El líder levantó la cabeza y observó a su gente. Se desparramaban en cuatro o cinco filas que gracias a una disposición brillante daban al recinto la sensación de abarrotado. Y estaban todos. Desde los primeros espadas que cuchicheaban entre sí, hasta los que purgaban sus pecados en los últimos asientos, pasando por los candidatables que no querían que se les notara mucho y disimulaban hasta el punto que daba la impresión de que aún no hubieran llegado. Ahí estaban todos, y todos le cabían en una mano, y su dedo índice era el puente que comunicaba con la tierra prometida, o el indicador de dirección prohibida. Había algo entre gozoso y perverso en el cosquilleo suave propio de esta sobredosis de mando, algo que reverberaba en el ambiente como lo haría una respiración profunda cerca de un micro. A su izquierda alguien tosió, como suave aviso, y eso le hizo volver a mirar sus papeles. Cuando se decidió a exponer el primer punto del día y como en las anteriores quince ocasiones, le interrumpió una ovación que habría llegado en mejor momento si no le hubiera dado por mirarse tanto rato el ombligo.