La dialéctica del oponente, la del que ve siempre en el otro a un potencial enemigo, nos termina por envilecer a todos, desgraciadamente es el día a día en este país, algo o mucho. Por el contrario, es tiempo de caminar juntos y de entender que el otro es decisivo para mi vida, por muy distinto a mí que piense; que es amado por Dios, como yo lo soy, y que necesitamos de la generosidad del corazón para entender de una vez, con las evidentes lecciones que nos deja la historia como gran maestra, que la guerra, tanto física como intelectual, es un drama que terminan por pagar, de manera muy particular, los inocentes.
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