El fuego se extendió tan raudo que a las pocas horas era posible distinguirlo desde muchos puntos del espectro político. Como sucedía últimamente con cualquier minucia, los primeros bomberos que llegaron a la zona de Tetuán no tenían intención alguna de luchar contra las llamas, y de hecho hay quien asegura que dedicaron sus esfuerzos a conectar todas sus mangueras a un surtidor de gasolina cercano antes que a cualquiera de las bocas de riego. El incendio, ayudado por el viento de poniente de la actualidad, convirtió a todos los anteriores en simples chispas, y los esfuerzos denodados de otros bomberos que si querían extinguirlo solo consiguieron mantener un punto muerto en aquel frente infernal que llegaba desde el mismo retablo de títeres hasta el majestuoso edificio del ayuntamiento, pasando por el Juzgado Central de Instrucción. El humo denso y oscuro como el que produciría una hoguera de neumáticos, se mezclaba con los ocasionales lamentos que producía el continuo crepitar de la madera hinchada, y ocultaba a los ojos mucho más de lo que habitualmente desearíamos perder de vista.
En particular esos hilos que crecen a la espalda de casi todo quisqui, desde opinadores, legisladores, gestores, jaboneadores, fatalistas, y evidentemente actores. Esos hilos que desaparecen en lo alto, donde ni la vista más aguda puede distinguir las manos que los mueven.