tiempo, las circunstancias y la falta de energía y voluntariedad, nos han zarandeado convulsivamente hasta perder el verdadero norte de nuestras vidas.
Jesucristo viene para invitarnos a ser como ese buen ladrón que nos describen los evangelios: muere también en una cruz junto al Señor, y en sus últimos instantes de vida encuentra el verdadero y auténtico Camino que le conduce a la Paz Eterna.
Escribió Benedicto XVI que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Y Jesucristo nos insta continuamente a decirle con humildad: Haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te ame. Pero a la vez nos estimula a entablar un serio combate contra nuestra soberbia y contra nuestras faltas a fin de obtener la pureza, la virtud, y a ser resolutivos ante nuestros deberes. Es decir, a renovar nuestro ser, nuestro pensar y nuestro actuar.
|